Los colores dejan de brillar,
las cosas saben menos
y el corazón late más despacio
cuando se cruzan los años
y lentamente se envejece.
El cuerpo da una serie de señales:
de cansancio,
de agotamiento.
El cuerpo es una máquina de reloj
con diferentes engranes
que no mantienen el mismo ritmo;
hay partes, como el cerebro,
que hay que cuidar con esmero
porque es donde se encuentra la conciencia,
la razón, los sentimientos,
el amor y los recuerdos.
Los ojos
son instrumento delicado
que requiere especial cuidado.
¿Cómo no poder ver las flores?
¿Los colores del arcoíris?
¿La belleza de los paisajes?
¿Y el andar de una bella caminante?
Pero las diferentes enfermedades
los acosan; los vuelven
menos precisos.
Oír se vuelve complejo;
se requieren instrumentos imprácticos e incómodos:
Algo de música se cuela,
algo de voces e ideas también.
Las piernas, otrora ágiles,
que podían recorrer caminos y montañas por placer,
se van obsoleciendo, se cansan.
Y la columna, la artritis y el corazón
late más despacio, arrítmico.
La ciencia ha venido luchando
por compensar,
y la verdad es que hoy día un hombre de 70 años es joven, si está bien cuidado y sin ninguna enfermedad malsana lo ataca.
¿Cómo saber dónde dejar de sentir?
¿Dónde dejar de experimentar?
¿Dónde se pasa de lo romántico a lo ridículo?
¿Cómo saber dónde imponer, dónde escuchar?
Importante es controlar la nostalgia,
controlar los miedos,
controlar los ayeres.
Aún, el destino permite pensar,
hacer,
confrontar ideas,
acariciar seres queridos.
Mirar a través de lo sembrado
lo realizado.
Encontrar, como pepitas de oro,
amigos añejos, con quienes recordar historia.
Decir cosas que no nos hubiéramos atrevido antes.
Dar pláticas.
Hacer vibrar mentes jóvenes.
Ser bueno, sentirse bueno
y corregir aquello que no se hizo bien.
Ver una estrella fugaz,
emitir un deseo y sonreír.
Y reír.
Pero, sobre todo, amar
para sentirte vivo…
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.