El capítulo electoral del 2 de junio nos enseña a todos que sí existen las clases sociales. Que sí existe el hambre y la opulencia. Que sí existe el olvido y el privilegio. Que estos opuestos se encuentran en las clases sociales. Culminación de luchas de décadas, legítimas.
Ese día se cuestiona el olvido y enajenación históricos que desde hace siglos sufren las masas de trabajadores y semi-esclavos modernos. Los números hablan de que las minorías que apoyaron a Álvarez Máynez (10 por ciento del electorado) están insatisfechos con el estatus quo, y que sanamente cuestionan las grandes concentraciones del poder financiero oscuro, y cuestionan también las presiones, las mentiras y la guerra sucia de la que son capaces.
La población que votó por el PRIAN refleja una clase media dogmática, bizca que busca darle continuidad a la desigualdad. Esta clase media de hoy (intolerante a los equilibrios y derechos humanos universales) por otra parte, este vacío de facto de oposición, ofrece a la nueva generación una oportunidad de autocrítica, para que esta oposición sea más objetiva y ofrezca un plan de gobierno factible para los grandes retos que aún nos quedan por resolver, y que la 4T aún comienza a equilibrar: la gigantesca disparidad de la riqueza entre los trabajadores y los capitalistas dominantes de la producción y sus altos ingresos, como se equilibraron en los en los civilizados y adelantados países nórdicos.
La clase media que apoyó a la coalición “Fuerza y Corazón por México” cuenta aún con paradigma feudal que nunca imaginó el cambio, y para los cuales los pobres son una enfermedad -este paradigma pareciera de ignorancia irremediable- que están en el panorama social como parte del paisaje de murales de David Siqueiros o Diego Rivera (pintores que fueron consumados comunistas marxistas) y cierran los ojos ante una realidad que empezaron a vislumbrar en 2018.
La clase media tiene privilegios, propiedades, herencias, y una maquinaria de delincuencia en sectores claves. Abunda en burbujas, y carece de brújulas que guíen la historia nacional, que ha sacrificado millones de vidas y derramado ríos de sangre en las luchas armadas, como la independencia, la reforma y la revolución. La clase trabajadora es la clase generadora realmente de poder y riqueza, pero que no goza de la misma, y que no se les escuchaba ni hacía justicia desde hace siglos.
Esta clase, poco o nada reconocida como merecedora de educación cultura y salud, se ha empobrecido en un sistema que genera líneas de pocos superricos, y volúmenes enteros de pobres. Que genera miseria que se transforma en crimen.
Este 2 de junio fue el relato de una clase media que vive otra realidad, increíblemente insensible, poco conectada con su entorno, con anclas en ideas anacrónicas y esquemas inhumanos. Que creen la última mentira que el capitalismo les ha contado: que algún día llegarán a lo más alto de la pirámide social. Defendiendo a los súper ricos, como si estos fueran a ayudarles, hacen que aquellos mantengan sus beneficios injustificados procreando el capitalismo de cuates, con connivencia de algunos poderes internacionales. Clases que desprecian el valor social y económico del pueblo que genera la movilidad y progreso de las empresas. Tuertos o ciegos sociales que consideran que los trabajadores no existen y son el engranaje de sacrificio de la maquinaria social que pueden fundir sin asumir las consecuencias.
El 60 por ciento de la población por fortuna ya despertó en horizontes de progreso político, justicia y sentido común. Este grueso lo conforman sectores medios más humanizados, sensibles, mejor ilustrados y argumentados, a la nueva narrativa sociopolítica mexicana. Lo conforman también los trabajadores que saben del olvido, del abuso y el maltrato, y que salieron a votar por una persona: por una trabajadora y educada mujer (Claudia Sheinbaum), fogueada en la academia y la educación, sencilla, y con muchas cualidades que todos vimos en los debates y campaña.
Frente a esto, sólo existía una oposición, sin estatura o proyecto, y sin equipos decentes, ni eficaces. Esta oposición actual ya se puede declarar extinta, y la nueva generación, florecería para crear una nueva, real y sana oposición que cuente en verdad con un proyecto de nación.
El 2 de junio es el día que las masas usaron su voz y sus pies, para hablar y recorrer un camino. Caminaron a través de la oposición, que quiso detenerlos; y que, atónita, notó que no contaba con una masa tangible, y ante el espejo de la historia, no vio su fantasmagórica figura, sino sólo su sombra.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
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