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viernes, julio 26, 2024
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Mis amigos no han muerto ni morirán

Arq. Jack Winer

Políglota, cantante, escultor, artista, arquitecto, maestro, amigo, buen padre y buen marido. Todo eso y mucho más fue Jack Winer.

Nace en México de una familia judía de Rusia, quienes crean un imperio textilero y viven curiosamente en una especie de comuna, en una casa enorme donde su tío, sus primos y sus padres convivían permanentemente. Muy joven descubre una extraña habilidad de aprender muchos idiomas (10) y hablarlos con fluidez. Estudia en el colegio israelita de México y luego en la UNAM la carrera de Arquitectura, habiéndose casado antes de recibirse el 21 de marzo de 1961, de 22 años.

Como cosa curiosa, su cumpleaños fue el 31 de diciembre, lo que se prestaba a festejarlo en año nuevo o que fuera opacado por la fiesta de cambio de año.

Su esposa, Doris, una bellísima dama de bellos ojos azules, cantaba y bailaba tap con gracia.

De pronto, ¡la debacle! El tío (líder de las empresas) se muere, al papá le da un derrame que lo deja paralizado y Jack tiene que enfrentar los avatares del negocio para los que no está preparado, que se le derrumba en las manos, donde los acreedores le exigen los pagos mientras los clientes se niegan a liquidar cuentas. Cae el imperio y Jack, angustiado, se va junto con Doris a Israel, país que se encontraba en terribles dificultades pues había racionamiento de comida, trabajo duro y presiones de guerra. Buena parte de la familia de Jack está en Israel, entre ellos su primo Natanyiahu, quienes forman la élite del naciente estado.

Le ofrecen a Jack el diseño del puerto de Eilat, que está junto al mar rojo. La vida es difícil y eventualmente Jack y Doris vuelven a México, donde trabaja con Nacional Hotelera como diseñador de los hoteles Presidente de la Península de Baja California y en el Cancún de sus inicios.

Curiosamente, le piden que diseñe discotecas y bares; entre ellos el más famoso, que se llamó Paspartú (Ciudad de México). Por lo tanto, se va convirtiendo en “disquiatra”, como se autodenominaba a sí mismo.

Es invitado a dirigir la incipiente Escuela de Arquitectura de Cuernavaca, puesto que acepta, y al llegar a Cuernavaca se encuentra que no hay escuela y que tiene que dar clases debajo de árboles en jardines. Ahí conoce Jack a Erick Fromm, el brillante psicólogo discípulo de Freud; al obispo Méndez Arceo; y a un grupo de talentos e increíbles personajes que suma a la currícula de la escuela sin paga, cosa que logra con su simpatía e inteligencia.

De pronto la escuela destaca por sus principios universales y por la calidad de los maestros, siendo un foco de atracción para alumnos de todo México. Terminando su periodo como rector es invitado a trabajar con un ex alumno suyo, el Arq. Abraham Lobaton; con extraordinario sentido de negocios construyen una serie de edificios que les traen fama y fortuna, sin embargo, la devaluación de 1982 hace que se esfume buena parte de lo ganado por Jack y le traiga resabios de la época en que perdió la compañía textilera.

Jack y Doris vienen a vivir a San Diego y de alguna manera, de forma escapista, todavía joven, Jack se retira para dedicarse a la escultura. Tengo la suerte de encontrarlo ahí, en un proceso de cambio de mi vida, causado por la endemoniada devaluación que me había dejado en la calle y que estaba intentando reponer, enfrascado en un nuevo negocio de discotecas (¡qué casualidad!). Invito a Jack a diseñar una discoteca en las bodegas del Paseo de los Héroes de Tijuana: viajamos a Europa, conocimos mil discotecas en España, el hipódromo de Londres (que aún existe) y por su puesto Studio 54 en Nueva York.

Con todas las ideas, Jack diseñó la disco Oh! en Tijuana, que fue catalogada como una de las cinco mejores del mundo y que nos repuso de alguna manera de la pérdida de 1982.

Mil aventuras ocurren entre creatividad, risas, generosidad, diversión y éxitos. Jack hace cientos de esculturas de aluminio y vive un tiempo feliz, mientras ve crecer a su familia, a la que ama. Los años pasan. Jack se enferma y atraviesa una serie de vicisitudes médicas que lo llevan finalmente al hospital, donde muere de un ataque cardiaco.

Por todo Tijuana deja huellas: en el aeropuerto, en el CECUT, en el Jardín Del Recuerdo. Y todos los días, cuando intentamos hacer algo creativo en Tijuana Innovadora, vuela nuestro pensamiento al genial Jack, de risa bondadosa, canción fácil y broma sana… Ay Jack, no te has ido.

José Galicot es empresario radicado en Tijuana

Correo: jose.galicot@tijuanainnovadora.com

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