Las recientes “Iniciativas de Reformas a la Constitución”, presentadas por el déspota de “rostro humano”, López Obrador, el pasado 5 de febrero, no son más que una lista de “buenas intenciones”.
Desde el primer día hasta hoy, ese señor ha sido reiterativo en dilapidar los dineros del pueblo (empezando con el AICDMX), organizando diariamente dizque conferencias de prensa, en las que despilfarra medio millón de pesos en cada una de ellas.
El Poder judicial, con su descaro y resistencia regresiva, formó blindajes para defender los privilegios inauditos en un país con enfermedades curables, y una trinchera ideológica.
Andrés Manuel sabe de historia y sabe cómo distorsionarla, sabe cómo ser parcial. Así, vanaglorió a Lázaro Cárdenas, un personaje que transitó sin pena ni gloria por la lucha revolucionaria de inicios del siglo XX; aun así, lo equiparó con Flores Magón, Francisco Villa, Emiliano Zapata, y Francisco I. Madero.
Hace algún tiempo, el jefe del Ejecutivo dijo no estar de acuerdo que la situación económica del país sea medida a través del indicador denominado Producto Interno Bruto, aduciendo que ese indicador no refleja la realidad; y en su lugar propuso utilizar el nivel o grado de felicidad.
Hace falta la opción política de la clase obrera, la mujer trabajadora, la juventud trabajadora, los pueblos indígenas, los campesinos pobres, los migrantes, los desempleados, los que viven de su fuerza de trabajo.
Millones de mexicanos nunca habíamos creído que esta Patria nuestra llegaría a tener un Presidente tan especial como el que habita en Palacio Nacional. Se le admite todo, se aceptan sus descalificaciones; acusa, insulta, menosprecia y siente terror de que “le falten el respeto a su investidura”.