Según los conocedores, un Estado (entendido como sinónimo de país o nación) se integra por cuatro elementos básicos: territorio, es decir, el espacio físico que se ocupa; población, las personas que habitan dicho espacio; gobierno, un grupo de dichos habitantes que es responsable de tomar decisiones para la organización y funcionamiento del Estado; así como, la soberanía, la cual se traduce como la capacidad de gobernarse a sí mismos.
Adhiriéndose a las anteriores, una quinta característica es el reconocimiento internacional, tanto del Estado como de su gobierno.
A partir de que México consumó su independencia en 1821, nuestro territorio ha sufrido diversos y profundos cambios; basta recordar que la extensión actual es prácticamente la mitad de la original. Desde entonces, México ha sido considerado como un Estado; aunque su reconocimiento como nueva nación se obtendría hasta 1836, mediante el Tratado (definitivo) de Paz y Amistad entre la República mexicana y Su Majestad Católica la Reina Gobernadora de las Españas, también conocido como el tratado de Santa María-Calatrava, en honor a los ministros que representaban a ambos Estados.
Fue también en 1821 cuando los fundadores de nuestro país establecieron, primero, mediante el Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano; luego, a través del Acta Constitutiva de la Federación; para, finalmente, en la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos (estos dos últimos en el año de 1824), los tipos de gobierno que tendríamos.
Ya en ocasiones previas nos hemos referido a la evolución del gobierno mexicano; sin embargo, aunque sea comprensible, resulta peculiar cómo, a pesar de que la Constitución Política promulgada en 1917, que es la que actualmente nos rige, le otorga al pueblo mexicano la autoridad suprema para decidir, también, de manera inmediata, establece que la forma de gobierno elegida “por los mexicanos” es la república. Sin un referéndum de por medio, ni en aquél entonces, ni en épocas recientes. O sea que sí tenemos el poder, pero los legisladores nos ahorraron la “fatiga” y decidieron por nosotros.
¡Ellos siempre tan “acomedidos”! No se cuestiona el fondo, sino la forma.
Con estos antecedentes, los mexicanos no seremos los únicos en renovar los poderes Legislativo y Ejecutivo, pues el año que está por comenzar trae consigo procesos de elección a nivel global. De tal suerte que países como El Salvador, Estados Unidos, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, en nuestro continente; Comoras y Senegal, en África; India, Irán, Pakistán, Rusia y Taiwán, en Asia; así como, Austria, Finlandia, Eslovaquia, Portugal y Ucrania, en Europa, elegirán a sus respectivas autoridades gubernamentales y representantes legislativos.
El mundo dará un viraje en 2024. Si bien es cierto que no todos los países estarán inmersos en las votaciones, debemos tener muy presente que actualmente prevalece un sistema globalizado; así que, directa o indirectamente, viviremos las consecuencias de las decisiones que se tomen en lugares recónditos del mundo, países que ni siquiera conocemos. Nosotros, internamente, enfrentaremos un proceso similar, pues los mexicanos no terminamos de conocernos y tenemos la enorme responsabilidad de tomar decisiones que a todos repercuten.
Por eso, aprovechando las festividades, siempre es bueno agradecer, reflexionar, fijarse nuevos objetivos y desear lo mejor a nuestro prójimo. Así, a mis conciudadanos les deseo salud, dicha y muchas ganas de participar objetivamente en los asuntos públicos. Para nuestros representantes, los que se van y los que se quedan, deseo honestidad, congruencia y solidaridad con sus gobernados, con las causas justas y con las decisiones que nos conduzcan al progreso. ¡Muy feliz 2024!
Post scriptum: “Debe ser muy grande el placer que proporciona el gobernar, puesto que son tantos los que aspiran a hacerlo”, Voltaire (François-Marie Arouet).
Atentamente,
Francisco Ruiz, escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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