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viernes, febrero 16, 2024
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Narcocultura: la aberración mexicana

El paraíso mexicano está en peligro de extinción. El lugar de prosperidad y tranquilidad se ha nublado, y en sus caminos y tierras fértiles se han derramado mares de sangre llenos de tiburones a causa de terror y violencia generados de los cárteles de la droga, que se ha convertido en una peste. Una peste que ataca y contagia a cada miembro de la sociedad mexicana.

Los mexicanos hemos sido obligados a radicar en una burbuja aterrorizada de violencia. Sin embargo, nosotros la alimentamos a través de las diferentes manifestaciones culturales en las que se expone y manifiesta el narcotráfico: cine, música, literatura, etc.


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Con una presencia desde los años 60, pero agravado en el sexenio de Felipe Calderón, el fenómeno de la narcocultura se ha caracterizado como una religión cuyo sustento es la construcción de productos ligados a la simbología del narco, consiguiendo desarrollar una identidad individual y colectiva del narcotráfico,  exponiéndose en sus manifestaciones culturales (música, literatura, cine, arquitectura y películas), escupiendo los principios de lujo, muerte, violencia, corrupción y territorio como un veneno mortal y peligroso ante la sociedad.

Los medios de comunicación son los principales involucrados en la escena del crimen, romantizando y endulzando con azúcar la imagen de “héroe” del narcotraficante ante la sociedad, promoviendo una cosmogonía tóxica y repugnante de estos seres como dioses y ejemplos a seguir.

Esto como sociedad debería generarnos un sentimiento de enojo, frustración e impotencia; ¿cómo puede ser posible que la sociedad visualice como un ícono o el padre de la patria a personas que se dedican a extorsionar, asesinar, traficar drogas y atentar contra la integridad física de los mexicanos?


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Tal es el caso del bandido mexicano Jesús Malverde, personaje considerado “el cacique del narcotráfico sinaloense”, venerado como santo por algunas personas por el tipo de milagros que según eso realiza, como la protección en el tráfico de drogas. Incluso, tiene una capilla en Culiacán, Sinaloa, y tendrá una serie que será publicada en Netflix.

También es el caso de la “Chapo-moda” con la venta de camisetas de Joaquín “El Chapo” Guzmán, con sus imágenes y videos publicados en internet.

Es molesto, impotente y frustrante porque el narcotraficante debe tener en su cabeza la generosidad y lascivia que rocían con la venta barata de una polémica fama, y de esta manera, impactar drásticamente en la verdadera cultura mexicana con la producción masiva, que muestra la valentía, la extravagancia y el poder de las drogas, incitando a los jóvenes a imitar a los capos portando armas, presumir joyas y trabajar con ellos.

Expresarse con furia y enojo de los capos de la droga, decirles mugrosos, decirles ratas asquerosas, decir que son una aberración para la sociedad, es exactamente lo que son: despojarles la máscara con la que presumen ante las personas para cegarlas y convencerlos a aspirar a ser narcotraficantes sin tomar en cuenta los daños de esta peligrosa actividad. Por su narcocultura, muchas personas (jóvenes la mayoría) se suman a las filas del ejército del narco. Son peor que andar matando gente, porque ellos reclutan personas para el narco.

El narcotráfico se ha apoderado de las autoridades mexicanas, impactando como mil cuchillos ante el núcleo de nuestro país, y fomentándose a través de sus manifestaciones culturales. Los mexicanos debemos ser personas conscientes, actuando desde un punto de vista ético, para dejar de proporcionarle combustible a la imagen de modelo e ídolo de los narcotraficantes, inculcando principios y valores a nuestras futuras generaciones, dejándonos de exponer ante las balas poderosas que dispara la narcocultura. De esta manera, abonaremos con nuestro granito de arena para enanizar a los narcotraficantes. 

Atentamente,

Leonardo Sánchez Ochoa.

Tijuana, B.C.

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