Cuando entramos al siglo XXI yo tenía la esperanza de que hubiéramos dejado atrás los enormes crímenes y catástrofes que se vivieron en el siglo XX; por ejemplo, las dos guerras mundiales (10 millones de muertos en la primera y entre 40 y 50 millones de muertes en la segunda). También pensé que los dos grandes movimientos catastróficos, como el nazismo-fascismo y la caída de la unión soviética con el corolario del comunismo, traerían un siglo de paz prosperidad donde el hombre se dedicaría a cuidar al hombre, a eliminar la pobreza, a cuidar a la naturaleza, a aprovechar lo que el ingenio de los científicos estaba creando como la inteligencia artificial.
El celular se ha convertido en la varita mágica que nos permite hacer todo, saber todo y volvernos flojos para muchas cosas; por ejemplo, ya no multiplicamos ni sumamos ni recordamos los números de teléfonos, ni tenemos que ir a una biblioteca a consultar datos, cuando Google nos proporciona toda una serie de información en la punta de los dedos. Y Waze nos lleva a direcciones a las que hemos olvidado o no sabemos cómo ir.
Vemos con cierta tristeza que ha pasado el 23 por ciento del siglo XXI y que aún los hombres matan a los hombres en guerras estúpidas. Imagínense, han muerto en la guerra de Rusia contra Ucrania 150 mil soldados rusos y dos tantos más han sido heridos de gravedad; o sea, casi medio millón de jóvenes en la flor de la edad, valiosos, destruidos por una guerra… quizás otro tanto ha muerto del lado ucraniano. La guerra ha cumplido un año y va para largo; se destruyen vidas y se afecta a la naturaleza.
Estamos viendo que el cambio climático no era cuento; en la región en que vivimos el invierno frio se alarga en temperaturas nunca antes vistas y sentimos que el globo terráqueo se vuelve inhóspito para las cada vez más grandes masas de hombres y mujeres (ya le llegamos a los ocho mil millones de habitantes) que atiborran las ciudades, dejando lejos el campo.
De pronto apareció el COVID, con siete millones de muertos y con una encerrona mundial. Aprendimos a usar el Zoom, a recluirnos en nuestras casas y a tenerle miedo a todo ser humano que no trajera máscara (antes le teníamos miedo a los seres humanos que traían máscara), a lavarnos las manos frecuentemente y a trabajar a larga distancia en “home office”, costumbre que no se nos quita del todo (trayendo como consecuencia las oficinas vacías).
Otra víctima de la tecnología en el mundo son los centros comerciales, que lentamente desaparecen o se van convirtiendo en otra cosa; todo esto como consecuencia de Amazon y la venta por internet. El internet mismo, a través de Facebook, TikTok, Instagram, Snapchat y otras aplicaciones con nombres ridículos, va invadiendo nuestro espacio y nuestro tiempo a grado tal que es difícil soltar el celular, que nos avisa cada tres minutos de alguna noticia o información que antes hubiera podido esperar y que ahora recibimos instantáneamente.
La pregunta es: ¿la inteligencia artificial sustituirá al humano? Ya vemos que las grandes fábricas, como Tesla, utilizan miríadas de robots para producir carros eléctricos sin combustión interna, que pronto eliminaran a los mecánicos; y nos olvidaremos de pistones, radiador y demás instrumentos otrora mágicos que nos permitían transitar por las calles con sus disparos de monóxido de carbono.
¿Qué pensar del siglo XXI? En su extraño yin yang, por un lado, la medicina mejora y permite que el hombre promedie en los 72 años y la mujer en los 78 años de vida. Me acuerdo cuando un hombre de 50 ya era casi un viejito y hoy están en espléndidas condiciones de vida y de salud. El conocimiento acude a nosotros con facilidad. La comunicación telefónica y de otras índoles es fácil y barata. No puedo olvidar la monserga que era lidiar con operadoras y teléfonos a los que se le daban cuerda; hoy en nuestros celulares tenemos computadoras de alto calibre que nos dan acceso a conocimientos insospechados (mejor que Dick Tracy con su teléfono de reloj) y cambios que auguraban Los Simpson.
Con la esperanza de que los Dioses eliminen las enfermedades y las guerras, así como la destrucción de la naturaleza, aún le queda a este siglo el 77 por ciento.
¿El resto del siglo XXI valdrá grillo?
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.