Si bien, los gobiernos no deberían tener colores de partido, en México y sus rincones es harto común que cada administración, dependiendo del partido político que emane, gasta millones de pesos en pintura para poner el sello político al periodo. En la década de los 80, Baja California se pintó de tricolor cuando el PRI gobernaba la totalidad del Estado, pero a partir de los 90 se tiñó de azul con la llegada de los gobiernos panistas, y de 2019 a la fecha, al triunfo del morenismo con su aplanadora, hasta las barras y señalética para el paso de personas con alguna discapacidad física, fueron pintadas de guinda. Quizá en un intento de presentarse de una forma más serena, de inspirar confianza, a unos días de tomar posesión como alcalde de Tijuana, Ismael Burgueño se presentó públicamente e introdujo a los ojos de los medios de comunicación a los integrantes de su gabinete, todos, a excepción del primer edil, arribaron vestidos de color gris. Evidentemente no es una coincidencia, sino una petición especial. La cuestión es que el gris también está asociado, en términos políticos, a lo anodino al ser un color acromático, sin tono ni saturación. Y por supuesto también a la opacidad, pues permite de manera muy limitada el paso de la luz. Ojalá que el gris de Burgueño sea para distanciarse del guinda de Morena y gobernar para todos, sin colores, y no un pronóstico de lo que se conoce como un gobierno gris, opaco… aunque igual sólo es el color favorito del próximo presidente municipal e invitó a todos a portarlo.
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