“Las reformas (o pseudo concesiones) son las más baratas y las más ventajosas para el gobierno pues espera ganarse con ellas la confianza de las multitudes”.
–V. I. Lenin. ¿Qué Hacer? (1902., P. 82).
Las recientes “Iniciativas de Reformas a la Constitución”, presentadas por el déspota de “rostro humano”, López Obrador, el pasado 5 de febrero, no son más que una lista de “buenas intenciones”.
Dichas “iniciativas”, en el actual carnaval, tienen toda la pinta de ser un ardid electorero, de diversión política, con el fin de llevar agua al molino de la satrapía vendepatrias en el poder. Veinte propuestas elaboradas ex profeso para darle atole con el dedo al pueblo.
Las enseñanzas de la historia han demostrado que las centenas de “reformas” (de tipo económico o político) que se le han hecho, en más de un siglo de existencia, a la actual Constitución burguesa (tanto por los gobiernos “privatizadores neoliberales” como por los “estatistas antineoliberales”) han sido sólo en provecho de la clase capitalista que detenta el poder.
El actual pliego de “iniciativas” del régimen morenista no tiene más que el propósito de entusiasmar, tanto a las fanáticas y sobornadas huestes del partido Morena como a las masas atrasadas en general, con el afán de hacerles creer que tales “reformas” traerán dicha y consuelo a su desgraciada vida. Asimismo, persuadir a la clase media pequeñoburguesa de que tales reformas son un acto “antineoliberal” y justiciero.
Nada más alejado de la verdad. Cuando algunas iniciativas de reformas de aparente carácter popular han sido aprobadas por los parlamentos (después de ser ‘cribadas’, por diputados y senadores, al gusto de la burguesía) y se han convertido en algo tangible, no pasan de ser un paliativo. Un remedio que combate los efectos, pero no la causa de la enfermedad. En otras palabras, las reformas no son más que paracetamol para el cáncer. Y en otros casos ni a paracetamol llegan.
Pero ni con miles de reformas a la Constitución, ni con ofrecimientos grandilocuentes, la clase trabajadora dejara de ser una clase social esclava, explotada sólo para crear riqueza ajena.
La Constitución carrancista de 1917, al igual que las demás leyes fundamentales del Estado colonial burgués, sanciona la dominación política de la clase rica (sin importar que partido burgués de derecha o de “izquierda” se encuentre en la administración gubernamental); sanciona la defensa de la propiedad capitalista y faculta a la patronal burguesa para que esquilme a placer a las masas trabajadoras. Confiere bases legales a los órganos represivos (militares, policías, etc.) con el fin de restringir la libertad y la democracia popular e imponer el “orden” (por ejemplo, el “toque de queda” y el “Estado de sitio”), y perpetrar la represión y su dominación sobre todos (y sobre todo).
El anuncio de las susodichas “iniciativas de reformas” son, por un lado el resultado de la hasta hoy sorda, en general (pero manifiesta en varios casos particulares, verbigracia el movimiento de los obreros de las maquiladoras de Tamaulipas), e incesante lucha de clases entre la burguesía y el proletariado; y por el otro flanco, se trata de la pretensión de la tiranía de encandilar a las masas ingenuas y políticamente rezagadas. Es el siniestro empeño del régimen “socialista” de marras de infundirle a las masas que la única forma de salir de la pobreza y del hambre es con el fortalecimiento y la continuidad del régimen absolutista, que el “humanista” y “dadivoso” López Obrador ha implantado en el país.
Es un hecho irrefutable: con “iniciativas de reformas a la Constitución”, o sin ellas, la clase obrera y todos los pobres permanecerán sumidos en la penuria.
La Constitución burguesa con todo su articulado es un reaccionario aparato de dominación.
Que en ella figuren una serie de principios democráticos es enteramente comprensible para todo obrero consciente de su situación de clase; tales principios han sido impuestos por la lucha de la clase obrera y del pueblo contra sus opresores.
Pero no sólo la Constitución mexicana contiene tales principios. Todos los países capitalistas se han esforzado en una que otra medida por cortarle los vuelos a la clase obrera, reconociéndole algunos derechos sobre el papel y negándoselos en la práctica. Esa es la democracia burguesa.
Las libertades y derechos que prevé la “Carta magna” carrancista son libertades y derechos puramente formales, que son violados diariamente por la burguesía. La Constitución prevé, por ejemplo, el derecho al trabajo, pero esto no constituye un obstáculo para que la patronal capitalista y su Estado arrojen a la calle, al desempleo; al hambre y a la muerte segura a millones de obreros. Como ocurre actualmente.
Bien puede la “Ley suprema” de la burguesía reformarse una y mil veces, pero estas reformas jamás podrán emancipar del yugo capitalista a los trabajadores.
Algunas bellas palabras, como libertad, igualdad, fraternidad, democracia, independencia, justicia, etc., bien pueden durar muchas décadas más en la Constitución; asimismo ser ésta reformada varias veces más. Pero en los hechos, ni libertad, ni democracia, ni justicia habrá para el pueblo trabajador mientras los capitalistas no sean derrocados del Poder junto con su Constitución y sus leyes.
Las “Iniciativas de Reformas a la Constitución”, pregonadas por el despotismo, no tienen otro objetivo más que deslumbrar a gente inocente.
Los obreros reflexivos no se dejarán enredar por esta repugnante demagogia de la tiranía morenista.
Atentamente,
Javier Antuna.
Tijuana, B.C.
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