Los días parecen más largos. La espera del momento en que termine esta calamidad de gobierno estatal se volvió más apremiante, luego de la última escena entre el gobierno estatal de Jaime Bonilla y el gobierno municipal de Tijuana.
El primer histrión de la nación, ustedes ya saben quién, realizó el acto programado al anochecer. No podía ser de otra manera: el montaje, la puesta en escena y toda la producción del sedicente “presidente austero”, se desmorona ante la mezcla de risotadas y coraje que causan sus despropósitos en una gran mayoría del público nacional y, no se diga, de quienes desde el exterior nos observan.
El diputado federal Mauricio Toledo huyó aparentemente a Chile, acusado de delitos de corrupción. En otro caso que me tocó tratar en la 57 Legislatura Federal, el entonces acusado secretario de Turismo del último tramo del gobierno de Ernesto Zedillo, también huyó, pero a Nicaragua.
Decía el Doctor Juan Miguel Alcántara Soria: no hay que confundir soberbia con una franca postura altanera, con la petulancia. La reflexión y advertencia de Juan Miguel en aquella charla, a grosso modo la hacía consistir en que, para que haya conducta soberbia, el así calificado debe tener y/o cultivar algún talento, habilidad o incluso un don.
Este fue el primer consenso en la mesa: no podría haber reformas que implicaran, ni por asomo, una regresión en materia de derechos humanos. ¡Hagámoslo expreso!, decían unos. ¡Está implícito!, contestaban los otros.
El discurso “moralino” del Presidente López Obrador se hunde en el hoyo profundo de la incongruencia. La 4T insiste -en todo foro, debate y ocasión- en resaltar las presuntas cualidades morales de un hombre a quien, a fuerza de repetición y alabanza, le han colgado como medallas virtudes que él mismo sacude una y otra vez, como gesto de franca alergia.
Corría el año de 1994. La voz tronante, firme y exaltada de Diego Fernández de Ceballos llenaba de manera impresionante el espacio del Palacio de los Deportes en Ciudad de México con aquel “¡Sí, protesto!”. Y salimos de aquel evento en que rindió protesta el candidato presidencial, inflados de entusiasmo y esperanza hacia una campaña en cuyo proceso electoral pasó de todo... hasta el homicidio del candidato oficial.
De 1993 a 1998 fui huésped del Semanario ZETA en su sección de “Opinionez”. Aquella columna intitulada como “Este Planeta”, abordó temas coyunturales locales, nacionales y una que otra visita a temas internacionales. Hoy, de regreso a estas páginas, es mi objetivo compartir mis puntos de vista en un tema que es tan amplio como el contenido mismo de las relaciones político sociales, la creación y observancia de las leyes y el desempeño de nuestra democracia, con el lente puesto en su órgano definitorio: El Parlamento.