Jafae Panahi, sin discusión, es uno de los mejores directores de nuestro tiempo, con esa manera de plantear dilemas morales en sociedades que parecen no considerarlos, sobre todo cuando una tiranía como la que gobierna Irán deforma la manera que tienen los ciudadanos de ver el mundo.
Ese es el caso de Eghbal (Ebrahim Azizi), a quien primero conocemos como un hombre de familia que viaja a un destino, tal vez de vacaciones. Cuando su carro presenta una avería le pide ayuda a un motociclista llamado Omad, para reparar el vehículo. El problema es la actitud de Vahid (Vahid Mobasseri), un empleado del taller que parece esconderse de Eghbal, aunque no deja de observarlo.
Resulta que Vahid fue un preso político y ahora cree estar frente al hombre que lo torturó, a quien termina secuestrando, sólo para luego dudar de su identidad justo cuando está a punto de enterrarlo vivo.
Lo que sigue es una serie de encuentros con otros presos políticos con sed de venganza que podrían verificar si Eghbal es quien Vahid supone. La clave es Salar (George Hashemzadeh), un anciano que también fue torturado en la cárcel; sin embargo, éste le aconseja al protagonista no tener rencor y dejar ir a quien considera un despiadado agresor, porque al final perderá.
Falsas acusaciones, policías corruptos y la injusticia como una experiencia cotidiana llevan a esta tragicómica historia a su fin con mucha tensión, situaciones de pensarse y escenas que simplemente se quedan para siempre, donde los estragos de la opresión son expuestos como una advertencia no de lo que ya sucede, sino de lo que tiende a expandirse. ****
Punto final.- Un caso terroríficamente interesante y verídico el de Ed Gein, bien recreado en la serie “Monstruos” de Netflix.