La multipremiada escritora tijuanense Estela Alicia López Lomas, también conocida como “Esalí”, homónimo de su primer libro publicado en 1985, cumple 80 años este domingo 31 de marzo de 2024.
Aunque nació en Tlaquepaque, Jalisco, el 31 de marzo de 1944, “Esalí” vivió por 50 años en Tijuana, entre 1957 y 2007.
Estela Alicia López Lomas es la escritora tijuanense con mayor cantidad de premios y reconocimientos literarios, tanto en poesía como en ensayo, novela y cuento, obtenidos entre la década de los 80 y 2000.
Actualmente radica en Zapopan, Jalisco, desde donde se mantiene escribiendo y leyendo; de hecho no acepta homenajes ni ningún tipo de actividades sociales.
En 2023, “Esalí” concedió generosamente una entrevista a ZETA, publicada el 24 de marzo de ese año, misma que forma parte del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”, el cual imprimirá este año la Secretaría de Cultura de Baja California.
Aunque próximamente ZETA publicará otra entrega donde la autora tijuanense habla sobre todo de su obra literaria, por el momento se comparte el diálogo publicado en 2023, mismo que trata básicamente sobre semblanza y algunos detalles de sus obras.
“SI NO HUBIERA SIDO POR TIJUANA, YO NUNCA HUBIERA ESCRITO”: “ESALÍ”
Mística y mítica tras su destierro de Tijuana desde 2007 luego de residir por 50 años, alejada de la escena pública y sin aceptar homenajes que algunas instituciones le ofrecen constantemente, Estela Alicia López Lomas, más conocida como “Esalí”, es la poeta tijuanense con más cantidad de premios literarios ganados entre las décadas de 1980 y 2000.
Es miércoles 30 de noviembre de 2022 (se desarrolla la Feria Internacional del Libro de Guadalajara) y la multipremiada poeta bajacaliforniana recibe amablemente al reportero en su casa de Zapopan, Jalisco, desde donde se mantiene leyendo, escribiendo y al margen de todo boato.
Entre anécdotas y otros relatos, “Esalí” recrea algunas escenas culturales en Tijuana de las décadas de los 50, 60, 70 y 80, además de recordar a sus maestros de los talleres literarios en los que participa en esa época y confesar algunos secretos de su creación literaria.
DE TLAQUEPAQUE A TIJUANA
Estela Alicia López Lomas nace el 31 de marzo de 1944 en Tlaquepaque, Jalisco. Hija de Antonio López Aldana y Matilde Lomas Nuño, sus abuelos paternos, Agustín López y María Estefana Aldana Carlín, se hacen cargo de ella desde los tres años de edad.
“Soy criada de abuelos, de abuela, porque el abuelo murió pronto. No había libros en casa, ni había dinero con qué comprarlos, no había bibliotecas ni librerías en Tlaquepaque, pero había un ‘Quijote’ enorme, era un ‘Quijote’ más o menos como una Biblia, ese ‘Quijote’ yo lo trataba de entender, tenía monitos, tenía a Sancho y al señor flaco”, recuerda, a la par de rememorar su educación religiosa tanto en Tlaquepaque como en Tijuana, ciudad a la que llega en 1957, a la edad de 13 años, con su familia.
“En Tlaquepaque hice la Primaria con las monjas franciscanas. Llegué a Tijuana en 1957 y me fui directo al Colegio La Paz, quedaba a dos cuadras. El Colegio La Paz estaba por la calle Segunda y Avenida Internacional; estaba allá porque allá estaba el convento. Entonces, a esa edad, medio turno vivía con las monjas, como de ocho de la mañana a seis de la tarde”.
De hecho, evoca que durante su etapa en el Colegio La Paz de Tijuana escribe sus primeros textos entre 1957 y 1961, mismos que el Padre Pedro Vera edita en “Esalí” (Tequila Cuervo, 1985), el primer poemario de Estela Alicia López Lomas: “En esos cuatro años me pulieron las monjas a más no poder, ni siquiera dándome clases de literatura sino ‘Escríbele a la superiora porque cumple 30, 40, 50 años, ya de superiora’. A los 13 años era ya la escribana de las monjas del Colegio La Paz”.
EN “SEGUNDA MAYÉN”
Estela Alicia López Lomas trae a la memoria dos acontecimientos importantes en su descubrimiento de autores determinantes en su formación o que, incluso, influyen en su obra literaria: los libros en inglés que encuentra en “Segunda Mayén” y, posteriormente, los que lee gracias a la Librería Atenea de Tijuana. Primero confiesa que, a los 13 años, en 1957, cuando estudiaba en el Colegio La Paz, adquiere sus primeros libros en inglés en el establecimiento “Segunda Mayén”, que se localizaba en la calle Primera, entre avenida Miguel F. Martínez y Mutualismo, en la Zona Norte de Tijuana:
“Mis primeros libros los compré el día que un borracho me asustó en la calle Primera, me prensó la cabeza con el cristal, estaba un letrero: ‘Libros en inglés, 5 y 10 centavos’, era ‘Segunda Mayén’. Estaba desbaratada una caja grande, ya hecha pedazos y los libros derramados”.
De hecho, revela que en “Segunda Mayén” descubre los ‘Cantos’ de Ezra Pound, lo cual significa su primer contacto con la obra del autor, que después es fundamental para escribir “El último monolito de la noche” (CECUT/CONACULTA, 2004):
“Mi papá me dio de domingo 25 centavos y con 25 centavos yo salí con ‘War and Peace’ (de Lev N. Tolstói) y algunos de los ‘Cantos’ de Ezra Pound, eran como pedazos; estaba ‘Forever Amber’ (de Kathleen Winsor), una novela que 20 años después pude conseguir la segunda mitad, porque allí (en ‘Segunda Mayén’) era pedacería de libros heridos, en inglés. Lógico que después descubrí las buenas librerías de usado en San Diego. Tengo toda la colección de todos los ‘Cantos’ de Pound, los análisis de su obra, ensayos sobre su obra, porque me enamoró el estilo de poesía que él hacía, que yo en mi vida había leído poesía, porque sí, las monjas tenían libros en Tlaquepaque, pero eran libros de poesía mística. En Tijuana, las monjitas tampoco tenían, no había una biblioteca donde yo me fuera a encontrar y empecé a darme cuenta que lo que me atraía era lo rebelde. Un libro que me llenó el alma se llama ‘El Dios en quien no creo’, maravilloso, de Juan Arias; el libro por el puro título a mí me enganchó. Yo no estaba peleada con Dios, sino con la idea del Dios que me habían dado”, relata.
EN LA LIBRERÍA ATENEA
Tras egresar del Colegio La Paz de Tijuana como Contador Privado, en 1962, Estela Alicia López Lomas emprende inesperadamente un proyecto de lectura, gracias a la Librería Atenea, que se localizaba en la calle Constitución, en el Centro de Tijuana, donde el librero conocido como “el profesor Blanco” (Antonio Blanco, maestro español refugiado en Tijuana), le prestaba algunos libros, entre 1962 y 1965. Narra que cuando caminaba de su casa a su trabajo en el Centro de la ciudad fronteriza, pasaba por la Librería Atenea, donde veía los libros a través del aparador de cristal:
“El profesor Blanco sale un día y me dice: ‘¿Qué tú lees de nariz?’. Recuerdo que como que quise limpiar con mi hombro el cristal donde había puesto yo la nariz, porque de verdad yo no me daba cuenta que pegaba la nariz, era como ver lo más maravilloso: veía la ‘Odisea’ y la ‘Ilíada’ en el ventanal. Y me dice: ‘A ver, ¿por qué no entra?’. Le digo: ‘Es que yo no puedo comprar libros’. Me dice: ‘¿Y quién le dijo que aquí hay que comprar libros?’. Yo ganaba 21 dólares a la semana, pero yo pagaba la renta”.
Valora el sistema personal de préstamo de libros que le ofrecía el intelectual profesor Blanco:
“Hizo que me metiera a la librería y me dijo: ‘Mira, aquí vas a leer todo lo que se te pegue la gana, cuanto quieras leer tú nada más vienes y escoges’. Y le dice a la cajera: ‘Vela bien, va a venir cada semana por un libro o dos, los que ella se comprometa a leer en una semana’. Me dijo: ‘No me los maltrates. Ni siquiera vas a venir a buscarme a mí, ni a ella le importa. Ella te va a ver entrar, vas a regresar el libro que te llevaste, vas a tomar otro sin decir nada’. Y así estuve leyendo, tenía 18 años y medio, hasta que me casé en 1965. Quiere decir que leí gratis como tres años. Yo tenía rato pasando y viendo las ediciones bellísimas de la ‘Odisea’ y la ‘Ilíada’. Así estuve yendo una vez cada semana, una vez cada quince días”.
Además de la “Odisea” y la “Ilíada”, Estela Alicia López Lomas reconoce que en esa época lee títulos de literatura oriental, entre ellos, recuerda “The tale of Genji”, de Murasaki Shikibu; y “Un momento en Pekín”, de Lin Yutang.
LOS PRIMEROS TALLERES
“Esalí” narra que primero asiste al Taller de Poesía “Voz de Amerindia” que dirigía Francisco Rafael Lope Ávila en 1978, en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) Campus Tijuana:
“Con Vizcaíno no tallereamos, él puso quien nos tallereara. El director del taller era Francisco Rafael Lope Ávila, venía de Yucatán, poeta, y se acababa de ganar un premio con ‘Orquídea de luz’, se me pegó el título de su poema triunfador. Entonces Vizcaíno lo contrató como director del taller ‘Amerindia’. Era 78, 79. Era un grupo como de seis, ocho. Allí conocí a Lauro Acevedo, fue mi gran amigo, y sigue siendo, de esa época, mi gran amigo”.
También acude al Taller de Poesía con Roberto Castillo en la Universidad Iberoamericana: “En la Ibero empecé a tallerear con Roberto Castillo, porque yo había leído cosas de él en el periódico, pero no nos conocíamos. Entonces yo empecé a ayudar en la biblioteca, 80, 81. La Ibero estaba en la Cuautla (Instituto Cuauhtlatóhuac), o sea, en la Diez y Ocampo. Recuerdo que la maestra Conchita era la encargada en la Ibero de Extensión Universitaria y ahí yo empecé a ir cuando dijeron que había un taller de literatura, dije: ‘de aquí soy’”.
Reconoce: “Yo no hubiera escrito la ‘Visitación de Eros’ si no ha sido por Roberto Castillo”. Es entonces cuando revela el proceso de escritura de ‘Visitación de Eros’: “Está dividido en cuatro partes la ‘Visitación de Eros’; en la primera parte quise hacer un juego con poesía místico erótica, porque traía todo el misticismo de Santa Teresa de Jesús, en ese estilo, o de San Juan de la Cruz, que sí es erótico, pero que cuando estás metido en eso, no lo ves como erótico porque no te lo enseñan las monjas como erótico, ya después en las universidades pues te dan otras versiones. El poema dice: ‘Entró, analizó contornos, se recargó en los muros, los sintió húmedos, líquidos, armó un columpio sonrosado y se meció a sus anchas’. Entonces, cuando levanté la cara Roberto estaba rojo, y me dijo: ‘Oye, comadre, Estela Alicia, me lo vas a volver a repetir , pero en presente, no lo golpees, está golpeado. Vuélvemelo a decir’. Entonces dije: ‘Entra, analiza contornos, se recarga en los muros…’”.
EN EL TALLER DE FRANCISCO MORALES
Un lugar especial también ocupa el Taller de Poesía que dirigía Francisco Morales, en la casa de Estela Alicia López Lomas que se localizaba en el fraccionamiento Chapultepec:
“El taller con Francisco Morales fue como en el 87, 88. En mi casa fue el Taller Imagen, él le puso Taller Imagen. Fue un muy buen taller. Allí iba Luis Humberto Crosthwaite, iba Francisco Bernal, fue luego director del ICBC en Mexicali. Luis Humberto Crosthwaite iba a ver al teacher, al amigo, pero no se quedaba, lo oían un rato y se iban, igual Francisco Bernal, se asomaba. Estaba Teresa Palau, Waldo López, Elizabeth Cassezús; estaba Roberto Henestrosa, el doctor Jorge Raúl López Hidalgo; el doctor López Hidalgo estaba también en el taller de Roberto Castillo y varios que estábamos con Roberto se fueron a mi casa”.
Siempre reconoce la figura de Francisco Morales: “Querían muchísimo al profe Francisco Morales, lo respetaban mucho en el tiempo que no había talleres. Pancho creció como un ‘papá con pollitos’, con cada quien creo que tenía su propio mundo, donde un Pancho es uno para un amigo, para otra persona es otra persona diferente. Francisco se retroalimentaba mucho de lo que él significaba para sus amigos, él les alimentó mucho su literatura, compartía mucho. Siempre fue el amigo en el trago y el amigo en la escritura, las dos cosas”.
EN LA CLASE DE HORST MATTHAI
“Esalí” también tiene palabras de recordación para el filósofo alemán avecinado en Tijuana, Horst Matthai (Hannover, Alemania, 1912-Tijuana, Baja California,1999):
“Primero empecé a tomar clases con Roberto Castillo y al tiempo aparece –como que lo bajó Dios del cielo–, el profesor Horst Matthai. El profesor Matthai empezó a dar clases en la ‘Cuautla’. Tomaba las clases de Matthai en la tarde y las de Roberto Castillo eran a media mañana. Con Roberto Castillo era lectura y escritura, todo lo que llevaras, a leerlo, y te iba diciendo; muy formales las clases, como maestro Roberto es muy buen maestro”.
—¿Cuántos años tomaste clases extramuros con Horst Matthai y cómo influyó en tu obra?
“Quizá tomé clases unos seis años con Matthai, desde que llegó a Tijuana hasta que me vine yo a operar acá a Guadalajara. Me operaron en noviembre de 1988 por primera vez la cadera y me quedé aquí en Guadalajara, no recuerdo si un año o año y medio porque pues tenías que hacer cola para que te operaran”.
Entonces confiesa por qué es importante el filósofo Horst Matthai en su trayectoria: “Matthai me decía: ‘Mi señora, el tiempo no existe, el tiempo es la mayor fantasía de todas’. Me decía que al meternos al agua no es la misma agua ni el mismo cuerpo, por lo tanto, la que escribió hoy en la mañana a lo mejor en el día algo me cambió y al día siguiente ya soy otra; o soñé algo que me dio otra medida de algo”.
“MIS PRIMEROS GRITOS DE LIBERTAD”
El primer libro publicado de Estela Alicia López Lomas es “Esalí” (Tequila Cuervo, 1985) en Querétaro, bajo la edición del Padre Pedro Vera, aunque advierte que son “escritos de infancia y adolescencia”. Su segundo poemario, “Aprendiz de humano” (Instituto Tecnológico de Tijuana, 1987), editado por Ramiro León Zavala, ocupa un lugar en la historia de la literatura tijuanense de la década de 1980:
“Con ‘Aprendiz de humano’ me gradué, le perdí el miedo al miedo, el miedo a hacer el ridículo lo perdí. Aprendiz de humano fue escrito en una época muy de crisis: crisis de fe, lo tengo que decir, ya me había peleado yo con un obispo, ya un obispo me había corrido de mi chamba; entonces estaba yo aprendiendo a sacar no las uñas, sino la lengua, como cuando alguien te saca la lengua y tú también le sacas la lengua. Y fueron mis primeros gritos de libertad”.
—¿Cómo se interesó Ramiro León Zavala en publicar “Aprendiz de humano” en 1987 en la editorial del Instituto Tecnológico de Tijuana?
“Tomás Perrín tenía ‘El agua de la presa’, una novela muy buena. Entonces Tomás me dice: ‘¿Por qué no vas al Tec?’. Para allá me mandó Tomás Perrín. Luego, de las que tomábamos clases con el profesor Matthai, Yolanda Chávez Pierre daba clases en el Tecnológico, y me dijo: ‘En el Tecnológico tienen buena imprenta, vete con Ramiro León Zavala’. Y yo llegué con mi montón de hojas y desesperada porque tenía un año para sacar un libro: ¿Cuánto va a costar?, ¿cómo voy a sacar el dinero?, ¿de dónde?, ¿qué hago? Y con tan buena suerte que me vio entrar, y yo con un montón de papeles, se me acercó: ‘¿Sabes qué? Yo te voy a hacer tu libro’. Dije: ‘Pero, ¿cuánto va a ser?’. ‘Luego nos ocupamos de eso’. Las cosas salen así. Me dijo: ‘¿Me lo vas a confiar?’. ‘Sí, pero no traen títulos’. O sea, yo nada titulaba de lo que escribía, todos los títulos se los puso Ramiro. Él hizo el libro, yo le llevé los papeles. Todo está, no me le cambió nada”.
—En “Aprendiz de humano”, en el poema “Esalí…”, escribes: “Esalí… / aún no naces / ¿y sin nacer mueres? / ¿o mueres al nacer?”. Podías hablarnos de esta idea de nacer y morir en estos versos…
“Mi nacimiento fue producto de una bala que por milímetros no le traspasa a mi madre, le pasó entre el pelo, y donde ella tenía la cabeza en la cabecera quedó incrustada la bala, supuestamente iba a nacer en abril y nací en marzo. Entonces, hay muchos no naceres en mi vida, no me dejaban nacer, no me permitían nacer, no me dejaban ser yo y yo sabía que la única salida que tenía, en donde no me iban a pelear tanto, iba a ser en el convento, no era vocación, era donde alguien me quisiera un poquito y yo no había conocido el amor de nadie. Cuando empecé a escribir de niña –que no le mostraba a nadie–, sentía que yo me quería, que eran mis cariñitos para mí, aunque fueran de tristeza, de llanto, de lo que fuera, eran mis cariñitos para mí. El primer poema rimado que escribí tenía como siete años y habla de la muerte de un niño Juanito, muy rimado, muy chiquito, como si fuera un muñequito y resulta que mi hijo más chico, el que murió, pues se llama Juanito y llevé sus cenizas al mar de Rosarito, ahí me voy a ir yo cuando me toque.
“Antes de llegar a Tijuana, yo empecé a leer, por las monjas, a Enrique González Martínez porque la monjita a escondidas tenía su librito de Enrique González Martínez y me lo prestó; ahí me empezó a gustar algo que no tuviera que ver con Dios y con el santo y con nada más. Ahí tenía yo como ocho, nueve años. Esta monja yo creo que no debió haber sido monja, tenía mucha hambre de maternidad y era tierna conmigo, pero no permitían que te abrazaran las monjas. Ella me enseñó a cantar habaneras, tenía un acentito raro, nunca supe si era mexicana, no lo dudo que haya sido cubana porque me enseñó a cantar varias cancioncitas muy de Cuba. Entonces, yo entendí que mi naturaleza andaba muy para arriba y muy para adentro; muy para arriba porque me gustaba mucho el infinito y todo lo que quepa en el infinito; y para adentro, porque ése era mi mundo y ahí sigo viviendo, y no es un mundo en el que se pueda entrar, nadie puede ocupar otro cuerpo, pero a veces ocupas el cuerpo y el papel y te acaricias a través de lo que escribes”.
—Podrías hablarnos de las formas versales de “Aprendiz de humano”, donde prevalecen los versos cortos, con repeticiones, y versos largos como versículos, ¿de dónde viene este manejo del ritmo que tienes en tu obra?
“Yo tenía que estar recitando desde que las monjas sintieron que cuando yo leía chiquita, seis años, la gente oía. Y entonces, en todas las fiestas para las mamás, los cumpleaños de la directora, pues salía la niña a leer el poemita, no muy largos, pequeños, hasta que me dijeron: ‘Ahora escribe tú los tuyos’. Y luego, esta monjita me empezó a dar a leer –y con mucho secreto de no decir que ella me estaba dejando–, a Enrique González Martínez. A Enrique González Martínez lo leí como hasta los 30 años, porque llegando a Tijuana conocí al que fue mi confesor, que murió el año pasado, y para mi sorpresa me dijo: ‘Este libro lo leía yo mucho en el Seminario’; era de Enrique González Martínez, eran tres libros (‘Silénter’; ‘Los senderos ocultos’; y ‘Tuércele el cuello al cisne, y otros poemas’); entonces leí todo lo que pude de Enrique González Martínez ya en Tijuana y en el Colegio La Paz estudiando contabilidad.
“Entonces, en la escuela me enseñaron a escribir como paralelismo de los Salmos, cómo vas pareando uno con otro, se repite; es éste y dice lo mismo en el siguiente; eso era básico porque pues yo tenía ocho horas diarias de vida con las monjas, por 15 años, fue mucha lectura, mucha poesía mística. Fuera del mundo, pues yo empecé a hacer mis caminitos a través del profesor Blanco”.
“NO HEMOS APRENDIDO A DARLE ESPACIO A LA BONDAD”
Un libro también emblemático de la literatura tijuanense es “El fuego tras el espejo”, con el que Estela Alicia López Lomas gana el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2000, editado en 2002 por el Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC) de Tijuana:
—En “El fuego tras el espejo” se lee: “un llanto azul / me desvaría / no sé si llora el / plumbago / o el recuerdo que rasga / con su sable de palo / al caballito de troya / despatarrado en esa esquina / sobre el camioncito rojo / de bombero / que sigue preguntando: / ¿dónde es el fuego?”. Es un libro en el que se percibe la violencia. ¿Qué es “El fuego tras el espejo”?
“Sí. Es un corredero de sangre, es la muerte de los niños: ‘Ya se asoma la muerte azul / sobre la cuna rosa / sobre la cuna roja’. ‘El fuego tras el espejo’ es la sordera del mundo, la no empatía, el deseo de venganza, el deseo de dañar y cómo aún en el peor momento de maldades tú te proteges como se protegían los judíos en el holocausto”.
—Hay una parte en “El fuego tras el espejo” donde dices que “todo es Auschwitz”, ¿por qué?
“Porque al final de cuentas seguimos en el Auschwitz, porque no hemos aprendido como humanidad a darle espacio a la bondad. Cuando leí ‘El cuarteto de Alejandría’ (de Lawrence Durrell) hay una frase que dice: ‘El mundo está enfermo de falta de ternura’, y para mí la ternura es la bondad, en nada que tenga que ver con el holocausto hay ternura y, sin embargo, había ternura”.
“LA POESÍA ES UN VEHÍCULO DONDE TE ENCUENTRAS”
Estela Alicia López Lomas es la poeta bajacaliforniana más premiada. Entre sus 26 premios por concurso (sin considerar los homenajes) en poesía, cuento, ensayo y novela figuran el Premio Nacional de Poesía Centenario de Tijuana 1989 por “Visitación de Eros” (Instituto Tecnológico de Tijuana, 1989); ese año también gana la Mención Especial del Premio Nacional Ensayo Literario Centenario Tijuana con “Laberinto sin retorno (o el mito de la opción por la muerte en las poetas)”.
En “Laberinto sin retorno (o el mito de la opción por la muerte en las poetas)”, editado por el Instituto Tecnológico de Tijuana en 1990, en la presentación titulada “Génesis del presente trabajo”, Estela Alicia López Lomas anota:
“Fueron los mismos jueces (Mario Ortiz Villacorta, Arturo Pompa Ibarra, Miguel de Anda Jacobsen y Rubén Vizcaíno Valencia), quienes, calificando primeramente Poesía me dan una Mención Especial por ‘Laberinto’, diciendo estas palabras: ‘Se había sacado usted el primer lugar también en el Ensayo, pero ya habiéndoselo sacado en Poesía, y por ser éste un trabajo tan doloroso, además no conviene hablar tanto del suicidio, es que elegimos dar el primer lugar en Ensayo a otro trabajo y como el suyo es muy bueno, pues darle la Mención Especial’”. De hecho, advierte que originalmente gana el Primer Lugar en Ensayo Literario Centenario Tijuana con ‘Laberinto sin retorno (o el mito de la opción por la muerte en las poetas)’, pero, sostiene, “Vizcaíno lo retiró. ¿Y por qué iba usted a llevarse los dos premios?”, recuerda “Esalí”.
Entonces, Estela Alicia cuenta al reportero la anécdota de cómo, por órdenes de Rubén Vizcaíno Valencia (el promotor cultural más influyente de Tijuana en las décadas de los 60, 70 y 80), le fue retirado el Premio de Ensayo Literario Centenario Tijuana 1989, que había ganado con “Laberinto sin retorno”:
“Con ‘Visitación de Eros’ me gané el Primer Lugar del Premio Nacional de Poesía Centenario de Tijuana 1989. Pero también presenté el ensayo de las suicidas, ‘Laberinto sin retorno’, que se ganó también el primer lugar. En la radio escucho que dicen: ‘Parece que ganó en Poesía y Ensayo la misma escritora’. Dan mi nombre. Al día siguiente me habla Vizcaíno, y me dijo: ‘Ya le enteraron’. Y le dije: ‘Sí, profesor, escuché la radio’. Me dijo: ‘No, no, no, déjeme hablar, quiero que lo sepa por mí: ganó usted en Poesía, porque real-mente está bien, pero quiero que lo sepa por mí y no por otra gente: se sacó también el Primer Lugar de Ensayo y yo se lo quité, todos los jueces votaron por usted, pero pensé: ¿y por qué se tiene que llevar ella los dos?, pensé que no era justo. Entonces, a pesar de que fue unánime y se le dio a usted, yo decidí dárselo a Alfonso René Gutiérrez, maestro en la UABC’. Pero se me hizo una burla de él cuando me dijo: ‘Quiero que lo sepa por mí: yo se lo quité, a mí no me gusta cómo usted escribe y pues los jueces le dieron a usted los dos, quédese con el de Poesía, pero el de Ensayo no’. Le dije: ‘Pero ya dijeron en la radio’. Me dijo: ‘Me importa muy poco’. Así que nunca fuimos amigos; cada vez que yo le enviaba algo al periódico (Suplemento Identidad de El Mexicano) para que lo publicara, siempre salía con tantas erratas, haz de cuenta que lo habían hecho con los pies”.
Asimismo, obtiene el Premio Estatal de Literatura 1990 en la categoría de Cuento, con “Chomolungma” (Instituto de Cultura de Baja California, 1991); el Premio Latinoamericano y del Caribe de Poesía “Claudia Lars” 1993 en República de El Salvador por “Alicia en la cárcel de las maravillas” (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, 1994; Seminario de Cultura Mexicana Corresponsalía Tijuana, 2006); Premio Sureste de Poesía “José Gorostiza” 1995 con “Por el laberinto de la casa de los enormes suspiros…” y “A diez el sueño” (Ayuntamiento Constitucional de Tlaquepaque, 1999); Primera Mención Honorífica del v Concurso Binacional Fronterizo de Poesía Frontera “Pellicer Frost” 2000, de Ciudad Juárez; Premio Nacional de Poesía Tijuana 2000 por “El fuego tras el espejo” (Instituto Municipal de Arte y Cultura, 2002); además del Premio Novela Vandalay 2004, en Culiacán, por “Terramara” (Editorial Vandalay, 2004).
Además, gana el Premio de Poesía de los Juegos Florales Nacionales de Mérida, 1990; Accésit en Cuento de los Juegos Florales Nacionales de Mérida, 1990; Premio de Poesía Juegos Florales Nacionales Ciudad del Carmen, Campeche, 1990; Premio Nacional de Poesía “Timón de Oro”, Cancún, 1990; Premio Nacional de Poesía de La Plata, Taxco, Guerrero, 1990; Premio de Poesía Juegos Florales Estatales, Ensenada, 1991; Premio de Poesía Juegos Florales Nacionales de Campeche, 1992; Mención Honorífica del Premio Nacional de Novela “José Rubén Romero”, Morelia, 1993.
También merece el Premio de Cuento Político, Universidad de Guadalajara, 1994; Premio de Cuento Corredor del Noroeste (Universidades de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur), Mexicali, 1994; Primera Mención Honorífica del Premio Estatal de Literatura, en la categoría de Novela, Baja California, 1994; Mención Honorífica del Premio Nacional de Ensayo Cincuentenario Universidad Veracruzana, Xalapa, 1994; Primera Mención Honorífica del Certamen Nacional de Cuento “Álica”, Tepic, 1994; Primera Mención Honorífica del Premio Nacional de Poesía Juegos Florales “Anita Pompa de Trujillo”, Hermosillo, 1994; Mención Honorífica en Poesía de los Premios “DEMAC” (Documentación y Estudios de Mujeres A.C.), Ciudad de México, 1994; Selección en la Colección Editorial Poesía del Centro Cultural Tijuana, 2002; Selección en la Colección Editorial Novela del Centro Cultural Tijuana, 2002; y Mención Honorífica del Premio Estatal Literatura, en la categoría de Ensayo, Baja California, 2004. Además, es autora de “El hombre de la lluvia” (Edamex, 1991), “Quincunce. Cinco veces la flor” (ICBC, 1993), “Artichoke Music” (UABC, 1994) y “Mi tambor mentiroso” (ICBC, 1995).
—Por “El último monolito de la noche” (CECUT/CONACULTA, 2004), se lee: “quise salvar el mundo / me salvó la poesía”. Luego de una reconocida trayectoria, ¿has llegado a alguna conclusión sobre qué es la poesía o la literatura en general para ti?
“Yo diría que nunca traté de escribir poesía, que es mi voz personal. Mi abuela no me toleraba, porque de verdad le dolía venir del pueblo de los silenciosos, en Los Altos de Jalisco, y de repente no me puede callar, me da un pedazo de papel y un lápiz. Me decía: ‘Toma, entretente en esto, cállate’. Yo le debo a la abuela porque ya no solté nunca el papel ni el lápiz. La poesía es un vehículo donde te encuentras a ti y encuentras al mundo, te encuentras con el mundo, aunque no te lean, si lo leen o no lo leen ya no importa”.
Aunque en 2021 se publica el libro de haikus eróticos de su autoría titulado “Haiku-Sexto sentido”, con viñetas de Carmen Campuzano, la autora reconoce: “Quise hacer mi propio erotismo, son haikus de hace veinte años fácilmente, no recuerdo ni cómo los escribí”.
Revela: “Yo no tengo deseos de publicar ya. Lo que tengo escrito ha sido un monólogo muy grande con la muerte de Juan Carlos, mi hijo menor. Así que tengo los monólogos con él que nunca tuve en vida; debo tener como unas 500 o 600 páginas escritas en diferentes tipos de monólogo y a ratos diálogo con él”.
Y, advierte: “La literatura es el vestido con el que cubro mi soledad, me siento menos sola cuando escribo”.
SOBRE “EL ÚLTIMO MONOLITO DE LA NOCHE”
Con “El último monolito de la noche”, Estela Alicia López Lomas es seleccionada en la Colección Editorial Poesía del Centro Cultural Tijuana, título coeditado en 2004 por el propio CECUT y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
“En ‘El último monolito de la noche’, la escritura misma se enriquece de una lectura muy íntima y compleja de la poesía de Ezra Pound, realizando con ello algo inesperado: la recreación de la voz del poeta norteamericano con el fin de pensar a fondo, a través de un diálogo implícito, las raíces estético-políticas del fascismo italiano. Esalí adopta la voz de Ezra Pound, con el propósito de entender –tanto en el sentido humano como en el artístico–, una poética y una política, es decir, un delirio y un desvarío”, de acuerdo con Roberto Cantú.
—¿Por qué o en qué sentido te metiste en la piel de Ezra Pound para escribir “El último monolito de la noche”?
“Total. En ‘El último monolito de la noche’ todo está escrito como ‘yo soy Ezra Pound’. Yo estoy escribiendo aquí como Ezra Pound. Cuando empecé a escribir con tanto dolor ‘El último monolito de la noche’, le empecé a reclamar a Ezra Pound: ¿Y tú cómo pudiste contribuir a tantos asesinatos? O sea, Ezra Pound, el que yo adopté como un abuelo, como el canto que yo quería escribir algún día yo iba a escribir mis cantos, pero él no tenía derecho a escribir cantos con tanto odio, el canto es canto, no es maldición y él en sus cantos mete mucha maldición contra los judíos. Te parecerá tonto, pero yo quería que se perdonara, yo no lo podía perdonar, pero yo quería que él se perdonara”.
“SI NO HUBIERA SIDO POR TIJUANA, YO NUNCA HUBIERA ESCRITO”
Estela Alicia reside en Tijuana durante poco más de 50 años, desde 1957. Actualmente radica en Zapopan, Jalisco, desde 2007, el estado donde nace. Finalmente, se le inquiere:
—¿Qué papel ha jugado Tijuana en tu obra o qué ha significado la ciudad fronteriza para ti?
“Tijuana me parió. En Tlaquepaque me parió una bala y yo no debería haber nacido o sabrá Dios. Y a Tijuana me llevó un error, porque a mi abuela se la llevaron engañada, ella creyó que realmente se iba a vivir a Los Ángeles y se da cuenta que no, y gracias a Dios que mi papá no nos quería, nos puso casita en Tijuana para vivir la abuela y los tres niños. Y pues Tijuana me requeteparió, o sea, ¿más madre que ésa?”.
Hacia el desenlace de la entrevista, sentencia: “Si no hubiera sido por Tijuana, yo nunca hubiera escrito”.