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sábado, febrero 17, 2024
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Dobleplana

Me hizo imaginarlo cuando fue niño. Es que me recordó cómo sus profesores le decían a cada rato: “Hijo, hay que estudiar para ser alguien”. Y entones lo figuro “macheteando” cuanto libro tuvo por enfrente. O cómo prefería hacer su tarea muy bien en lugar de salir a jugar con los camaradas. Supongo cuando fue creciendo. No andaba entre aquellos acostumbrados al gozo finsemanero. Cero pachangas. Debió encantarle aprender hasta apasionarse. Así debió suceder en primaria. Seguramente era el orgullo de sus padres y envidiado entre la chamacada del salón. Sobre todo a la hora de las calificaciones. Provocaba harto berrinche entre condiscípulos. Presumo puros dieces. Es que me escribió “…¿sabe, señor Blancornelas? Siempre fui muy aplicado. Quizá de lo mejor en mi clase”.

Por eso creo obligado su ingreso a la universidad o algún tecnológico. Y como en primaria, secundaria y preparatoria seguro estudió intensamente. Siempre dejando la diversión a un lado. Debió bien terminar y graduarse también con un notable promedio. Pero en el correo electrónico que me envió soltó su desilusión. “Al final me doy cuenta que no es cierto eso de estudiar para ser alguien”. Dolido refirió: “Ahora me encuentro con que las empresas grandes no quieren gente preparada. Soriana, Gigante, Comercial Mexicana y muchas más no son más que la representación moderna de las casas de raya de aquellos tiempos”.


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Ya me imagino. Llegan al final de los estudios con mucha satisfacción. Título en mano como llave para abrir la puerta del progreso. Buena vida. Futuro asegurado. Pero tal cual dicen por allí: Topó con pared. No todo salió como esperaba ni le dijeron sus maestros de primaria. Recordé cuando me recibí de contador privado. O “carrera comercial” como le decían. Saliendo de primaria sin pasar por secundaria. Gran ceremonia de graduación. Estrené traje. Todo muy bonito en 1951. Fui a ver empresarios. Recomendado por mi padre quien los conocía. Nada más verme tan joven ni me recibían. Otros pedían “…su cartilla, por favor” y les explicaba “todavía no tengo los 18 años. Me faltan tres años para prestar servicio”. Y dos que tres ordenaron “…que le hagan una prueba en contabilidad”. Allí encontré siempre personas mayores. Bien vestidos. Algunos todavía usando la histórica visera de plástico verde y cubre mangas negros. Cerros de libros en cada escritorio. Las infaltables lámparas y el cigarrillo humeando. Sumadoras con palanquita. Entonces ni eléctricas. Máquinas de escribir Royal o Remington. Unas de carro largo para los asientos contables. Nada más se oía el teclear. Lo demás en silencio como si fuera iglesia.

–¿En qué le puedo servir, jovencito? “Gracias. Vine para hacer una prueba en contabilidad. Busco empleo”. Nada más me oían y se veían unos con otros. Ni muecas malosas ni sonrisitas sarcásticas. Alguno ofrecía papel y lápiz. Los menos dictaban cifras para multiplicar o dividir. No le veía el chiste. Lo sentía como para salir del paso. Otros con más seriedad planteaban problemas contables. De ellos recibí “…gracias por atender nuestra prueba. Nosotros le llamamos si hay empleo”. Nunca recibí el aviso. De todos modos seguí dándome mis vueltas. Hasta cuando un contador muy sincero me dijo: “Mire, revolvió bien la prueba. Pero la verdad no le darán empleo. Está Usted muy joven. Necesitamos gente mayor. Además el sueldo es muy bajo”.

Eso en 1951. Ahora en 2006 el remitente del correo electrónico me informó: “Muchas de las personas que empiezan a estudiar una profesión no la terminan. Y si la terminan, ¿de qué sirve? De todas maneras no pagan lo justo”. El mensaje recibido me llamó la atención. Y como muchos trató el tema obligado: Narcotráfico. “Quizá estoy equivocado, pero yo lo miro así desde mi perspectiva. El origen tanto de narcotraficantes como el cruce de ilegales a Estados Unidos es el mismo: La miseria en que nos hace vivir este sistema de gobierno”.


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Sentí en el mensaje el desahogo franco y desenfrenado. También como un golpe al hígado. “Este sistema nos niega a tener un nivel de vida digno, porque nos hace vivir en la miseria de nuestro propio país y nos empuja a cruzar la frontera para tratar de obtener mejoras económicas, sin importar si allá se es humillado, vejado y esclavizado, si con eso podemos ascender un escalón en lo económico”.

Recibí su mensaje el día 21 de enero por la mañana. No se contuvo: “Otras personas más valientes aún –y disculpa que les diga valientes pero lo son–, otras personas sí arriesgan a meterse en el narcotráfico para obtener lo que nuestros gobiernos, nuestros patrones nos niegan: Un salario digno y justo. Sigue el correo electrónico: “Porque los que están en el poder y en una posición privilegiada no quieren que los que están más abajo lleguen a su misma altura. Usted también ha de entender eso, porque ya está a un buen nivel económico, no a un nivel de los grandes magnates, pero sí mejor que el de inmigrantes ilegales o de los pobres que se arriesgan entrarle al contrabando. En ambos casos se arriesga la vida”.

Me confesó que “…compré una casa en Infonavit, pero mi cuenta en lugar de disminuir va en aumento. Es una deuda de por vida, no hay esperanzas porque las cuentas que uno hace con el Infonavit están amañadas para que el trabajador no salga nunca de sus deudas y éste nunca se siente libre económicamente, cosa que le mantiene demasiado ocupado como para mantener que el sistema nos está fregando o esclavizando o ambas cosas”.

Luego me sorprendió: “Yo por lo pronto, créame señor Blancornelas, que por mucho tiempo me he estado resistiendo, por lo pronto voy a entrar al narcotráfico, que va mi vida que me importa, ni me interesa en realidad en qué cártel entre, solo entraré. Mucho dice el gobierno de los narcotraficantes y las drogas, pero qué hay de las grandes fábricas de vino, de cerveza, de cigarrillos, ¿acaso no hacen el mismo daño o peor que algunas drogas?” Me dio escalofrío el fin de su mensaje: “Yo también quiero ser como ‘El Chapo’ Guzmán o como ‘El Señor de los Cielos’. Quizá algún día ocupe un espacio en su columna”.

No es la primera vez que recibo un mensaje así. Alguna ocasión escribí sobre cierto profesionista decidido a convertirse en narcotraficante. Desilusionado por desocupado. Hay quienes me piden cómo contactar a los Arellano o a “El Chapo”. También a “El Mayo” Zambada o “al hermano de ‘El Güero’ Palma”. Creen que sé dónde se encuentran. Pero les contesto no saber la dirección. Insisto se dediquen al bien para no terminar mal.

Simplemente responden: “De todas forma me voy a meter de narcotraficante para salir de pobre”. Ante esa contestación no puedo hacer más. Solamente machacar con un “no lo hagas, por favor”. Pero hay algo muy especial en estos mensajes. Vienen de varias partes del país. El hecho de utilizar correo electrónico, habla de cierta preparación y capacidad económica. Pero también desencanto. Y ni modo de recomendarlos a Chambatel.

 

Tomado de la colección “Dobleplana” de  Jesús Blancornelas, publicada por última vez el 15 de enero de 1016.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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