Para los mexicas (ese término impreciso para denominar al pueblo que formó Tenochtitlán)1, la felicidad no es lo mismo que una buena vida. Una vida feliz es una vida en búsqueda del hedonismo, del pacer puro. La buena vida para los mexicas, se relaciona con el esfuerzo y sobre todo con el sacrificio, mismo que era practicado con barbarie, pero que era una forma de demostrar que la vida de uno no era propia, sino para servir a un bien mayor, con arraigo en la comunidad y el medio ambiente/naturaleza/deidades, que se simboliza desde su concepción: El pueblo del sol que salió de Aztlán y se formó por personas de otros pueblos, fundó Tenochtitlan en un valle con un lago donde un águila devoraba a una serpiente, postrada sobre un nopal. El nopal es una vegetación espinosa, difícil, compleja, dolorosa a veces, pero que produce frutos o recompensas muy dulces.
“Sólo ofreciéndole el sacrificio de los hombres podrá alimentar al sol; sólo ofreciéndole la tuna colorada, podrá el ave solar continuar su vuelo”.2
Existe una brecha entre el mundo que necesita padres con vocación para ello, y padres que están procreando sin vocación para ello. Sin buenos padres, ¿cómo se van a desarrollar mejores seres humanos para un mundo que los necesita sin padres con vocación? Más allá del crecimiento demográfico cada vez más lento de lo normal, por factores generacionales y hasta de equilibrio ecológico, lo cierto es que el planeta no necesariamente necesita más personas, pero sí que el porcentaje de las que ya existen, sean personas comprometidas, y necesita padres líderes. Necesita padres que sean, en el sentido amplio, un ejemplo de vida para quienes heredarán la tierra. El reto climático, el hambre, los feminicidios, el agua, entre otros, son problemas gigantes que nos afectan y amenazan. Todos estos existen, y no van a desaparecer si los ignoramos.
Si se quiere tener familia, el planeta necesita de personas que no teman a las dificultades que esto engloba. El poco sueño en los primeros meses de un bebé no es para siempre y el divorcio (a veces doloroso y caótico) no es fracaso. Los solteros también se desvelan, y no necesariamente estas desveladas rinden frutos, ni son fértiles. Dependiendo a qué edad de los hijos se dé un divorcio, y qué tan bien hayan sido formados, la separación de los padres es el cierre de un ciclo con objetivo consumado: El de forjar a hijos con autoestima y compromiso. Si los hijos son personas de bien, entonces ¿cómo podría considerarse el divorcio un fracaso? Simplemente es el tránsito hacia la libertad de los padres de poder emprender algo más. Cada divorcio es un caso especial, y algunos son muy estridentes, pero como muchos dolores, la mayoría de las veces son necesarios.
Tener o no hijos es una decisión personal, que sin duda no es para todos. Creo firmemente que muchas personas que tienen hijos, no deberían. Y hay quienes sí deberían, pero no quieren. Al final, el objetivo no es crear proyectos por crear, o procrearse por procrear, sino atacar los grandes problemas de la humanidad. Y, para atacarlos, se requieren de ciudadanos activos, propositivos, que se conviertan en agentes de cambio, y estos a su vez surgen (entre otros factores) de padres que los orienten para ello.
[2] https://red.unid.edu.mx/index.php/blog-edu/la-cultura-azteca
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com