La frase “A mí me hubiera gustado ser militar de carrera y no a la carrera”, se le atribuye a don Porfirio Díaz. Sí, el general que más tiempo ocupó la Presidencia de la República fue un miembro de las fuerzas castrenses que, a diferencia de su hermano Félix, no estudió en el Heroico Colegio Militar, sino que obtuvo sus ascensos como resultado de sus conquistas en la batalla.
Y es que, en la actualidad, la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) establece que los rangos militares son: soldado, sargento 2/o, sargento 1/o; subteniente, teniente, capitán 2/o, capitán 1/o; mayor, teniente coronel, coronel; general brigadier, general de brigada, y general de división. Cada cargo conlleva privilegios y responsabilidades, ambos logrados como resultado del mérito.
Si bien es cierto que la milicia no es un ejemplo de perfección, sino de perfeccionamiento, la disciplina que practican es algo digno de considerar. De hecho, si nos remontamos a la historia de nuestro país, encontraremos que los militares han tenido un gran protagonismo. Desde la creación de nuestra nación en 1821 hasta nuestros días, el ejército sigue ocupando un lugar preponderante en la agenda pública nacional. Allende de las atribuciones y competencias que tienen la SEDENA y la Secretaría de Marina (SEMAR), recordemos que la actual administración federal ha depositado muchas de las funciones administrativas (civiles), en manos del ejército.
Durante el siglo XIX, la presencia militar en las decisiones de carácter público fue determinante. Luego, en el México moderno del siglo XX, hasta la Constitución de 1917 fue promulgada por el jefe del Ejército Constitucionalista. Posteriormente, a partir de 1920, la sucesión del poder presidencial se concentró en generales mexicanos. Desde Álvaro Obregón hasta Manuel Ávila Camacho. Después, vendría el primer jefe de las fuerzas armadas mexicanas de origen civil. De Miguel Alemán hasta la fecha, no hemos tenido un presidente de origen militar. A pesar de ello, hoy los militares se encuentran hasta en la sopa.
La disciplina castrense se trasladó a la política mexicana. Basta recordar que el Partido Nacional Revolucionario (antecedente primario del PRI), fue fundado y dirigido por militares. La mayoría de ellos, estoicos, aguardaban su “turno” en el acceso al poder. La cosa se pudrió, se escucha en una película mexicana reciente, cuando la disciplina se dejó del todo atrás.
Lo que es un hecho es que, desde siempre, los altos mandos han sido quienes toman decisiones y ejecutan medidas. Lo mismo ocurrió con el partido tricolor. Se comenzaba desde “abajo” y se iba escalando. Se recorría la cadena. Tal vez dicho hábito se ha perdido, pero siempre se puede volver a adoptar y, sobre todo, dando oportunidad a quien no la ha tenido, aunque se la haya ganado.
De tal suerte que, en días recientes, el dirigente de uno de los partidos políticos más jóvenes del país compartió un pensamiento, además de básico, lógico: todo soldado que respira aspira a lograr un mayor rango. Cuando lo posee, pasa de hacer a dirigir. El conocimiento, la experiencia y el mérito le han otorgado ese derecho. Y es que, en ciertas ocasiones, hay que volver al principio, como origen y como ideología: lealtad, gratitud y solidaridad, consigo mismo, con los suyos y los nuestros. Una vez más, los jóvenes nos han aleccionado.
A manera de colofón: que irónica es la vida, pues el acérrimo “enemigo” del aún Presidente López Obrador es Carlos Salinas (CS), y curiosamente su abanderada es Claudia Sheinbaum (CS). ¿Coincidencia o destino?, dirían por ahí…
Post scriptum: “La guerra es un juego serio en el que uno compromete su reputación, sus tropas y su patria”, Napoleón I (Bonaparte).
Atentamente,
Francisco Ruiz, escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
Tijuana, B.C.
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