En nuestro país los partidos políticos tienen una forma de analizar los resultados electorales que francamente da pena. Cuando ganan, resulta que “el pueblo” o la “ciudadanía” emitieron su sufragio de manera libre y responsable; pero cuando son derrotados, “la compra de votos, el aparato gubernamental, la inseguridad, etc.” son los culpables.
Lo anterior acaba de suceder en la elección del domingo pasado, donde se definieron varios puestos de elección popular; el más relevante: gobernador (a) en 6 entidades de la república.
Escuché en medios de comunicación las declaraciones de los dirigentes nacionales de Morena, PAN y PRI, y sinceramente ni a cuál irle.
Empecemos por Marko Cortés, dirigente nacional del PAN. Por un lado alabó el triunfo de su candidata Tere Jiménez al gobierno estatal de Aguascalientes, calificando el triunfo como una fiesta democrática donde la gente refrendó a los “buenos gobiernos de Acción Nacional”; pero en Tamaulipas, donde perdieron la elección y no pudieron repetir la victoria de hace 6 años, fue culpa del aparato de gobierno federal, que derrochó recursos en ese estado, además existieron regiones donde el crimen organizado no dejó que se instalarán casillas, según lo expresado por Cortés. En lo personal me surge la pregunta: ¿Qué no son gobierno en esa entidad todavía? ¿No puede hacer valer su fuerza policiaca local para generar tranquilidad y certidumbre? ¿Todo es responsabilidad de la federación? Es evidente que no.
El gran derrotado fue el Partido Revolucionario Institucional, y su dirigente Alejandro Moreno responsabilizó, por ejemplo, en Hidalgo, al gobierno federal de lanzar duros ataques en contra de su candidata desde la conocida “mañanera”. Lo anterior sí es real, ¿pero es suficiente para perder por 30 puntos? ¡Claro que no! Lo que pretende “Alito” -como se le conoce- es desviar la atención de su catastrófica derrota ante la traición de uno de sus gobernadores, Omar Fayad, al cual no pudieron ponerlo en cintura y operó para Morena. Además, su candidata -francamente- lució poca atractiva para el electorado.
El priismo nacional, intentando ocultar el efecto de su aplastante derrota en Hidalgo y Oaxaca, se apostó en Durango, donde su candidato ganó por amplio margen. Salvo Durango, tanto el año pasado como éste 2022 el PRI ha perdido todas.
Pero Mario Delgado, dirigente de Morena, no se queda atrás. Los motivos para perder Aguascalientes y Durango fueron -según él- por los ríos de recursos que fluyeron para los candidatos de la Alianza Va Por México (me imagino entonces que no hubo recursos federales o de otros estados para favorecer a sus candidatos donde ganaron). Declaró que hubo prácticas antidemocráticas donde perdieron; pero entonces donde ganaron ¿todo fluyo de manera legal?
Como nos podemos dar cuenta los partidos políticos ni saben ganar ni saben perder. Cuando ganan, se deshacen en elogios para sus candidatos (as), como si fueran extraídos de otro planeta; pero ante el fracaso, culpan al de enfrente por su “detestable” operación política.
Hay una realidad en México desde hace años. Todos los gobiernos federales, estatales y municipales harán hasta lo imposible por conseguir que sus candidatos triunfen aún a costa de cometer irregularidades: operación de los programas sociales, amenazas, compra de votos, acarreos, dadivas, compra de candidatos para que se sumen a su proyecto a cambio de dinero o puestos son prácticas recurrentes y vigentes de los partidos políticos y sus gobiernos. Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra. Seamos sinceros, nadie se salva.
Por lo anterior afirmo que en las elecciones en México ni hay santos en la victoria como tampoco demonios en la derrota.
Alejandro Caso Niebla es asesor en temas de comunicación y políticas públicas.