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jueves, noviembre 21, 2024
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El ejemplo arrastra

“Yo con los míos, vivo o muerto”.

-San Justino Orona, mártir. Cuquío, Jalisco.

Atraídos por una fuerza superior, como el burro que tocó la flauta, nos dirigíamos a Yahualica, a ver si encontrábamos el acta de bautismo del segundo párroco de Mexicali (1926-28): Gabino García Gómez. Esos documentos están en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Aquí no. En Guadalajara no tienen referencias; deben estar en Calexico o San Diego.

Inicia el mes de julio, y pues mejor quedarnos en Cuquío; ahí también hubo dos sacerdotes mártires: Justino Orona y su vicario Atilano Cruz, canonizados por Juan Pablo II un 21 de mayo de 2000 en Roma.

Los coloridos adornos rojo y blanco que cuelgan desde las alturas de las torres y campanario de San Felipe de Jesús, templo parroquial de esta comunidad de los Altos de Jalisco, lucen admirables con las nubes aborregadas y negras que anuncian lluvia con el viento. ¡Ah!, blanco de la pureza bautismal, rojo por la sangre de los mártires.

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Estamos en Cuquío y es 1 de julio. La mera fiesta de San Atilano y San Justino. El pueblo está de fiesta, es un gran día para la comunidad. En la notaría parroquial hay recuerdos sencillos sobre la historia de aquellos mártires de la persecución religiosa o Cristiada.

San Atilano y San Justino, mártires en Cuquío, Jalisco

Las historias de vida coinciden. En Baja California, los sacerdotes (muchos mártires) prefieren quedarse con el rebaño o con sus ovejas que huir a la montaña, dejar las comunidades y esconderse. Si no lo expresaron con palabras lo dijeron con su ejemplo –y el ejemplo arrastra–.

En el caso de Baja California, en la región también hubo persecución (por eso andamos buscando al padre Gabino García Gómez), sobre todo en Mexicali y Tijuana, donde los templos estaban cerrados por los perseguidores, por lo que muchos bajacalifornianos recibieron sacramentos en Calexico, San Ysidro y lugares fronterizos. Es el caso del padre Gabino, originario de Yahualica, donde nació en 1892; murió en Pueblo Nuevo –Mexicali- un 13 de noviembre de 1928.

En Chihuahua, el padre Pedro de Jesús Maldonado, fortalecido por Dios, permaneció en su parroquia –no huyó-; también fue torturado y martirizado por las autoridades locales. Fue reconocido santo por su vida y entrega. Y como todos los mártires, hace milagros. Chihuahua le levantó un templo bellísimo en una colina de la capital para honrar su memoria e implorar sus favores. ¡Viva Cristo Rey!, expresaron en pleno fusilamiento.

A la comunidad católica mexicana de aquí hasta el 2031 –ya próximo- le envuelve esta memoria centenaria de la persecución religiosa (1917-1935) y los 500 años de las apariciones guadalupanas. Hay que desempolvar los documentos históricos y el corazón.

Hay muchas cosas por conocer y reconocer, y más cosas que admirar. Un pensador francés, André Malraux, decía que “El siglo XXI o será religioso o no será más”.

Canta Vicente Fernández en “El Martes me fusilan”: “Adiós tierras de Jalisco, Michoacán, y Guanajuato, donde combatí al gobierno que siempre salió corriendo”. Pero hay que corregir que la persecución anticatólica recorrió todo el país, violentando la libertad religiosa y de creencias. Como es el caso de Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Colima, Guanajuato, Michoacán, Nayarit, Tabasco y no se diga Sonora y Sinaloa.

“Nadie ama lo que no conoce”, expresa San Agustín.

 

Germán Orozco Mora reside en Mexicali.

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