Hirayama es un hombre maduro que tiene una rutina inquebrantable. Todos los días se levanta temprano y se prepara para salir a trabajar en su bicicleta. Como empleado de mantenimiento de sanitarios en el lujoso barrio de Shibuya en Tokio, este hombre considera que hace una aportación valiosa a la comunidad manteniendo estos sitios impecables. Además, su sueldo le alcanza para vivir sin más problemas.
Ya por la tarde va a unos baños donde termina relajándose en un jacuzzi. De ahí se dirige a cenar a un pequeño restaurante dentro de un mercado y luego a casa. Antes de dormir lee un poco, tal vez su autor de cabecera esa noche será Faulkner. Lo mismo ocurre al día siguiente.
Y así este personaje es feliz. Disfruta su soledad, fue casado y ahora tiene tiempo para apreciar hasta el reflejo de los rayos entre las hojas de los árboles. Cuando se traslada de un baño público a otro escucha música norteamericana de los años 70, con esas caseteras viejas que tocaban tan bien.
A veces escucha a un joven compañero conflictuado porque la chica que lo ha enamorado no le hace caso. Después la adolescente también expresa su angustia, cosas de la edad.
Luego encuentra a un niño perdido y lo ayuda a buscar a su mamá, después atiende a una sobrina que ha ido a la ciudad pensando en su futuro, sólo para volver a casa.
El fin de semana va un bar… y de ahí regresa a casa. No necesita más.
Win Wenders cuenta esta historia con un propósito bastante claro: para tener paz, hay que cultivarla desde adentro. Por eso Hirayama siempre sonríe y por fortuna tuvo al maestro Koji Yakusho para encarnarlo con este trabajo histriónico que hace de esta película una joya que, además, nos deja pensando. ****
Punto final.- Recomendable ver “Mente criminal: El caso del Bling Ring”