“Aunque seas pequeña puedes hacer mucho”, es el mensaje que deja el musical cuyo papel principal lo lleva una niña de 9 años que supera un mundo opresivo que constantemente la denigra, la ignora y la agrede física y verbalmente a través del conocimiento. La puesta en escena se estará presentando hasta el domingo 5 de febrero en el Teatro Civic de San Diego
Ver todo el peso de una obra musical caer en los hombros de una niña de 9 años de edad es extraordinario. Ser testigo de cómo eso es justamente lo que sucede en el caso de Hannah Levinson y el musical “Matilda” es un verdadero privilegio.
La actriz canadiense de pequeña estatura y enorme talento es el corazón de esta puesta en escena que hasta el domingo 5 de febrero se estará presentando en el Teatro Civic, dentro de la temporada actual de Broadway San Diego.
Qué grata experiencia es de por sí esta historia originalmente escrita por Roadl Dahl y llevada al teatro primero en Londres, en 2010, y después en Broadway, en 2013.
Visualmente el diseño de la escenografía y vestuario de Rob Howell cautiva desde el inicio y qué decir de las canciones de Tim Minchin y la coreografía de Peter Darling que se quedan con uno de “Miracle” a “When I Grow Up”.
Con todos estos elementos a su favor, se recrea la aventura de Matilda Wormwood, nacida en el seno de una familia cómicamente disfuncional, que se refugia en los libros y pronto encuentra apoyo en la maestra Miss Honey (Jennifer Bowles) cuando ingresa a la escuela.
En el papel de Miss Trunchbull (Tronchatoro) Dan Chameroy es toda una experiencia por su capacidad histriónica, la fina manera de trabajar con el sentido del humor de su personaje, sin dejar de ser la antagonista de voz varonil, rasgos a los que se suma la sutileza de su crueldad que es justo lo que se necesita para provocar naturalmente la rebeldía de la heroína y sus compañeros del colegio.
Por supuesto que la obra tiene esos dos temas que nunca se olvidan: “Naughty” y “Revoling Children”, donde vemos el espíritu de la pieza teatral materializarse con frases como “aunque seas pequeña puedes hacer mucho” y “somos niños repugnantes viviendo en tiempos repugnantes”. Cualquier relación con el presente no es coincidencia. Conste.
En sí, ahí es donde reside el valor de esta propuesta donde somos testigos de cómo una niña supera un mundo opresivo que constantemente la denigra, la ignora y la agrede física y verbalmente a través del conocimiento, pues Matilda es capaz de crear su propio universo con los libros que siempre carga de la casa a la biblioteca y de ahí a la escuela.
Como “Miss Honey”, Bowles es también una artista bien cimentada en su disciplina, con una voz sensible y a la vez poderosa como la personalidad misma de la maestra que encuentra valor para enfrentar el pasado, en la medida que ayuda a su alumna sobresaliente.
El complemento es ese elenco realmente brillante de niños que presumen bien en el escenario sus dotes como bailarines, cantantes y actores. Además hay que recordar a Matt Harrington y Darcy Stewart como los funestos padres de Matilda, promotores del concepto de “sálvese quien pueda” en el hogar nada dulce en el que sobrevive la protagonista.
Y así llegamos al final donde una vez más la imagen que perdura es la de Hannah Levinson, en esa última escena antes de caer el telón cuando ya Matilda ha quedado grabada en el sentir del público que celebra haber estado ahí para ver esta maravillosa obra hasta el último acorde.