En México, ningún ser humano o institución está facultado para ordenar la muerte o tomar la vida de otro ser humano, pero ocurre con una pasmosa y repulsiva normalidad.
Hagan de cuenta que, en el proceso de revocación del 10 de abril, al Presidente Andrés Manuel López Obrador le tocó el turno de hacer girar la perinola, y el resultado fue “todos ponen”, o “todos pierden”.
Nacimos el 11 de abril de 1980, después que el gobierno priista del Estado bajacaliforniano, atacara y despojara a un grupo de periodistas del ABC, un periódico que había trabajado por los intereses de la sociedad durante dos años, de 1977 a 1979.
En Baja California, y en el país, los consumidores mexicanos han visto cómo su ya golpeado poder adquisitivo se desliza a una velocidad inusual, más rápido y constante, de lo que están acostumbrados.
Un fusilamiento en Michoacán perpetrado el domingo 27 de febrero, con alrededor de 17 víctimas, grave, brutal, sangriento, que sin razón válida es minimizado. Un hecho que para el Presidente de México parece no existir, porque no encuentran los cuerpos. El mensaje para los asesinos parece ser que cuando maten, se lleven los cadáveres y no pasa nada.
La austeridad republicana ha sido el personaje principal de los discursos del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y de acuerdo con sus palabras, esa debe ser la forma de vida de todos los mexicanos honestos.
Con 30 mil 671 casos positivos sólo el 8 de enero, México también rompió su récord de contagios diarios. Lo mismo sucedió antes, el 7 de enero Baja California, con mil 058 casos que dieron positivo.