“No muramos como tristes y cobardes, demos la vida por Jesucristo y su santa Ley”.
-P. Manuel Martínez, jesuita mártir en la Tarahumara, 1 de Febrero de 1632
La Compañía de Jesús o jesuitas de México, han celebrado en estos días misa en Polanco, Ciudad de México, con motivo del asesinato-martirio de dos sacerdotes en Cerocahui (Urique, en la sierra chihuahuense tarahumara). En Polanco se conserva el cráneo del mártir jesuita Gonzalo de Tapia, fundador de la villa de San Miguel de Culiacán, Sinaloa, un 29 de septiembre de 1531.
Expresaba apasionadamente el historiador jesuita José Gutiérrez Casillas en 1988, que el primer trigo sembrado a orillas del río Colorado (1700), fue gracias al padre Kino. Es quizás la razón de que en el noroeste de México (Sonora, Sinaloa, Arizona, Baja California) son tan exquisitas las tortillas de harina, para acompañar sobre todo las carnes asadas; “si son de harina, ni me las calientes” dicen.
El crimen de los padres jesuitas y del guía de turistas, aunque es inaceptable, es parte de la entrega sacerdotal y de los creyentes. La Compañía de Jesús lleva un registro sencillo de eventos que con el tiempo son un tesoro y constituyen la memoria histórica o martirologio de sacerdotes y laicos que dejan su vida en el servicio al prójimo y a las comunidades.
Gutiérrez Casillas en su obra, inicialmente editada en 1957 bajo el nombre del padre Decorme -hasta 1981 bajo el suyo- lo dedica a la Provincia jesuítica de México, aunque incluye un mártir de Florida, y los mártires de Acaján. Así, menciona a los de Sinaloa, Durango (Tepehuanes), Chihuahua (Chinipas y Tarahumaras), Sonora, California, y los mártires de la Expulsión; además del mártir de la Ciudad de México.
Es afirmativo que el domingo 19 de junio del año 2022 quedará registrado el martirio de los padres Javier Campos y César Mora a manos del crimen organizado, asesinados a balazos dentro del templo de Cerocahui por narcotraficantes que tienen sometido al Estado mexicano. Ya que es la misma región denunciada por la periodista Miroslava Brecht, y que le costó la vida por denunciar no a sus ejecutores, sino a los jefes de éstos, convertidos en candidatos del PRI en esa ocasión.
Ese día en el templo de Cerocahui fueron martirizados Campos y Mora por defender al guía turístico, agredido por los narcos que controlan impunemente la zona Tarahumara de Chihuahua. Y así como la periodista Miroslava Brecht, los padres jesuitas fueron asesinados impunemente.
En junio de 1650 el jesuita Beudin habría ido al presidio (cuartel militar) de San José del Parral a denunciar los atropellos que los explotadores españoles cometían contra los tarahumaras en el trabajo, en el trato, en la comunidad. Como en Bachajón, Chiapas (1970’s), en las misiones de don Samuel Ruíz, los jesuitas tenían que hacerla de gestores ante la Reforma Agraria, para que los caciques no despojaran a los tzotziles y tzetzales, a quienes les dejaban las orillas de los canales para que sembraran; pagándoles unos salarios de miseria por trabajar intensamente desde el canto del gallo, hasta el canto del grillo. Del amanecer al anochecer. Injusticia tras injusticia.
El padre zacatecano Miguel Agustín Pro Juárez era sacerdote jesuita, martirizado por los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles; apunta el periodista de Hermosillo, Armando Chávez Camacho, ex director de El Universal de México, que cuando a Calles le preguntaron que por qué mandó fusilar (1928) al padre Pro, si sabía que era inocente, don Plutarco contestó que para pegarle a la Iglesia Católica donde más le dolía, en un jesuita como éste. Al descubrir las actas originales del “Juicio contra el Padre Pro”, se evidenció uno de los elementos más importantes para canonizarlo como mártir: odio a la Fe.
Uno de los jesuitas martirizados en la Tarahumara baja o misiones de Chinipas hacia 1680, venía de quejarse y denunciar ante el entonces gobernador de Sonora, los atropellos que sufrían los aborígenes guazapares y varohios, quienes, ante la indiferencia de las autoridades coloniales por los abusos de hombres como Nuño de Guzmán, se vengaban asesinando y martirizando a los entregados misioneros.
Y no son únicamente los jesuitas o la Compañía de Jesús; también los religiosos franciscanos, dominicos y otras órdenes martirizados. En México basta ver los crímenes cometidos por el Estado mexicano entre 1917-1935 contra los fieles y los sacerdotes diocesanos de casi todo la República Mexicana. Y para no ser maniqueos, no olvidar que el Estado Mexicano, el Ejército, también sufrió bajas en las guerras fratricidas de la Revolución, La Cristiada, y en su lucha contra el crimen organizado que sigue rebasando a las instituciones como la propia Sedena, en un mundo ajeno a la vida cristiana y sordo a las reglas mínimas de la convivencia humana.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
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