A las madres me dirijo
con el debido respeto,
en la mano un crucifijo
y mi corazón inquieto.
Vengo a hacerles pleitesía
por ser el ser más sublime,
les dedico mi poesía
porque su amor nos redime.
Las gracias les quiero dar
por ser dadoras de vida,
y por su forma de amar
que al alma cura la herida.
Su vientre se vuelve nido
que abriga a cada bebé
y es por todos bien sabido
de su valor y su fe.
Sus dolores, sus desvelos
y el cansancio tan pesado
por cuidar a sus polluelos
con espíritu abnegado.
Alimenta a su familia
y es la última en comer;
siempre a sus hijos auxilia,
es bondadosa mujer.
Es esposa, es mamá,
es maestra, enfermera
y hasta a veces es papá;
nos da mucho y nada espera.
Las estrellas en el cielo
a las madres representan
y desde allá dan consuelo
cuando de casa se ausentan.
A todas bendiga Dios
y sus hijos las halaguen,
más no tan sólo con lirios
su dedicación les paguen.
A cada madre del mundo
le brindo mi admiración
por ese amor tan profundo
cual de Dios a su creación.
Lourdes P. Cabral.
San Diego, California.