Se acerca la temporada navideña, y con ella, la omnipresente música, las luces parpadeantes y, sobre todo, la fiebre de las compras. Para muchos, la Navidad es sinónimo de una búsqueda frenética del regalo “perfecto”, largas filas en tiendas y la presión de demostrar afecto a través del valor material. Pero, ¿hemos perdido de vista el auténtico significado de esta festividad?
La Navidad tiene sus raíces en la celebración del nacimiento de Jesús, un evento que para la tradición cristiana representa la llegada de la esperanza, la paz, la caridad y la unión familiar. Su verdadero espíritu se basa en la generosidad del corazón, la reflexión y el encuentro afectivo.
En contraste, la festividad materialista tal como la conocemos hoy, con su énfasis en Papá Noel y el intercambio masivo de obsequios, se consolidó en gran medida durante el siglo XX, impulsada por la mercadotecnia y el auge del consumo. Esta tradición sustituye el afecto genuino por regalos materiales, llevando a una peligrosa confusión: se mide el amor y la importancia de una persona por el costo o la cantidad de lo que recibe.
Mientras que la publicidad nos pinta una época feliz e idílica, para una parte significativa de la población, diciembre se convierte en un tiempo de profunda depresión y angustia. La presión económica por los regalos, la sensación de soledad magnificada por las reuniones familiares ajenas y la obligación de mostrar una alegría que no se siente, pasan una factura emocional alta.
Alarmantemente, estadísticas reflejan que la tasa de suicidios y las consultas por crisis emocionales se incrementan durante esta temporada. Este fenómeno subraya la fragilidad de una festividad que ha sido reducida a un evento de consumo y no de conexión real.
Es fundamental que estemos alertas y atentos a las personas en nuestro círculo de afectos, ya sea en el ámbito familiar, laboral o profesional. La Navidad materialista puede exacerbar los sentimientos de insuficiencia, soledad y desesperanza. Las personas que se aíslan, que muestran un cambio drástico de humor o que expresan desesperanza son focos rojos que no debemos ignorar.
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La solución reside en vivir la Navidad por su real significado y no por lo material. Se trata de intercambiar afecto por afecto, tiempo de calidad por tiempo de calidad. Un mensaje sincero, una llamada, una ayuda desinteresada, o simplemente la presencia plena, tienen un valor infinitamente superior a cualquier objeto comprado. Recuperemos el espíritu original: que la generosidad sea de nuestro ser, no de nuestra cartera.
Ahora que si de plano se quiere aprovechar la ocasión para dar regalos, tampoco se trata de ser Grinch, pero en ese caso hay que hacer compras inteligentes sin dañar el presupuesto personal, esperando el momento oportuno para comprar en el mejor precio.
Todo es cuestión de vivir la Navidad, no la mercadotecnia.
Alberto Sandoval ha sido profesor, servidor público, consultor, conferencista, deportista y activista ciudadano. Correo: [email protected] Internet: http://about.me/sandovalalberto/ Facebook: Alberto Sandoval X (Twitter): @AlSandoval Instagram: @AlbertoSandovalF TikTok: @AlbertoSandovalF






