Este fue el primer consenso en la mesa: no podría haber reformas que implicaran, ni por asomo, una regresión en materia de derechos humanos. ¡Hagámoslo expreso!, decían unos. ¡Está implícito!, contestaban los otros.
El discurso “moralino” del Presidente López Obrador se hunde en el hoyo profundo de la incongruencia. La 4T insiste -en todo foro, debate y ocasión- en resaltar las presuntas cualidades morales de un hombre a quien, a fuerza de repetición y alabanza, le han colgado como medallas virtudes que él mismo sacude una y otra vez, como gesto de franca alergia.
Corría el año de 1994. La voz tronante, firme y exaltada de Diego Fernández de Ceballos llenaba de manera impresionante el espacio del Palacio de los Deportes en Ciudad de México con aquel “¡Sí, protesto!”. Y salimos de aquel evento en que rindió protesta el candidato presidencial, inflados de entusiasmo y esperanza hacia una campaña en cuyo proceso electoral pasó de todo... hasta el homicidio del candidato oficial.
De 1993 a 1998 fui huésped del Semanario ZETA en su sección de “Opinionez”. Aquella columna intitulada como “Este Planeta”, abordó temas coyunturales locales, nacionales y una que otra visita a temas internacionales. Hoy, de regreso a estas páginas, es mi objetivo compartir mis puntos de vista en un tema que es tan amplio como el contenido mismo de las relaciones político sociales, la creación y observancia de las leyes y el desempeño de nuestra democracia, con el lente puesto en su órgano definitorio: El Parlamento.