Muchos médicos, enfermeras y personal de Salud pasaron la Navidad y el Año Nuevo en los hospitales, otros más en sus casas con su familia inmediata, tal como lo hicieron muchos mexicanos, que no se dieron la oportunidad de visitar la casa de la madre, del padre, de la hermana o convocar a los hijos, sobrinos o nietos a sus hogares, por seguir la instrucción gubernamental.

El 14 de diciembre de 2020, dos semanas antes de que López-Gatell se fuera con su pareja y familia a celebrar el Año Nuevo a la playa, señaló él mismo en su conferencia diaria a propósito de la cercanía de los festejos decembrinos: “…No salir de casa a menos que sea estrictamente necesario…Vale la pena hacerse la pregunta, de frente a la puerta de casa, pensar un segundo pensamiento: ¿Vale la pena que salga? ¿Es estrictamente necesario que salga?”.

Pero el Subsecretario fue uno de los que no reflexionaron frente a la puerta de su casa, antes de salir, si valía la pena hacerlo. Fue de los primeros en desoír sus propios consejos y advertencias. López-Gatell decidió salir por un motivo innecesario, como es festejar Año Nuevo durante la peor crisis de la pandemia en México. Si Gatell está cansado y requiere descansar, los mexicanos también lo estamos. Si se siente agotado, la solución es sencilla: que se retire. Punto.

Ante la crisis sanitaria, Gatell ha insistido en la importancia del confinamiento, incluso por encima del uso de un cubrebocas, dos medidas que definieron la exitosa y pronto contención de la pandemia en Asia, ejemplo que los países de Occidente han fallado en seguir una y otra vez.

La primera vez que el subsecretario mexicano instruyó a la sociedad a quedarse en casa fue el 19 de marzo cuando inició la cuarentena en todo el territorio nacional. Entonces Gatell pronunció aquel consejo que tanto habría de repetir: “quédate en casa”. El 28 de abril de 2020 de nueva cuenta, y para justificar su negación al uso del cubrebocas, predicó: “El cubrebocas ayuda, pero lo mejor es quedarse en casa”. Para el 3 de junio, a pocos días de iniciar la transición a la “nueva normalidad” y la utilización del semáforo de riesgo, López-Gatell hizo un llamado a “quedarse en casa”. Todavía el 14 de septiembre ante la proximidad de los festejos de la Independencia, solicitó a los mexicanos quedarse en casa.

El 11 de diciembre del 2020, el subsecretario de Salud fue contundente y para evitar la propagación del virus durante la celebración de posadas, festejos de Navidad y Año Nuevo, dijo textual: “No basta con no salir a la calle: no hay que reunirse con amigos, con familiares (…). Estamos en alerta por COVID-19 en la Ciudad de México”.

Vaya contradicción de este funcionario federal que aceptó públicamente que se fue a pasar Año Nuevo a una playa de Oaxaca con familiares y amigos. De fiesta, en pachanga, mientras los mexicanos siguen falleciendo por una neumonía atípica que no se determina si fue a consecuencia del nuevo coronavirus porque, además, el lineamiento de este gobierno sigue siendo limitar las pruebas COVID.

Sin duda el comportamiento de López-Gatell falta a su ética profesional, pero seguramente se atiene a la protección incondicional del Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien para colmo se fue a jugar béisbol el mismo día que justificó al intocable subsecretario de un sistema de salud fallido.

México es el país con más alta mortalidad por la COVID-19 en el mundo, con un 9 por ciento. 8.78 al martes 5 de enero de 2021, cuando la cifra reportada por el Gobierno Federal, es de 1 millón 466 mil 400 contagios y 128 mil 808 decesos por el nuevo coronavirus. En estas condiciones, el País no ha ganado la batalla y está lejos de haber pasado por la crisis más fuerte de contagios, pues durante las próximas semanas se esperan las consecuencias de las fiestas que los mexicanos no dejaron de hacer, ahora sí que replicando la conducta del subsecretario.

Así que el pedir la renuncia de Gatell es lo mínimo que debería hacer el Presidente de la República, considerando que la irresponsabilidad del Subsecretario en el manejo de la pandemia cada día que pasa se percibe más como un acto criminal casi con 130 mil víctimas en México, a decir de cifras oficiales, sobre las cuales también persiste la duda.