El político más popular que los mexicanos han visto en las últimas décadas, Enrique Peña Nieto, por supuesto, vio descender su popularidad al final de 2013, el primero de su sexenio. Distintas encuestas realizadas por medios de comunicación, como Reforma, del Distrito Federal, o casas encuestadoras como Consulta Mitofsky, dieron cuenta de ello. En el diario capitalino se reportó que de un 52 por ciento de aprobación en julio de 2012, para finales de diciembre obtuvo solo 44%, lo cual denotó una caída de ocho puntos porcentuales en la aprobación popular. En la encuesta de Roy Campos, el Presidente también registró un descenso, de 54% de aprobación al inicio de su mandato, a 49.7% al finalizar su primer año. Analistas, politólogos y los propios hacedores de los estudios de opinión, coincidieron en que la disminución en la popularidad del mandatario nacional se debe a la aprobación de las reformas Educativa, Fiscal y Energética, mayormente. Aun con el infame Pacto por México, donde los partidos coaligados aprobaron dichos cambios (todos en la Reforma Educativa, PRD y PRI la Fiscal, PAN y PRI la Energética), asumen que el costo político lo están pagando el Presidente Peña Nieto y su partido el Revolucionario Institucional. Además, la mejoría en el nivel de vida de los mexicanos no se ve, ni se siente, ni se disfruta, ni se pronostica. El país inició con deuda, el priista no ha complementado las reformas cuyos efectos afectan el bolsillo de los mexicanos, con un plan de austeridad para la estructura de gobierno. Peña no fue transparente ni cuando presentó su viciada declaración de bienes. Rancho aparte, la inseguridad en el país va creciendo -alarmantemente-, en lugar de ir disminuyendo. Considerando que a octubre de 2013, la suma de ejecutados en México fue de 19 mil 16 muertos, una vez que las cifras de homicidios e índice delictivo hayan sido actualizadas, con más de 20 mil ejecuciones en sus primeros doce meses de gobierno, lo convertirá en el año con más muertes violentas producto de la inseguridad, el narcotráfico y el crimen organizado en México. Y qué decir de los cárteles, que en la lucha encarnizada que sostienen en indistintas regiones del país, entre ellos con la corrupción de autoridades, -existen algunas honestas-, hay traiciones, delaciones, enfrentamientos por territorios, divisiones; todo lo que concluye en la creación de más células delictivas y cárteles con mayores índices de violencia. México sigue teniendo hambre. Una gran parte de su población, más del 50 por ciento, vive en condiciones de pobreza, de ésos, la mayoría en pobreza extrema. No tienen qué comer, mucho menos un hogar digno. La Cruzada contra el Hambre emprendida por el Presidente no ha dado los resultados adecuados. Vaya, ni cuando las inclemencias climáticas pusieron a prueba el sistema mexicano, el programita funcionó. A la fecha, en Guerrero, por ejemplo, siguen esperando la ayuda no solo para comer, sino para rescatar del lodo de los huracanes, lo que puedan de su patrimonio. Con los damnificados se transó, se abusó. En estas condiciones, con un país afectado aún por la recesión económica, en la incertidumbre del futuro financiero personal debido a los alcances todavía no calculados de las reformas (faltan las leyes secundarias y reglamentos), con un Pacto por México ya prácticamente desecho, con el acecho de la inseguridad y la caída en la popularidad del Presidente de la República, es difícil entender cómo organizaciones, medios de comunicación y asociaciones en el extranjero, abofetean la idiosincrasia mexicana al nombrar a Enrique Peña Nieto, no solo como lo mejor del año que se fue, sino como uno de los pensadores del mundo, o en caso reciente, el estadista del año. Quizá sea porque las reformas, especialmente la Energética y la Fiscal, benefician en mucho a las fronteras de Estados Unidos, a los europeos, a los de fuera de todos, y no a los mexicanos. Tal vez sea por eso. Porque ellos no saben lo que es vivir en México. Y menos, vivir en México en tiempos del PRI y de Peña. Quizá eso sea.
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