En el mes de mayo del 2010, escribí unas líneas singulares muy sentidas de mi parte, ya que el 28 de abril de aquel año, la Asamblea Legislativa del entonces Distrito Federal, otorgó la Medalla al Mérito Deportivo 2010 al Entrenador en Jefe del Equipo de Futbol Americano del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Águilas Blancas, Dr. Jacinto Licea Mendoza. Lo anterior me lleva a evocar las conversaciones que tenía con mi querida abuela paterna en la vieja casona de la Colonia Tacubaya a solo unos pasos del Internado “Escuela Hijo del Ejercito No. 2”.
La memoria de un hombre parece imborrable cuando se trata de recordar al padre. Más aún, cuando éste fue emboscado en una trampa horrible.
México en los años 20 era un país convulsionado. Aún se pretendía contabilizar el número de víctimas del movimiento revolucionario. Más de un millón de caídos, debido al cacicazgo y la venganza de los líderes de entonces.
De 1926 a 1929, sufrió otro conflicto: la guerra de los cristeros provocaba la muerte de por lo menos 150,000.00 personas. El fanatismo religioso que llegaba a límite del fundamentalismo, como todavía pretende hoy la iglesia católica, dividió a las familias. Así habría que sobrevivir, sin el padre que guiara a los 16 hijos, huérfanos.
Chinicuila del Oro era un pintoresco pueblito en clavado en sierra sur de Michoacán, casi en los límites con el estado de Colima, que posteriormente sería denominado como Villa Victoria. Para llegar allí, solo a caballo. En medio de la vegetación la vida era otra.
La zona era controlada, dominada por un sacerdote fanático. Guanajuato y Jalisco habían sido aplastados por el movimiento. Pero en Chinicuila el cura de apellido Martínez arribaba a caballo. “Viva Cristo Rey”, era su grito y ordenaba así encerrar a todo el pueblo. Mi padre decía que era la señal para esconderse.
De 1928 a 1932, el general Lázaro Cárdenas Del Río ocupó la gubernatura de Michoacán, su estado natal; tenía entonces 32 años y ya contaba con los blasones de General de División. Sin saber a ciencia cierta lo que le deparaba el futuro político, su administración transformó a Michoacán. Reorganizó las fuerzas políticas en pugna, las unificó; impulsó campañas para desfanatizar a la sociedad y erradicar el alcoholismo. Recorrió todo el estado a caballo, simplemente para escuchar a su gente, para conocer de cerca sus carencias, su dolor. Por encima de cualquier otra, la mayor de todas sus cualidades fue la escuchar.
En aquel entonces requería que alguien del pueblo lo apoyara para llevar un salvoconducto, un indulto al Coronel Romo. Nadie se atrevía por la presión del cura. Hubo un voluntario, Benigno, que lo primero que hizo fue llevarse a su familia a Colima. Ser el mensajero del General Lázaro Cárdenas no lo decidió por dinero. Sintió que era su obligación para salvar la vida de los militares. Él conocía muy bien la zona.
Benigno no pertenecía ni al gobierno ni a la iglesia. Partió a su misión. Y una noche se fue nadando por el río; necesitaba avisarle al Coronel Romo, recordando el día que el General Lázaro Cárdenas llegó a su casa y le dijo: “Benigno, necesito que lleves esto al Coronel Romo”. Era un indulto a cambio de la rendición de sus tropas. Pero el cura de la zona lo podía atrapar. Benigno dijo: “General, si no regreso, encárguese de mi familia”. “No te preocupes, yo voy a ver por ellos”.
No lo volvieron a ver nunca. “Ya es mucho tiempo”, dijo el General Lázaro Cárdenas, “no lo encontramos”. Como testigo, casualmente se encontraba el sacerdote Martínez. “Nosotros no lo hemos visto, sino ya lo hubiéramos traído a caballo”, dijo cínicamente; después supieron que él lo mando fusilar, lo envolvieron en un petate y lo arrojaron al río.
Terminó la guerra cristera y en 1934 el General Lázaro Cárdenas es nombrado el Presidente de México. El hijo mayor de los Licea, de nombre igual, Benigno, le aconsejó a su mamá ir a hablar con el General, diciéndole que era muy fácil; todos los días salía a cabalgar por Chapultepec, solo sin escoltas. El General, les recordé inmediatamente, y dijo que cumpliría su palabra; de tal suerte que todos los hermanos de la familia Licea Mendoza fueron inscritos en el internado de la escuela Hijo del Ejercito No. 2 en Tacubaya. Jacinto Licea tenía entonces cinco años. Ahí comenzó su trayectoria deportiva y académica.
Benigno Licea González es doctor en Derecho Penal y Derecho Constitucional; fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A.C.
Correo: liceagb@yahoo.com.mx