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martes, abril 2, 2024
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Una geografía delirante

Veinte audaces, seguidos por un grupo mayor de hombres resueltos, a quienes arrastra la sugestión o encadena el deber profesional u obliga otro imperativo, salen de la Iglesia de Palos y van entrando uno a uno en tres naves, que son las barcas de la muerte. Bajan éstas por el río Tinto. Pasan junto al monasterio de Santa María de la Rábida. Salvan la barra de saltes y se pierden a lo lejos. Poco aún no se los ha tragado el misterio. Aún no comienza la lucha con lo desconocido. El punto inicial de la inexplorada ruta está en el archipiélago de las Canarias. Habiendo salido de Palos de Moguer un viernes 3 de agosto de 1492, el día 7 tomaron la Isla de Lanzarote y el domingo, que era día 9, llegaron por la noche a La Gomera. La carabela Pinta, gobernada por Martín Alonso Pinzón, había sufrido averías durante el breve trayecto. Se desconfiaba de ella y Colón pretendía dejarla en la Gran Canaria, sustituyéndola con otra si la hallaba. No encontrando ninguna, hicieron la Pinta redonda, porque era latina. La Santa María figuraba como nao. La Niña, aun siendo carabela, tenía vela redonda. La Pinta conservaba su aparejo latino, pero allí lo dejó. Las tres pusieron sus proas hacia el oeste para iniciar la temeraria travesía y antes de partir transformando a la Pinta, cerraban el ciclo histórico de la carabela. Mediante aquella improvisación, que solo podía embestirse al océano con un mástil de proa que llevase velas redondas, trinquete y velacho. Encomendados a Dios y prometían cambiar el tipo de casco cuando emprendiesen con detenimiento una nueva expedición. El jueves 6 de septiembre, dice el almirante, “partió por la mañana del puerto de La Gomera y tomó la vuelta para ir su viaje. El viernes, que era 7, estuvo en calma y el sábado, día 8, tomó su vía y camino al oeste”, ya no había tierra. Todo era mar, cielo y esperanza. Los bien ajustados tablones de los tres navichuelos que crujían sobre el abismo, llevaban a borda una audacia suicida que intentó y realizó lo imposible. Cuando la Santa María, la Pinta y la Niña se hallaban aún entre La Gomera y Tenerife, vieron por allí tres carabelas de Portugal, Colón creía sentir las asechanzas envidiosas de Don Juan II y el propósito de impedir la empresa. Realidad o cavilación, el hecho es que la gran península no sabía el secreto de la unión, y que entonces como siempre nulificaba con torpezas su heroísmo. Era la casa eternamente dividida contra sí misma. Casa de maldición. ¿Te gustaría seguir la travesía con Colón? Sigue en la página 347 del libro II de “Carlos Pereyra. Obras Completas”.   Vicente Martínez Méndez Tijuana,  B. C.


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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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