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martes, mayo 6, 2025
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“Sin la pintura no estaría vivo”: Carlos Coronado

En mi obra siempre hay vestigios de la frontera, expresó a ZETA el autor que en 2025 celebra su octogésimo aniversario

 

Pintor, muralista, dibujante y escultor, Carlos Humberto Coronado Ortega es un pilar de la plástica bajacaliforniana que este año celebra 80 años de vida y seis décadas de haberse establecido en Mexicali, Baja California, desde donde ha forjado una reconocida trayectoria.

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De piel bronceada, cabello cano, alto y de paso firme por Tijuana o Mexicali (pues siempre prefiere caminar), por estos días el maestro Carlos Coronado se encuentra trabajando, como siempre, en su taller de la capital bajacaliforniana, porque, como dice a ZETA, “la pintura es mi vida, sin pintura no estuviera vivo”.

A propósito de su octogésimo aniversario, en la entrevista con este Semanario, Coronado recuerda sus orígenes, su paso por la Academia de Pintura de la Universidad de Sonora y Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, además de compartir detalles de su búsqueda estética y discurso pictórico que viene de lejos.

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DE SONORA

Hijo de Carlos Coronado Aguilar y Adelina Ortega, Carlos Humberto Coronado Ortega nace un 15 de marzo de 1945, en Ciudad de México, aunque reconoce que sus orígenes vienen del desierto sonorense:

“Yo nací por accidente en el Distrito Federal, pero iba a nacer en Mexicali; y me crie en Caborca, Sonora. Mi madre era de El Plomo, Sonora, y mi padre de Guadalajara, Jalisco. Los primeros recuerdos son de un rancho ganadero. Desde que tengo uso de razón estuve en el rancho Las Lagunitas, en el desierto de Altar, Sonora”, cuenta el artista en entrevista para ZETA.

Es en la niñez cuando empieza a dibujar la flora y fauna del desierto sonorense, en Caborca. En su recuerdo, plantea su postura sobre la pintura infantil:

“Yo dibujé desde que nací, salí dibujando. Fue uno de mis más grandes defectos: estar dibujando siempre. La atención mía era al dibujo, siempre. Originalmente, los niños cuando empezamos a pintar hacemos las cosas como las pensamos, no como las vemos. Todas las cosas, los frutos, lo que comemos, las biznagas, los sahuaros, todas estas cosas eran lo más conocido que había y lo que más representaba. Entonces yo fui haciendo mi diccionario, si se puede decir así, de lo que yo veía, lo que oía. Toda mi formación era así. Cuando empecé a crecer, me empezaron a exigir que hiciera las cosas más figurativas, pero como era muy observador siempre hice las cosas como las pedían. La pintura infantil es la que debe uno gozar toda la vida, es lo más fresco que puede tener el ser humano. Empecé a hacer pintura adulta, figurativa completamente, a los siete años, que no debí hacerla; creo que esto para mí fue muy malo”.

Foto: Ramón T. Blanco Villalón

 

EN LA ACADEMIA DE PINTURA DE LA UNISON

Relata Carlos Coronado que a los 14 años abandona Caborca para trasladarse a Hermosillo, Sonora, ciudad en la que conoció a sus primeros maestros.

“Mi madre se quedó en Caborca y yo me fui solo a Hermosillo. Tenía 14 años, no terminé la secundaria, me fui derecho a la Academia de Pintura de la Universidad de Sonora; era requisito tener la secundaria, pero era yo un niño que no quería más que eso. Me recibieron porque no era licenciatura, era una escuela de dibujo, pintura y escultura; yo hacía mis ocho o 10 horas diarias, de ahí no me movía para ninguna parte. Estudié hasta los 17 años”.

¿Quiénes fueron sus maestros en la Academia de Pintura de la Universidad de Sonora?

“Higinio Blatt Pérez y Karle Garmendia, eran refugiados españoles; vinieron nada más de visita y se quedaron como 20 años de maestros. Ella era vasca y él era sevillano: era de la academia, formado en ese terreno; ella era mucho más suelta, más libre, estaba más con los impresionistas, se había criado en ese ambiente. Hacía un paréntesis en la rigidez de la academia, porque yo era abstracto. La abstracción la veían así como que ‘eso después’, primero los pasos fuertes, firmes y apretados. El hiperrealismo era muy estricto. En la Academia me exigieron que fuera hiperrealista completamente y pues lo hice, pero yo siempre quería sintetizar”.

¿Quiénes estudiaban en la Academia de Pintura de la UNISON cuando Usted estudiaba allá?

“Ester Aldaco era de las más avanzadas cuando yo llegué; había estado en México, en exposiciones ya grandes, es muy buena todavía, está en Ensenada. Todos están muertos, ella es la sobreviviente de esta época de la Academia. También estaban Adán Sotelo y Ciro Sotelo, escultor y pintor, eran hermanos magistrales; en ese tiempo estaban más adelantados, eran muy buenos como artistas. No se dedicaron a las artes: Ciro, a la escultura, sí; pero Adán fue abogado, pero era tan bueno como el mejor”.

 

EN LA ESMERALDA

Tras su paso por la Academia de Pintura de la UNISON, Carlos Coronado ingresa a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, en 1962, donde conoce a Santos Balmori, a quien considera su maestro.

“Yo tenía 17, en 1962. Ahí fui discípulo de Santos Balmori. Él es el que más recuerdo y que influyó más en mí porque era precisamente de mi corriente pictórica. Santos Balmori fue uno de los maestros que más influyó en mí, de los maestros que más recuerdo”.

¿Por qué le llamaba la atención la corriente pictórica de Santos Balmori?

“La abstracción era lo que más me gustaba, desde siempre, y porque yo estuve siempre influido por las pinturas rupestres, siempre me ha gustado la síntesis. Desde que era niño tenía una admiración por querer hacer de una sola intención la composición, de tres triángulos y un círculo hacer un personaje”.

¿En qué sentido considera que incluyó Santos Balmori en su obra?

“En primer lugar, la personalidad que tenía, cómo dejaba el alma del gato o del personaje ligado al gato, todo en un sólo trazo; era muy efectivo. Antes que nada, componer para que no se caigan los dibujos, que no estén tambaleando”.

También trae a la memoria a sus contemporáneos de La Esmeralda:

“En las Olimpiadas de Los Ángeles 1984, Octavio Ocampo hizo el discóbolo; era uno de mis compañeros que siempre, cualquier cosa que hacía, era un éxito, el que ha destacado siempre. José Zúñiga Delgado es otro de los pintores que destacó. Ellos fueron mis compañeros. Ocampo fue el más comercial de todos, porque hizo muchas ilustraciones, muchas cosas que ya son íconos de su tiempo”.

Foto: Ramón T. Blanco Villalón

 

PRIMERA COLECTIVA

Habiendo egresado de La Esmeralda, Carlos Coronado se establece en 1966 en Mexicali, donde ha forjado una reconocida trayectoria. De hecho, trae a la memoria su primera colectiva que se expone en Tijuana junto con algunos de sus contemporáneos. En esa época no había Casa de la Cultura ni Instituto de Cultura de Baja California o galerías institucionales para exponer:

“Mi primera exposición fue una colectiva, ‘10 pintores de Baja California’ se llamaba, en un edificio que tenía la esposa de Héctor Lutteroth, un hotel enfrente del Hipódromo, en 1967. Era un espacio para pintura, para exposiciones. Estaba la francesa Corinne Mariotte, estaba El Pinocho (Ernesto Muñoz Acosta), José García Arroyo, Manuel Aguilar y Ángel ValRa”.

¿Qué presentó Usted en esa primera colectiva?

“Era una colección que había hecho de composiciones de niños; no era lo que estaba haciendo de pintura abstracta, porque siempre he estado haciendo composiciones y abstractos, pero esta colección eran apuntes de niños”.

 

“EL EXPRESIONISMO ABSTRACTO ES LO MÍO

Han transcurrido seis décadas desde que Carlos Coronado se estableciera en Baja California, donde ha edificado una trayectoria como pintor, muralista, dibujante y escultor. Su obra se ha expuesto sobre todo en México y Estados Unidos.

En términos estéticos, habla de la influencia de la cultura Tohono O’odham en su pintura y murales, sobre la textura que está siempre presente en su propuesta y en torno al expresionismo abstracto que define su obra.

Sobre la influencia de los Tohono O’odham, que se localizan en el sur de Estados Unidos y Norte de México, reconoce:

“Mi primera lección fueron los murales que yo vi de niño, de la cultura Tohono O’odham, o pápagos. Pápagos es peyorativo, quiere decir frijolero. Tohono O’odham significa ‘hombres del desierto’. Siempre admiraba cómo duraban o cómo estaban hechos los murales desde tiempos inmemoriales. En las cuevas estaban pintados animales, serpientes, y no se despintaban”.

¿Cómo influyen en su obra de caballete y muralística las culturas prehispánicas como la Tohono Oodham de Sonora?

“En la forma y en el color siempre recuerdo a la cultura Tohono O’odham; por ejemplo, los colores rojos, esos rojos que son unos rojos ladrillo o los ocres de las piedras, los tomé de niño y los recuerdo como si estuvieran aquí”.

En piezas como “El canto de la chicharra I”, “Tortuga víbora vieja”, “El sostén del cielo”, “La ciudad devorando al campo” o “Sueño americano” resaltan los colores terrosos, ocres y magentas, las líneas curvas por donde pasear gozosamente la vista y las temáticas del desierto, como el agua, el sol, la luz, la tierra, la migración, la frontera.

La obra de Coronado también se distingue de sus contemporáneos por la textura porosa o granular: “La textura puede ser visual y puede ser orgánica para mí. La visual es que no tenga textura, que sea textura visual; y la otra, que sea sobre el muro ya hecho. En un muro liso sería una textura visual, pero si tuviera la textura hecha en el muro sería orgánica, porque yo nada más dejaría que la pintura se metiera entre los huecos y quitaría lo que no para que resaltare el grano que tiene”.

¿De qué está hecha la textura visual?

“De café para tomar, eso es uno; y el otro, puede ser con la textura del café, prepararlo con una tela. Puede ser de muchas maneras, marmolina o arena, pero el café es lo primero. Para pegar el café, hay muchos materiales, puede ser desde Resistol hasta todos los aglutinantes como médium, se bate con eso y con eso funciona”.

En términos de corriente pictórica, ¿cómo define su obra?

“El expresionismo abstracto es lo mío. Muchas veces hago obra figurativa, pero para hacer alguna obra tengo el vicio de plantearlo todo en la composición o llenar la composición. Yo siempre he sido abstracto. Aunque esté haciendo figurativo, siempre estoy pintando abstracto. El dibujo es figurativo completamente, pero todos los proyectos de los cuadros, que son cientos y cientos, son los comienzos; no estoy casado con ellos, no soy tan preciso y, sobre todo, soy más de arrebatos. O sea, cuando ya estoy pintando, no me importa lo que dije al principio, me importa lo que voy a decir al final”.

Foto: Ramón T. Blanco Villalón

 

“EN MI OBRA SIEMPRE HAY VESTIGIOS DE LA FRONTERA”

La frontera de México con Estados Unidos habita en la obra de Carlos Coronado Ortega. El pintor, muralista, dibujante y escultor mexicalense reconoce que el paisaje y contexto fronterizo ha estado presente en su vida desde siempre:

“Yo me crie en la frontera. Desde que nací escuchaba música americana de Phoenix, Tucson y Nogales, y en la noche de Ciudad Juárez; toda mi niñez fue así. Veía las luces de Phoenix, Tucson y de Nogales; no veía Hermosillo, Tijuana ni San Luis Río Colorado. O sea, siempre estaba viendo las luces que estaban del otro lado: no había línea divisoria en ese tiempo, nosotros podíamos ir y venir, no había pasaporte, no había nada de eso. La música que escuchaba nada más era de Estados Unidos. La música que más recuerdo es Édith Piaf, de la posguerra: ‘La vida en rosa’, ‘No, yo no me arrepiento de nada’, todo ese tipo de música de jazz y bandas de sobre todo de jazz, todo eso antes que oír música mexicana”.

A propósito de piezas como Sueño americano (2.50 metros por 6 metros), ¿cómo considera que ha influido la frontera, Tijuana o Baja California en su obra?

“Siempre estoy hablando de migración. Cuando éramos jóvenes los pintores, aquí en Baja California, éramos como guardianes de las tradiciones, para que no nos confundieran con otra cosa, sino mexicanos de este lado”.

“En mi obra siempre hay vestigios de la frontera: rejas o separación. Siempre el hombre de aquí viendo para allá, no viendo para acá; de aquí viendo para allá, siempre así es mi pintura. ‘Sueño americano’ representa las barras de los Estados Unidos derrumbándose, queriéndose ir para allá, la mayor parte de la frontera cayéndose para acá, extendiendo la tierra para allá, haciendo más grande México. El ‘Sueño americano’ es cruzar la frontera, pasar la valla”.

Ha sido en Mexicali donde ha creado su obra pictórica con la migración como protagonista, por eso reconoce: “Tengo más años aquí que en otra parte. Tengo 60 años aquí y 20 en México. En mi niñez siempre estuve en la frontera, estábamos más cerca de Estados Unidos que de México. Pudiera hacer una sola exposición grandísima de pura obra, cientos de obras, que está la gente yéndose o que está caminando”.

Foto: Ramón T. Blanco Villalón

 

“YO LO QUE QUIERO ES SEGUIR PINTANDO”

El maestro Carlos Coronado es parte de una reconocida generación de artistas plásticos nacidos en las décadas de los 30, 40 y 50, que le han dado una identidad a Baja California, en la que figuran también autores como Álvaro Blancarte, Joel González Navarro, Manuel Varrona, Silvia Galindo Betancourt, Estela Hussong, Juan Zúñiga, Rubén García Benavides, entre algunos más.

¿Cómo se siente de ser parte de una generación en el panorama de artistas plásticos nacidos en los 30, 40 y 50 que le han dado una identidad a Baja California?

“Yo pienso que soy una pieza de este rompecabezas y me siento integrado al grupo de artistas de Baja California. Nunca quise ser más de lo que soy, siempre quise hacer lo que se tenía que hacer para poner muy en alto Baja California, que entrara en el ruedo no yo, sino todo el grupo”.

A propósito de sus 80 años cumplidos en 2025, ¿qué ha sido para Usted la pintura? ¿Qué planes tiene?

“Mi niñez fue hacer pintura y escultura. Desgraciadamente, la escultura es tan difícil. Yo lo que quiero es seguir pintando. La pintura es mi vida. Sin pintura no estuviera vivo”.

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Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Enrique Mendoza Hernández estudió Comunicación en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en la categoría de Periodismo Cultural, otorgado por la Secretaría de Cultura de Baja California; Premio Nacional de Periodismo Cultural FILEY 2025, otorgado por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), a través de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán, y Manos Libres Periodistas. Ha sido incluido en diversas antologías, entre otras, en “Relatos de frontera y otras costumbres. Crónica joven de Tijuana”, editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el Centro Cultural Tijuana (CECUT) en 2013. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”, publicado por la Secretaría de Cultura de Baja California en 2024. Es periodista cultural en Semanario ZETA, en Tijuana
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