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martes, octubre 1, 2024
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Las drogas, la guerra, la violencia y la militarización (Primera parte)

El autor polaco Lukasz Kamiénski, en su libro Las drogas en la guerra (EFE, Madrid, 2017), menciona cómo los combatientes han usado esa “muleta” de drogarse desde tiempos antiguos: los héroes homéricos, hace más de tres mil años, con brebajes de opio mezclado en alcohol; los sanguinarios aztecas con alcohol y hongos alucinógenos; las tropas y marinos ingleses con ron y opio; las tropas de Napoleón copiando a los árabes, con alcohol y hachís.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el uso en cantidad de bencedrina y la administración de morfina en los hospitales de campaña por las tropas anglosajonas, o pervitina a las tropas alemanas, y los ríos de alcohol para dar valor a los rusos soviéticos antes de ser lanzados a las matazones, es tema de sobra conocido; igual, ante los nervios en la guerra de Corea, los estimulantes y morfina; y en la guerra de Vietnam las tres cuartas partes de los chamacos gringos -en su mayoría conscriptos- se enervaban con mariguana, hachís u opio; o los rusos en Afganistán.

La inmoral Inglaterra (el primer narcopoder, nombrada “la pérfida Albión” por los franceses), al iniciar su ocupación de India en 1760 por tener un déficit comercial con China -entonces con una economía grande basada en productos de fina cerámica y seda- ocupó la región de Bengala hacia Pakistán y Afganistán, y empezó a traficar opio a ese país (por la East India Company y la empresa Jardine & Matheson) para revertir esa balanza comercial. Y de plano en 1893 atacó a China con barcos de motores a vapor y cañones de avancarga para forzarla a consumir sus drogas -increíble cómo suena- y ceder la isla de Hong Kong, donde tenía sus cómplices contrabandistas piratas.

En México, los guerreros aztecas eran odiosos por su crueldad y sadismo, y al estar en sus orgías por fortuna las demás tribus prefirieron aliarse a Hernán Cortés para acabar con su tiranía. Por la independencia y tantas revueltas en tres cuartos del siglo XIX, y luego la revolución de 1910, sabemos perfectamente que el consumo de drogas fue una forma de financiamiento de varios grupos combatientes, y quedó soterradamente latente entre las tropas como una práctica con la que varios comandantes se enriquecieron; como Rodolfo Sánchez Taboada y Lázaro Cárdenas. Siendo presidente este último, fue quien designó a los primeros capos de su natal Michoacán y Sinaloa; aún en 1944, siendo secretaría de Defensa, resolvía asuntos entre capos y políticos, como lo revela el autor Diego Enrique Osorno en el libro El cártel de Sinaloa (Editorial Grijalbo, 2019, p. 159). Cárdenas, contrario a la historiografía oficial, fue apoyado por el presidente de E.U., Franklin D. Roosevelt, nieto del traficante de opio de ese país, Warren Delano Jr. (1809-1898).

Son de inmediato reconocibles las tonadas de la revolución mexicana en “la Adelita”, “la Valentina” y “la Cucaracha” (la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar porque le falta, porque no tiene mariguana que fumar) debido a una sencilla y trágica razón: desde la antigüedad, así como los hashishins o asasín (de ahí asesinos desde la época de las Cruzadas) a los chamacos secuestrados o llevados de leva para pelear, lo que los comandantes militares han hecho para forzarlos a entrar en combate -sin importar sus cortas edades, falta de entrenamiento o nula experiencia- es precisamente enervarlos y estupidizarlos (usando desde alcohol hasta drogas).

Entonces, de nuevo, no sorprende que en México, con el incremento del trasiego y consumo de drogas, sean de plantas naturales o químicos sintéticos, la violencia (una guerra civil de facto que está agobiando al país) se ha incrementado exponencialmente; y son los civiles consumidores quienes de hecho les financian esa escalada de violencia que cada vez les da más poder a los criminales, más recursos turbios para sobornar a inmorales políticos, militares o policías, quienes, insaciables, con tal de lucrar a costa de los ciudadanos no les importa que se asalte, se extorsione (cobre piso), se secuestre (y haya trata humana) y todo eso lo encubran lavando dinero, etc.

Por esto, no es novedad que diversos militares en todo el mundo se enreden con el narcotráfico. Y reitero que cuando son valerosos defensores de un país, como hoy los ucranianos, son una honra, pero los políticos hacen malos a algunos cuando les dan fueros y prebendas (como México hoy incluido).

Continuará…

Atentamente,

José Luis Haupt Gómez.

Tijuana, B.C.

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