“La moral es un árbol que da moras”, no es solamente un parte del diálogo de una película, sino una frase muy peculiar; una de las tantas que caracterizó al Gonzalo N. Santos (1897 – 1978), un poderoso potosino apodado “El alazán tostado”. Evidentemente, con esa oración, N. Santos buscó minimizar la importancia de la moral (máxime de la ética), en la cotidianidad del gobierno en sus tres niveles.
Durante el primer año de la presente gestión presidencial, Andrés Manuel López Obrador retomó el texto escrito por don Alfonso Reyes (1889 – 1959), y la relanzó como parte de su programa de trabajo, publicando así, una adaptación hecha por la pluma de José Luis Martínez. En la presentación de dicho texto, difundido a partir del mes de enero de 2019, el Presidente López Obrador señala que: “La decadencia que hemos padecido por muchos años se produjo tanto por la corrupción del régimen y la falta de oportunidades de empleo y de satisfactores básicos, como por la pérdida de valores culturales, morales y espirituales”.
Ya previamente el exmandatario colimense Miguel de la Madrid Hurtado (1934 – 2012), había utilizado esta bandera para dar identidad a su plan de gobierno durante su campaña electoral, adoptando para ello el lema: “Renovación Moral”, en 1982. “Y en el México de nuestros días, nuestro pueblo exige con urgencia una renovación moral de la sociedad que ataque de raíz los daños de la corrupción en el bienestar de su convivencia social”, señalaría De la Madrid en diciembre de ese año.
¿Pero qué es o en qué consiste la moral? ¿Cuál es su relevancia? La moral se refiere a la actuación de las personas conforme al entendimiento o consciencia de las normas que separan, definen e identifican al bien y al mal. No en vano, el diccionario de la Real Academia Española (RAE), define este concepto como la: “Doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican”.
Sin temor a equivocarme, me atrevería a asegurar que el adoctrinamiento de las masas es el sello o marca característica del sexenio lopezobradorista. Y es que adoctrinar implica transmitir las ideas u opiniones sustentadas por una persona o grupo. La híper-personalización del Gobierno Federal en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador; la adopción de libros de texto escolares con información tendenciosa; así como la intensa campaña mediática y en redes sociales del apostolado de López Obrador, son dos claros ejemplos. Allende del uso de los programas asistencialistas como cartera electoral.
Por su parte, el autoritarismo es una forma de sobre-ejercer el poder, creando o haciendo uso de facultades metaconstitucionales; en consecuencia, este tipo de gobierno se caracteriza por el exceso o abuso de la autoridad. Sin embargo, cuando pensamos en la palabra “autoritarismo”, inmediatamente la asociamos con un régimen dictatorial: un régimen que se mantiene mediante la fuerza o violencia; por tanto, en la distorsión de la ley para ejercer el poder sin limitaciones.
Mas el autoritarismo puede tener otras tonalidades. Por ejemplo, hablar de un personaje, líder o político moralmente autoritario, podría implicar un comportamiento pasivo-agresivo; es decir, la dogmatización de las masas resulta tan efectiva que el manipulado, además de ignorar que está siendo manipulado, convalida las decisiones de su manipulador. Por lo tanto, al ser aceptado por las mayorías, el autoritarismo puede llegar a concebirse moralmente adecuado, aun y cuando ni siquiera llegue a percibirse por el grosso de la población. Así que, ¡hay que tener cuidado!
Post scriptum: “No dejaré que el país se deshaga entre mis manos”, Miguel de la Madrid.
Atentamente,
Francisco Ruiz; escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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