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miércoles, febrero 21, 2024
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Templo cívico. México: su pasado, presente y futuro (Décima parte)

Cuando le faltaba un año para ordenarse sacerdote, comunicó a su madre el deseo de abandonar el sacerdocio e inscribirse en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca -un organismo gubernamental del que surgieron Juárez y otros dirigentes políticos- para seguir la carrera de abogado. Tras llorar por varios días, la madre, Petrona cedió a que estudiara la carrera. Porfirio fue alumno entre 1849 y 1854.

En los últimos meses desempeñó el puesto de bibliotecario y pasante de abogado. Es falsa la idea que tienen de él en el sentido de que era un analfabeta; todo lo contrario, sabía expresarse con claridad y vigorosamente por escrito, y tenía una forma de hablar muy clara y correctamente, aunque hasta el final de sus días siguió pronunciando incorrectamente “máiz” por maíz”, y “páis” por país.


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No alcanzó a recibirse de abogado porque en octubre de 1854 Antonio López de Santa Anna, en su último y peor periodo provisional, convocó a un plebiscito para que todos los ciudadanos declararan si aprobaban o no su gestión. El votante debería escribir su nombre, cuyas páginas estaban encabezadas con un “sí” y un “no”; la negativa se castigaba con la cárcel o la incorporación forzosa al ejército.

Todos los maestros y discípulos del instituto recibieron órdenes del director en el sentido de votar afirmativamente. Porfirio fue obligado a presentarse en la casilla, pero una vez allí dijo que no deseaba votar. Cuando los funcionarios santanistas encargados de las casillas le preguntaron que si tenía miedo de expresar sus opiniones, el aludido se encendió, tomó la pluma y ante los desorbitados ojos de los presentes escribió en la columna encabezada por el “no” en nombre de Juan Álvarez, el caudillo de la revuelta cobijada por el Plan de Ayutla.

La estupefacción que produjo en los funcionarios santanistas el atrevimiento de Porfirio determinó que por el momento no dieran orden de aprehenderlo. La girarían unas horas más tarde, cuando el joven ya había huido a la Mixteca para incorporarse a la gavilla liberal que encabezaba Francisco Herrera.


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Porfirio Díaz había logrado de las milicias del distrito de Ixtlan asistir a los cursos de la academia militar, y cuando lo pusieron a escoger entre regresar a su puesto de jefe político o quedarse en la milicia con el capitán, optó por lo segundo a pesar de que el cambio significaba una reducción de sueldo de 160 pesos mensuales a solo 50. A él satisfacía más ejercer el mando militar, que ya se había convertido en una especie de droga que necesitaría en el futuro para vivir en plenitud.

En los primeros días de 1858 estalló la guerra de tres años; el país estuvo envuelto en una guerra sin cuartel de los bandos rivales. Esta terrible lucha dio ocasión a Porfirio Díaz de ganar varios ascensos. A mayor, el 12 de abril de 1858, por haber deshecho a una gavilla conservadora. A teniente coronel dos años más tarde y a coronel después, como premio a otra serie de triunfos obtenidos en la región de Tehuantepec.

Félix Díaz se unió al hermano en la lucha. El 20 de octubre de 1860 ambos derrotaron a los conservadores que ocupaban Oaxaca. Porfirio participó, en la ciudad de México, el primero de enero de 1861 y con los liberales festejaron el triunfo sobre los conservadores.

A mediados de 1861 Porfirio Díaz fue electo diputado federal y debió establecer su residencia en la capital de la República. Cuando llegó la noticia de que una gavilla conservadora había matado al caudillo liberal Santos Degollado, pidió la palabra en el Congreso para solicitar la licencia para separarse de su curul y marchar en persecución de los asesinos. La licencia le fue concedida; en premio a su destacada y valiente intervención en varias acciones bélicas, fue ascendido a general brigadier. Tenía entonces 31 años de edad. Al comenzar 1862 llegaron a Veracruz las fuerzas inglesas, españolas y francesas, que pretendían obligar al gobierno mexicano a pagar diversos para cuya liquidación no había un solo centavo en la Tesorería. Ingleses y españoles no tardaron en darse cuenta de la inutilidad de su esfuerzo y dejaron solos a los franceses, quienes secretamente habían entrado en tratos con los conservadores mexicanos para arrojar a los juaristas del gobierno e instalar a Maximiliano de Habsburgo en el trono del imperio mexicano.

Continuará…

 

Guillermo Zavala

Tijuana, B.C.

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Autor(a)

Carlos Sánchez
Carlos Sánchez
Carlos Sánchez Carlos Sánchez CarlosSanchez 36 carlos@zetatijuana.com
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