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viernes, febrero 16, 2024
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Comunista

Todavía no se inventaba la minifalda. Tampoco las damitas andaban aireando sus ombligos en público. A los diseñadores ni les caía el veinte por el ahora célebre Wonderbra. La cirugía plástica no era pretexto para falsamente embellecer o retener sin resultados la hermosura. Nada de implantes para engrandecer los senos y menos el bisturí con tal de empequeñecerlos. Al fin de cuentas y dado el caso, tristemente se desfiguraban. No había experiencia médica. Fíjese en los artistas sobrevivientes de aquella época. La cirugía los desgració. Los lentes de contacto no se usaban ni siquiera en las visiones de Julio Verne. Para las películas menos. Casi todas eran en blanco y negro.

Los años cuarenta entonces. Recuerdo la fotografía que se volvió clásica. Una escultural morena. Labios carnosos y ojos negros. Natural y sin postizos de la época. Generosa cadera. Busto de Venus. Nada de escotes escandalosos ni pelo pintado. El original hasta los hombros y sin extravagancias. Cinturita resaltada por su vestido entallado de una sola pieza y hasta abajo de la rodilla. Pierna torneada. Zapatos de tacón alto, delgado y negros. Pisando con salero. Mirada altiva, de reina. Como si no existieran los jovenazos que el fotógrafo petrificó en la estampa. Embebidos. Maravillados. Casi todos con el pantalón de corte pachuco. Cabría titular aquella gráfica con tan popular piropo de la época: “¡Ay, qué curvas y yo sin frenos!”.


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Rita Hayworth                                                                                                                                                                        Miroslava

Allá por 1945 andaba navegando en el quinto año de primaria. Y los más grandes del salón nos enseñaron: A las mujeres había que admirarlas, no mirarlas. Siempre desde lejos. De frente primero y luego seguir su paso. Primero, no detenerse. Esperarlas. Verles solamente el rostro. Y cuando habían pasado, voltear y admirarlas con calma. Desde los tacones hasta el cabello. No detener la mirada en cierta y ninguna parte. Por eso nos decían que solamente así se podía contemplar la belleza completa de las mujeres. Su rostro y su cuerpo. Pero no nada más nos enseñaron con palabra. Fuimos con ellos a caminar. Y desde lejos veíamos a cuanta dama se acercaba. Manteníamos nuestro paso. Seguíamos instrucciones. Y si éramos varios, nos orillábamos o bajábamos de la banqueta para no interrumpir el caminar. También nuestros “maestros” explicaban: Los piropos son para chulearlas. Nunca sobrepasarse con frases groseras. Las palabras de admiración eran la llave para provocar en ellas una sonrisa y empujar al romance. Inicio tal vez de noviazgo. Un piropo era como para que lo recordaran toda la vida.


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“Tongolele” era entonces un monumento viviente condenada por la Iglesia. Una y otra películas se exhibieron en San Luis Potosí con ella y a veces Los Panchos. Cada primer jueves de cada mes era obligación familiar confesarnos para comulgar al día siguiente. Entonces el padrecito nos preguntaba: “¿Fuiste a ver a Tongolele?”. Y según la respuesta era la penitencia. Recuerdo a Rosa Carmina. Rumbera cubana y excelente. Alta y voluptuosa. Envidiaba al gran “Tin-Tan”. En sus películas se rodeaba siempre de mujeres bien pero bien formadas y guapetonas. Todas de ancha cadera y generoso busto. No hallaba uno a cuál mirar. Rebeca Iturbide le acompañó alguna vez. Hermosísima. Luego por esos años nos estremeció Brigitte Bardot. No se diga Rita Hayworth con aquella película, Gilda. La publicidad le pintó “como la bomba atómica” por aquello de lo explosivamente sensual. Miroslava fue inolvidable. Belleza como mandada a hacer y cuerpazo. No se diga Ana Luisa Peluffo.

Precisamente por tales dones las rumberas dieron el paso del baile al estrellato cinematográfico. María Félix estaba en todo su esplendor y por eso le caía perfecto aquello de “mujer divina, tienes el perfume de un naranjo en flor y la divina magia del atardecer”. Sofía Loren nos dejaba turulatos con sus escotes, despertando nuestra imaginación. Katy Jurado tenía lo suyo. Me encantaba Andrea Palma. Se me hacía tan suave y delicada como un pétalo de rosa. Gloria Marín tenía lo suyo. Pero la belleza de Dolores del Río era única. De todas, me agradaba más la simpática Chula Prieto. Simpatía. Hermosura y el cuerpo de aquella época: Muchas curvas. Marilyn Monroe ni se diga. Ava Gardner era para admirarse.

Pero cada vez pechos y caderas entre artistas y modelos han venido de más a menos. Leí un artículo en El País español. Resulta que ahora en la revista Playboy las mujeres tienen “curvas rectas”. Son más delgadas y altas. Están muy lejos de las figuras en los años cuarenta y cincuenta. Dos estudiosos analizaron 577 números seguidos de la revista. Martín Yoraceck, psicoanalista y analista de la Universidad de Viena, Austria y Mary-Ann Fisher, psicóloga y catedrática universitaria en Toronto, Canadá.

Empezaron con un comparativo real: Marilyn Monroe apareció en Playboy cuando tenía 27 años. 91-67-86. Y ahora las artistas o modelos como la mundialmente famosa Naomi Campbell tienen menos pecho y cadera, pero más estatura. El estudio publicado determinó: Altura y cintura crecieron. Así lo indica el Índice de Masa Corporal (IMC) que relaciona estatura y peso. Por eso califican que ahora hay “más masculinización” en la figura de las artistas y modelos.

Rosa Carmina                                                                                                                                                                                    Ninón Sevilla

Los estudios comentaron: Las fotografías de las mujeres famosas y delgadas que aparecen en las revistas tienen mucha influencia. Se tantea que, por hoy, el 69 por ciento de las chicas quiere tener un cuerpo como el publicado. Poco pecho y caderas. Por eso se apanican con la figura de antes. Muchas cayeron en la terrible anorexia o en la infame bulimia. Comen de todo para satisfacer el apetito, pero inmediatamente se provocan el vómito. Así no suben de peso. Muchas ocasiones esta práctica ha tenido consecuencias mortales.

También hay otro punto notable en el estudio: El hombre sigue teniendo más gusto por la mujer “al estilo pasado”. Catherine Zeta Jones, por ejemplo. Los jóvenes y caballeros las creen superiormente ardientes y fértiles. Ana Schoettui, Margarita Gralia, Ana Colchero, Niurka, María Rojo y ese monumento maravilloso: Mónica Bellucci. En fin. He oído a jóvenes y adultos cuando ven a una dama de pechos agrandados artificialmente o cutis re-estirado: “No lo haría con ella porque tiene todo artificial”. “Yo no me ‘aventaría’’” alegando que “a la hora de la hora no van a querer que uno toque nada”.

Jamás olvido las clases para admirar mujeres. A las de pechos y caderas notables. Las de curvas y sin frenos. Viendo todo lo contrario en la delgadez, no me queda otro remedio: Declararme, como Agustín Lara, comunista de la mujer, porque en ellas no hay clases ni medidas.

 

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicada por última vez en junio de 2006.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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