Política Breve y de Emergencia
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Entrados ahora sí en el electoral año 2018, no queda más que asumir la responsabilidad ciudadana de conocer, analizar y eventualmente (1 de julio) resolver con un voto, quién o quiénes serán los gobernantes de nuestro país. Desde Presidente de la República hasta diputados federales, pasando por gobernadores, alcaldes y diputados locales en nueve entidades federales. En total, tres mil 326 cargos estarán en manos de la democracia mexicana este año.
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A pesar de tanta parafernalia político-electoral, prácticamente permanente en los últimos 18 años y que las noticias e información, tanto de los gobiernos como de los partidos políticos que los postulan, ha sido la moda del conocimiento generalizado, ya sea por convicción o por un poco de esnobismo, la realidad del sistema de participación electoral de nuestro país es una que apenas supera los 50 puntos de participación.
Sobre esto, 63.97 por ciento, en 2012; 63.08 por ciento, en 2000 y 2012, respectivamente, son las cifras más altas de participación en las elecciones federales desde que inició tangentemente la alternancia, desde luego considerando que precisamente las elecciones de Presidente de la República son las de mayor afluencia en las urnas; sin embargo, en 2006 solo votó el 58.55 por ciento y en ninguno de los ejercicios de elección intermedia se superaron cifras de 50 puntos de participación, promediando solamente los 45 puntos porcentuales.
Por eso, cuando leemos, escuchamos o comentamos cualquier asunto que tiene que ver con candidatos, partidos, sus coaliciones y las campañas, sería un grave error dejar de ver que del universo de 87.3 millones de mexicanos del Padrón Electoral, hay aproximadamente 44 millones de compatriotas en capacidad de votar a los que la democracia y su sistema a la mexicana, no ha logrado involucrar.
Es decir, la mitad del electorado no comparte con la otra mitad el acto de votar como responsabilidad ciudadana y no obstante, lo intenso, extenso o denso que pueda estar la gratuita “espotiza” de los candidatos y/o sus partidos, a muchos, tantos muchos como a 50 por ciento, las campañas no los calientan y de seguir así, no lo harán.
Poco más del 30 por ciento de los empadronados tienen o tendrán 35 años de edad o menos a la fecha de elección; esto significa que no solo se trata de los ciudadanos definidos como técnicamente jóvenes, sino también de electores que no estaban activos antes de la alternancia y que, de acuerdo a los pocos estudios de abstención realizados en nuestro país, son el “segmento poblacional” donde se concentra la no participación.
Si consideramos que las elecciones de 2006 fueron resueltas apenas con 0.62 por ciento de diferencia entre primer y segundo lugar, y que a pesar del crecimiento demográfico natural, la participación no se ha incrementado desde entonces, por el contrario, las de 2018 son elecciones que podrían definirse por una participación menor a los 200 mil electores. Algo así como el electorado de cualquier ciudad media mexicana.
Entonces, ¿qué tienen que hacer los más de 16 mil posibles candidatos para convencer a los electores? Si quienes desde la participación independiente quieren ganar, o quienes en tercera y ahora sí la vencida quieren ganar; si se trata de conservar el poder o de volver a él, cualquiera que sea la motivación postulante, lo que se tiene que hacer es ¡conseguir nuevos electores!
Que la historia lo registre.- En una reunión de planeación estratégica de cara a las elecciones federales 2006, el coordinador contratado por el partido gobernante comentaba:
“Los resultados de gobierno por sí solos no dan votos, pero sí los quitan”.
Botón rojo.- ¿Habrá aún quien crea que las elecciones se ganarán con “el voto duro” de los partidos?
Salvador Morales Riubí, político tijuanense, ha sido funcionario municipal y estatal. Actualmente es empresario y consultor en temas de salud y relaciones públicas. Correo: smriubi@yahoo.com
