La conducta del Presidente López Obrador, al atacar con toda la fuerza y el más asqueroso autoritarismo al periodista Carlos Loret de Mola, ha dado lugar a calificativos de muchos tipos: demencial, dice Jesús Silva Herzog; criminal, agrego yo. Más coloquialmente, Carlos Castillo Peraza habría dicho algún otro apotegma.
Son muchas las fallas en política exterior de nuestro país en los últimos 3 años de Gobierno. Pasan por el abandono de los foros internacionales, pues más allá del obligado septiembre en la ONU, la inasistencia de alto nivel de México en DAVOS, las Cumbres G-20, y no se digan las relativas al medio ambiente, resultan injustificadas y hasta paradójicas frente a la pretensión del Presidente mexicano para que a los demás países vengan a invertir en México, no obstante el menú de atentados contra la seguridad jurídica de esas inversiones.
Los días parecen más largos. La espera del momento en que termine esta calamidad de gobierno estatal se volvió más apremiante, luego de la última escena entre el gobierno estatal de Jaime Bonilla y el gobierno municipal de Tijuana.
El primer histrión de la nación, ustedes ya saben quién, realizó el acto programado al anochecer. No podía ser de otra manera: el montaje, la puesta en escena y toda la producción del sedicente “presidente austero”, se desmorona ante la mezcla de risotadas y coraje que causan sus despropósitos en una gran mayoría del público nacional y, no se diga, de quienes desde el exterior nos observan.
El diputado federal Mauricio Toledo huyó aparentemente a Chile, acusado de delitos de corrupción. En otro caso que me tocó tratar en la 57 Legislatura Federal, el entonces acusado secretario de Turismo del último tramo del gobierno de Ernesto Zedillo, también huyó, pero a Nicaragua.