Por medio de la presente, con el debido respeto y vergüenza que todos debemos sentir, me permito expresar lo siguiente: Llegó el momento, quizás muy tarde ya, de que el gobierno mexicano tome una difícil, pero necesaria y trascendental decisión, que va más allá del prestigio personal, político, social o económico y se coloca en el ámbito de lo moral y humano. La decisión le dará, a quien la tome, un lugar especial en las páginas de la historia o se irá al basurero.
Llegó el momento de pensar basándose en la cantidad de vidas humanas que se ganarán o se perderán cada minuto que pase, y no en un cálculo de “pérdida y/o ganancia” de votos o de capital político.
Llegó el momento de elevar el nivel de la política y pactar con el adversario, de hacer una pausa y priorizar la resolución del conflicto palestino. Es tiempo de valentía, de no temer represalias, sanciones o intervenciones; es tiempo de retomar lo mejor de nuestra tradición política e histórica con valor y sin mediocridades.
El “dogma”, como creencia de carácter indiscutible, no debe intervenir en este asunto. La “Doctrina Mexicana” o “Doctrina Estrada” no es un dogma de fe; tiene en su letra la solución. Si bien establece “…la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de las controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo…”, también habla del “…respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”. La neutralidad no es opción, las declaraciones tampoco.
Jamás se había visto un genocidio “en vivo y en directo”. Pido perdón por la paráfrasis a los más de cinco mil niños que han muerto y a todas las personas que aún yacen bajo los escombros de lo que fueron sus hogares. Perdón también a los más de 11 mil 500 muertos, mayoritariamente mujeres y niños; pero es la verdad: lo vemos como se vería una novela trágica en la televisión. Terrible realidad, que por más que el mundo voltee la mirada, ahí estará; no se irá nunca y reclamará al mundo, tarde que temprano, su apatía.
Al-Nakba significa “la tragedia”. Es la crónica en vivo de un crimen anunciado, ejecutado y filmado; es la crónica diaria que el mundo observa y no cree lo que está viendo… o no quiere creerlo, porque, en su negación, en su “no responsabilidad”, puede seguir adelante con su vida. Estamos viendo el crimen y a los criminales como lobos sedientos de sangre y enfermos de poder y arrogancia, amenazando con “aumentar el sufrimiento” de los gazatíes, arrojándoles bombas atómicas.
Los gobiernos e instituciones del mundo siguen reuniéndose y hablando sin decir y sin hacer nada; oyen sin escuchar que un gobierno criminal asesina a un niño cada diez minutos que se toman deliberando. ¿Cuántos niños más deben morir antes de un cese al fuego?
Mientras debaten si deben o no sancionar, si deben o no romper relaciones, si deben o no intervenir, Netanyahu abraza al Presidente de los Estados Unidos y recibe de éste más armas y apoyos económicos para seguir la cacería de los “terroristas” del Hamas. Con la táctica de “tierra arrasada”, vieja práctica imperialista, las tropas israelíes queman las cosechas, asesinan a familiares, sin distinción de sexo o edad, destruyen edificios y casas; de esta manera, la resistencia palestina, no encuentra comida ni lugar de refugio.
Es lo que el ejército sionista hace en Gaza, ¡créanlo! Destruye, para luego construir en el mismo terreno, las casas que ocuparán los nuevos “asentamientos” de colonos sionistas.
Cuando la ley identifica al criminal, sorprendiéndolo en flagrancia, y cuenta con el cuerpo del delito, cuando hay víctimas y testigos, no puede decirle al delincuente “No lo vuelvas a hacer porque a la siguiente te voy a arrestar y a acusar de criminal de guerra o de Genocida”. “¡Qué miedo!”, responden los psicópatas de Netanyahu y su gabinete, burlándose del mundo con hilaridad perversa y patológica.
Todas las naciones debieran estar avergonzadas de este genocidio en proceso, pero la ONU ha perdido su eficacia y su razón de ser. No es suficiente “recomendar” sin poder vinculatorio, ni romper relaciones políticas o sancionar al gobierno criminal sionista.
Estados Unidos se sabe cómplice de un crimen de guerra y lo alimenta, por negligencia o apatía todos somos cómplices del Genocidio. El mundo está impotente y derrotado moralmente. Las futuras generaciones nos reclamarán y preguntarán qué hicimos para evitarlo.
La cuenta sigue: 10… 9… 8… 7… 6… 5… 4…3… 2… 1… Más de cinco mil niños muertos. ¡Basta! Solidaridad con Palestina. (Colaboración de Fidel Fuentes López, Sociólogo por la FCPYS, UNAM)
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com