Dichosas las parvadas que truncan los cielos al volar despavoridas, y asustan al oír los estruendos de bombas que llueven en la frontera de Gaza e Israel.
Han muerto más de tres mil 500 niños en la guerra. Una guerra adulta contra los niños, en la flor de su nacer y conocer este mundo cruel, ansioso de poder por el poder en muchas índoles. Lágrimas y polvo se conjugan en mejillas de ojos lloros de miles de padres al tener los endebles cuerpos flojos de sus hijos, que murieron al ser víctimas colaterales, blanco equivocado.
Así, muchas víctimas en esta guerra cruel se ven imposibilitadas para huir pronto, sin rasguño alguno, por no tener alas para volar.
Todos hemos soñado volar. Hoy, ese sueño sería la salvación para miles de personas que quieren evitar la muerte o lesión, y huir de ese infierno terrenal. Confusión infantil reina en la mente inocente de millones de niños en la zona de combate: ellos no saben de lesiones, mucho menos de muerte; sólo saben de jugar, tomar su juguete de carrito, su muñeca de trapo o plástico, y tener la imaginación en este crecer que es la infancia. El despertar al mundo. Pero este mundo que ven, viven o vivieron, no era para ellos.
Hoy, esta guerra es un genocidio que acaba con miles de vidas. Como aquel 7 de octubre, sorpresa y madruguete mortal.
Esos angelitos dejaron su cuerpecito en la tierra, sus almas sí tuvieron alas para volar, y hoy están en un mejor lugar. Uno donde no hay crueldad, maldad, muerte. Sin alas para volar, en el blanco, tomado y apuntado por rivales que se llevan en el odio de hace más de dos mil años y que continúan en guerra. Sin alas para volar, hay llanto dolor y muerte en esa Gaza que nadie quisiéramos vivir. Allí les tocó nace, pero no para morir de esta salvaje y abrupta forma en el Medio Oriente.
Un sueño volar, para víctimas y pueblo vivo, que saben que no se cumple. Los niños, la inocencia pura, esos ojos sinceros, hermosos; ese rictus de sollozo, de dolor, que estalla en las cuerdas vocales como vil bomba mortífera. Esos juguetes, ese oso de peluche, esa muñeca, ese carrito, esas manos infantiles que les daban vida… Manos, mente, alegría… Ya no están… Las han asesinado. Prematuramente volaron las almas infantiles al cielo.
¿Quién corta una flor del vasto jardín instituido por Dios? “Dejad que los niños se acerquen a mí”, dijo Cristo en su travesía por Israel y Tierra Santa. ¿Pero dónde están los niños? En paz descansen y dios los guarde, a ellos y todos los que han muerto allá en la zona del conflicto. Amén.
Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez,
Tijuana, B.C.