La expresión por antonomasia de la presente generación cuando se trata de compartir sus impresiones sobre lo que ocurre alrededor de su entorno y tener cierta afinidad con nuestros semejantes es, hoy por hoy, el meme. Lo creamos o solamente lo compartimos. Recurrimos a él para afirmar lo que creemos y deseamos; para burlarnos sobre lo que no estamos de acuerdo y así ridiculizarlo si se considera necesario; asimismo para alegrarnos el día con las situaciones hipotéticas que plantean estos y sacarnos alguna carcajada. Ese también fue el impulso que tuvieron los creativos dibujantes para elegir el formato de la caricatura política, popular en nuestro país desde mediados del siglo XIX para burlarse de los esfuerzos liberales de personajes como Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Lafragua, inclusive Porfirio Díaz -hasta su metamorfosis en 1876- hacia la consolidación de un Estado federalista, republicano y laico (considerando que los periódicos de la época tenían una editorial conservadora).
A través del humor con el cual son elaborados los memes, los jóvenes dan su opinión o comparten la que es afín. No lo hacen a través de los medios tradicionales, sino en los espacios públicos digitales, las redes sociovirtuales. El meme en Facebook, el hilo de X y el corto de TikTok, todos resultan un formato sencillo. Como resultado, hay pocos textos de considerable extensión, pocos documentales, pocos programas de televisión y/o radio, poca presencia en los periódicos impresos. Esto no es exclusivo del siglo XXI y doy otro ejemplo de caricatura: el monero Rafael Barajas “El Fisgón” recordó una vez cuando Octavio Paz había logrado un hito en ventas de 50 mil ejemplares de un libro de poesía suyo y el gremio lo celebró a lo grande a través de un desplegado en La Jornada; no consideraron que en la misma semana del festejo, el número del célebre cómic Kalimán había sido comprado por dos millones y medio de personas. Es decir, el público tenía su formato predilecto de lectura y de entretenimiento. Pero así como hay forma, hay fondo.
Los políticos dicen representar a la ciudadanía, a la que visitan casa por casa cuando hay proceso electoral con el fin de convencerla de que los candidatos son como el pueblo mismo… emanados de él. Dicen conocer el territorio por el cual aspiran a ser representantes populares y a quienes habitan en él. Dicen conocer sus demandas, necesidades, deseos, utopías… todo aquello que puede convertirse en promesa de campaña. Y el sector poblacional al que se dirigen con más frecuencia es el joven. Y sí, todos alguna vez fueron jóvenes, pero no es lo mismo un millenial de principios del siglo presente al Gen Z de la presente década. Me parece, por lo tanto, gracioso ver y escuchar a analistas políticos y opinólogos que se sorprenden por la popularidad de personajes alejados de la ortodoxia en el discurso y la práctica de hacer campaña; véase Jaime Rodríguez “El Bronco” o más recientemente Samuel García, obteniendo resultados de triunfo.
Ni Morena ni Xóchitl entendieron que la camiseta con la leyenda “un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador” no es, por un lado, un producto que tenga como propósito contribuir a la legitimación de la campaña del partido guinda mediante la imagen de su líder moral -aunque es comprensible que lo difundan, pues el mensaje les sirve a su favor- y, mucho menos, por el otro, una apropiación de la figura de la Santa Muerte para rédito político, como así entendió y denunció la otrora candidata de oposición a la presidencia. Es un meme. Los creadores de dicha camiseta de la marca Camisetas P******s, no tienen la intencionalidad de hacer campaña a favor o en contra del Presidente Andrés Manuel. Adicional a esto, la oposición -progresista en tiempos electorales- pegó el grito en el cielo donde antes volaba el pajarito de Twitter, resaltando que el mensaje de la camiseta era machista, propio de un líder intransigente y sectario, o también una descripción gráfica de la escalada de violencia y muerte en nuestro país.
¿Por qué una leyenda como la de esta camiseta causa tanto furor? Precisamente porque no se entiende el fondo de lo que ese mismo lema enuncia. La forma, lo repito, es el meme; el fondo es el “shitpost”. Según el Diccionario de la Universidad de Cambridge, éste es definido como “algo publicado en internet que no es especialmente divertido o interesante y no tiene mucho sentido, o no tiene nada que ver con lo que se está discutiendo”. Es decir, el mensaje de la camiseta no fue pensado para salir a la venta y que los jóvenes la adquieran con el fin de autopercibirse verdaderamente masculinos en tanto manifiestan su apoyo al político tabasqueño. Pero sería obvio esperar que haya jóvenes que así lo crean. Por otra parte, ¿qué relación tienen el nombre del mandatario y una “calaca” impresas en una camiseta? Nada. Pero de eso se trata. No se supone que deba tener sentido. De hecho muy probablemente la camiseta fue pensada para burlarse del mismo Presidente y sus seguidores. Pero no hay forma de saberlo, a menos que lo confiesen los creadores. Lo único cierto es que no hay algo así como lo verdadero y falso en el shitpost.
Para conectar con los jóvenes en un ámbito tan intrascendente para ellos como el electoral, hablando lisa y llanamente, hará falta algo más que compartir un meme o ponerse unos tenis. Pero si de entrada no se entiende el contenido en cuestión y el origen de éste, sería mejor para los candidatos que les deleguen ese trabajo a otros jóvenes.
Atentamente,
José Albis Hernández, estudiante de la Lic. en Sociología (UABC).
Tijuana, B.C.
Correo: josealbishernandez@gmail.com