Columna invitada
“El adivino les dijo que el niño viviría una larga vida y llegaría a viejo, siempre
y cuando nunca se contemplara a sí mismo”.
Narciso no podía creer lo que sucedió al asomarse al estanque; por primera vez contempló lo que para él era la imagen más perfecta y bella qué había visto en su vida: el reflejo de su propio rostro; así, embelesado, embriagado y perdido en el amor propio, desdeñó una y otra vez a la ninfa Eco, que con deseo lo procuraba. El amor que podía ofrecer tenía un único destinatario: el mismo.
El mito de Narciso ha tocado a la clase política bajacaliforniana; salvo contadas excepciones, nadie escapa. La frivolidad que tanto se criticaba al anterior régimen, la han abrazado y llevado a niveles exacerbados, hasta el punto de normalizarla.
En contraste, está la Baja California real: atentados y bombas incendiarias contra el Ministerio Público; asesinatos a mansalva, incluyendo el de un reportero gráfico; escándalos de corrupción del anterior gobierno estatal; falta de recursos públicos del que hoy actúa; endeudamiento histórico; incremento en todos los municipios del impuesto predial sin ningún tipo de plan de austeridad, recorte al gasto corriente y mejora recaudatoria; mayor nómina; gasto corriente desbordado; mayores recursos para el dispendio de los funcionarios electos; abierta la llave para cuantas bases sindicales se pidan; ínfima inversión pública en vialidades y menos en bacheo; transporte público y movilidad urbana sin proyecto ni planeación alguna.
Se le suma una política de desarrollo urbano reactiva, sin vinculación con el desarrollo económico de la frontera con mayor potencial del continente; crisis migratoria; nula actuación de la federación contra la delincuencia organizada mientras las autoridades locales se encuentran rebasadas; nuevas estructuras de gasto y poder, como la creación en Mexicali de una delegación municipal sin justificación objetiva alguna o el proyecto de partir a Tijuana en dos (como si mayor gobierno y burocracia resolvieran los problemas urbanos). Finalizando con el grito de desesperación de tantos padres de familia que ante la pandemia, ven el rezago educativo como una afectación irreparable para el futuro de sus hijos. Una muestra, de los problemas actuales, en nuestra Baja California.
Mientras tanto, ante la realidad, ante los temas vigentes y que contienen el reclamo y necesidad de nuestra población, la clase política en nuestro Estado, al unísono, está inmersa en la adicción de contemplar su rostro. La superficialidad de su agenda, de sus acciones y de su discurso, concuerda con su trivialidad en comunicación y redes sociales. Nadie enfrenta los “temas complicados”, los que hipotecan en un cortísimo plazo el futuro de Baja California.
El fenómeno merece incluso un estudio de corte sociológico: nuestros gobernantes, diputados y munícipes, le hablan al espejo propio y al de sus incondicionales, como si esa reducidísima colectividad fuera la única que importare. La prioridad es la cartera social, la que cultiva la base del cada vez más mermado voto duro electoral; el repartir el gasto asignado con el funcionario por enfrente y el necesitado al final; la constante pose para los mismos seguidores; la sonrisa nerviosa ante la tragedia; la simulación de debates pactados (y finalmente inexistentes) con los agentes del Poder; la negociación en la repartición de la cosa pública y el voltear hacia el otro lado cuando explotan los problemas diarios, donde la responsabilidad pública no solo es exigible, sino obligada.
Como nunca, la política en Baja California se encuentra controlada. De todo ha pasado en los últimos meses, todo lo que detonó el hartazgo social que derivó en el cambio de poder político se ha repetido y con creces exponenciado, sin factura ni reacción alguna, asimilado el abuso; muy oportuno para la visión del Poder en turno, que astutamente ha sabido medir e intervenir a los equilibrios, como son las instituciones y la oposición; muy desafortunado para una sociedad que, ocupada en su subsistencia y futuro, deja la función de seguimiento, denuncia y fiscalización en manos de aquellos que no lo están haciendo. Porque ni el Poder en turno ni la oposición formal apuestan a la consolidación de nuestro Estado a través del debate, la transparencia y la rendición de cuentas.
Hoy resulta políticamente incorrecto cuestionar para mejorar, revelar para corregir y enfrentar para detener al arbitrario. ¡No!, esas “formas de hacer política no construyen”, gritan los ávidos del acuerdo oscuro, de espaldas a la sociedad a la que se deben.
El mito de Narciso concluye con la ninfa Eco que, al ser rechazada por el frívolo, se refugió hasta consumirse; quedando únicamente el recuerdo de su bella voz, condenada a repetir eternamente la última palabra que llegare a escuchar. La mitología servía para dar lecciones a los antiguos pueblos, generaban reflexiones aplicables a su vida diaria. En nuestra Baja California, espejos y estanques para que narcisistas contemplen su rostro sobran; que ahí sigan sonriéndole a sus rostros, pero la sociedad bajacaliforniana no puede ser su Eco.
Héctor R. Ibarra Calvo es mexicalense, abogado postulante y catedrático de Amparo en Cetys Universidad. Ha sido regidor en el XXII y XXIII Ayuntamiento de Mexicali.
Correo: hectoribarra@idlegal.com.mx Twitter: @ibarracalvo