Basado en una historia de Haruki Murakami, Ryusuje Hamaguchi ha hecho una obra maestra con la travesía de Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) y la joven Misaki Watari (Toko Miura), quien tiene la encomienda de conducir su Saab rojo al festival de teatro de Hiroshima, donde el renombrado actor, vuelto director, montará “El pequeño Vanya”, de Chejov.
En el trayecto, el pasado del artista sale a relucir, trastornando la memoria de su difunta esposa. De pronto, la sensación es que aquí se entrecruzan demasiados personajes que tal vez no parecen tener mucho entre sí, y aunque la vida misma del personaje se prolonga al tiempo que la cinta evoluciona, la sensación de que tardaremos tres horas en llegar al desenlace no se percibe como un lastre, sino como un recurso necesario para no dejar cabos sueltos.
Vaya manera de desarrollar una compleja anécdota, qué guion tan inteligente y sólido, y cuál fue la suerte del realizador al contar con alguien como Nishijima para el protagónico. Esos son actores, digamos, sin exagerar.
Al final, queda claro que la vida no es la que uno tiene en sí, sino la que uno percibe, recreada ante los demás con verdades a medias que contamos para protegernos. Y sí, uno termina hablando en plural, porque eso es justo lo que logra el realizador: involucrarnos a tal grado en ese viaje épico al centro de la naturaleza humana. Pocas veces el cine logra eso. Contadísimas. ****
Punto final. – Otra vez “Batman”.