14.9 C
Tijuana
lunes, abril 22, 2024
Publicidad

“Para que a un escritor norteño le abrieran la puerta, tenía que brincar más alto que alguien del centro”: David Toscana

“Alguna vez dijimos: ‘Tenemos que escribir una novela que sea irresistible, que te vayan a publicar aunque no te conozcan, que la publiquen solamente por lo que es el libro y no por lo que eres tú’. Y eso fue lo que ocurrió”, expresó a ZETA el narrador norteño

Dos años de ensueño ha protagonizado David Toscana tras la publicación de “El peso de vivir en la tierra”, en 2022, por el sello Alfaguara de Penguin Random House Grupo Editorial. Primero, por “El peso de vivir en la tierra”, Toscana obtuvo en febrero de 2023 el Premio Mazatlán de Literatura, concedido por el Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán y la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS); ese mismo año, con esta obra ganó el V Premio de Novela Mario Vargas Llosa.


Publicidad


Posteriormente, en diciembre recibió la noticia de que obtuvo el Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco” 2024, otorgado por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) a través de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY), y UC-Mexicanistas por el conjunto de su obra.

La gran calidad en todos los géneros que practica, así como el arrobo y el asombro que producen sus libros. Toscana tiene la virtud de relacionar lo singular mexicano a lo universal, los problemas y los temas del mundo con gran sentido del humor; también destaca por su amplia cultura literaria y compromiso con la responsabilidad estética”, de acuerdo con el Jurado del Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco” 2024.

Tras la recepción del Premio en la inauguración de la FILEY, sucedida el 10 de marzo de 2024, ZETA preguntó a Toscana cómo han sido para él estos últimos meses alzando tales reconocimientos; el narrador no dudó a la hora de valorar:


Publicidad

 


“Pues mira, yo mismo no me creía lo que pasaba este año, sobre todo que venía como consecuencia de una novela, ‘El peso de vivir en la tierra’, que yo pensaba que era algo muy personal todo este mundo de la literatura rusa. Llegué a tener ciertas dudas no de publicarla, pero yo la tenía guardada en un cajón esperando algún momento y fue Andrés Ramírez de Random House que me llamó y me azuzó para que le diera la novela y publicarla. Entonces, a partir de ahí, y por eso le agradezco a Andrés, empezaron a ocurrir todas estas cosas maravillosas del año pasado y comenzando este año también con el Premio Excelencia en las Letras ‘José Emilio Pacheco’ que, a diferencia de los demás, reconoce una carrera. Por un lado es muy satisfactorio, y por otro lado, los premios de carreras son cuando uno pasa ya de cierta edad y entonces uno empieza ya a hacer la cuenta regresiva también; espero que no tanto como el tiempo de compensación, pero ya un poquito de entrado el segundo tiempo”, reconoció David Toscana.

Han transcurrido casi tres décadas desde que publicó su primera novela, “Estación Tula” (Joaquín Mortiz, 1995) y ahora que lo persigue el reconocimiento mundial, en entrevista para ZETA David Toscana aceptó hacer un viraje desde la cima, desde donde evoca algunos pasajes cruciales del andamiaje literario, sin olvidar de dónde viene.

DE MONTERREY A CIUDAD JUÁREZ

David Toscana (Monterrey, Nuevo León, 1961) estudió Ingeniería Industrial y de Sistemas en el Tecnológico de Monterrey, pero lo suyo eran las letras. En la entrevista para este Semanario, relató cómo conoció a su contemporáneo Eduardo Antonio Parra (León, Guanajuato, 1965), que después se convertiría en su gran amigo y cómplice de tertulias en bares y otras andanzas literarias.

“No escribía yo mientras estudiaba, de hecho trabajé varios años antes de verme tentado a la escritura. Yo pensé que mi vida iba a ser una vida de lector, nada más. Trabajé como diez años como ingeniero, y en esos distintos empleos que tuve, uno fue trabajar en la maquila en Ciudad Juárez, me mudé a vivir un año. Trabajaba en una maquiladora que se llamaba Río Bravo, estaba Río Bravo 1 y Río Bravo 2, y eran maquiladoras de General Motors. Por ahí, sin que nunca nos dirigiéramos la palabra, Eduardo Antonio Parra y yo visitábamos el mismo café, nos veíamos a la distancia; él pagaba un café y estaba bebiéndose todos los otros cafés que le daban. En ese entonces, yo como ingeniero tenía un poco más de dinero en mi bolsa, entonces yo sí comía bien en este café y a veces me daban ganas de echarle una moneda al escritor muerto de hambre que estaba ahí, pero yo no sabía que era escritor, llegué a pensar que era un dealer, porque decía yo: ¿Cómo es posible que se la pase aquí todo el día sin trabajar?’ Dije, pues algún negocio tendrá. En la frontera es muy fácil etiquetar a ciertas personas con el aspecto de Parra”, rememoró con la respectiva sorna que caracteriza su temperamento y su escritura.

Los norteños se volvieron a reencontrar en Monterrey, pero ahora en el Centro de Escritores de Nuevo León:

“Entonces, terminé mi trabajo y me fui a vivir a Monterrey; Parra terminó lo suyo también en Ciudad Juárez y nos encontramos en el Centro de Escritores de Nuevo León, fue cuando nos quedábamos mirando. Parra me dijo: ‘Oye, buey, te me haces conocido’, con su pose que tiene. Poco a poco fuimos descubriendo que nos habíamos encontrado en este café, el Denny’s de Ciudad Juárez; esto fue en el 88, porque yo viví del 87 al 88 en Ciudad Juárez y Parra también estuvo en esa época. Recuerdo muy bien que regresé a Monterrey en septiembre del 88, lo recuerdo porque llegué justo el día del (Huracán) Gilberto”.

Cortesía

“ÉRAMOS MUY BURLONES”

Era 1989. En ese entonces los todavía veinteañeros David Toscana y Eduardo Antonio Parra coincidieron en el Centro de Escritores de Nuevo León, cuyo encuentro fue fundamental porque luego integraron un colectivo que resultaría crucial en sus trayectorias:

“Llegando a Monterrey, nos dieron una beca del Centro de Escritores, que tuvo que haber sido por ahí del 89, recién llegados a Monterrey. Muy pronto formamos un grupo. Yo no creo mucho en los talleres, pero sí en los grupos, grupos disciplinados, grupos de amigos, grupos con objetivos muy claros de querer escribir, querer aprender, llegar a publicar novela. Entonces formamos un grupo que le llamamos El Panteón. Éramos cinco escritores: estaba Hugo Valdés Manríquez, Eduardo Antonio Parra, Ramón López Castro, estaba yo y Rubén Soto, que se nos murió hace algunos años”.

¿Tallereaste “Estación Tula” en El Panteón? Es decir, ¿se leían fragmentos de sus obras en su grupo?

“Sí, pero no puedo decir que leíamos fragmentos, lo que hacíamos era: nos reuníamos una vez a la semana y a cada quien le tocaba entregar copias para todos, y era una semana entera para leer un texto y regresar ya con las navajas bien afiladas y nos hacíamos picadillo. Por una parte, el aprendizaje fue la dureza con la que nos tratábamos. De hecho, hubo por ahí algunos otros escritores que nos pidieron que los invitáramos al grupo y muy rápido se salían porque no es fácil aceptar la crítica dura, donde además de duros, éramos muy burlones. Entonces, si alguien escribía algo que de algún modo no era coherente, armónico, bello, lo ridiculizábamos de tal modo que para la siguiente ocasión nos teníamos miedo nosotros mismos; es decir, no entregábamos textos para que los compañeros los corrigieran, sino que ya los traíamos como si fueran para publicar, por ese mismo respeto que nos teníamos entre nosotros como lectores”.

TOCANDO PUERTAS

El editor Andrés Ramírez ha jugado un papel fundamental en la publicación de la obra de David Toscana, desde “Estación Tula” (Joaquín Mortiz, 1995) hasta “El peso de vivir en la tierra” (Alfaguara, 2022). Tres décadas después, Toscana publica en la trasnacional Penguin Random House, pero en un principio también tocó puertas.

¿Cómo publicaste ‘Estación Tula’ en 1995 en Joaquín Mortiz?

“Primero publiqué en Tierra Adentro, pero de ahí ya fue más sencillo brincar a Joaquín Mortiz. Tierra Adentro funcionaba muy bien en un principio y era una editorial que tenía esta vocación, decían: ‘Para que ya no estén llorando los que no viven en el DF, hay que crear una editorial que les publique’. Entonces, es natural que cuando comienzas con un proyecto de este tipo, las primeras generaciones sean muy sólidas, porque es cuando tienes todos estos autores que durante años han querido publicar y no han podido. Y luego ya vienen las nuevas generaciones, pero en un momento publicamos ahí, de Monterrey, Hugo Valdés, Patricia Laurent que fue la primera, y publiqué yo también. Parra se saltó Tierra Adentro y llegó directamente a Era”.

Es entonces cuando David Toscana contó cómo hace tres décadas tocó puertas para publicar “Estación Tula”:

“Hay una distancia un poco larga literariamente hablando entre lo que en aquella época era Monterrey y el DF, por eso muchos escritores del norte terminaban publicando en las editoriales locales, en las editoriales de los fondos de Cultura de cada estado y nosotros siempre volteamos hacia el centro porque sabíamos que eran las editoriales que tenían difusión. Decidimos que no íbamos a enviar nuestros manuscritos porque nadie les iba a hacer caso, entonces hicimos un viaje: fuimos Eduardo Parra, Hugo Valdés y yo con nuestros manuscritos a tocar puertas, a enfrentar directamente a los editores y a comprometerlos para que leyeran los manuscritos”, reveló a la vez que compartió palabras de reconocimiento para el editor Andrés Ramírez:

Joaquín Mortiz iba cambiando de manos. Sabemos que era una editorial de Joaquín Díez-Canedo. Cuando me aceptan la novela, estaba Joaquín Díez-Canedo; después él sale de la editorial, pasa otra vez por dictamen, me la acepta la hermana de Joaquín, luego ella también sale; tiene que venir un tercer editor, un tercer dictamen, un uruguayo que también salió; y el cuarto editor, que otra vez llegó y otra vez la dictaminó, otra vez dijo que sí, fue precisamente Andrés Ramírez. Él era un editor novato y yo era un escritor novato, pero a partir de ahí hemos tenido muy bonita amistad”.

“En mi caso, ‘Estación Tula’ pasó por cuatro dictámenes, por cuatro editores y los cuatro me dijeron que sí. Cuando Andrés me llamó para decirme por cuarta vez que sí, yo casi le miento la madre, pero me dijo, cuando ya sí salió el libro y estábamos en el DF presentándolo: ‘Me pasó algo muy extraño -dice-, cada vez que yo le hablo a un escritor para decirle que le vamos a publicar su libro, se entusiasma y empieza hasta a brincar. Cuando le dije a Toscana, Toscana muy serio se puso y me dijo: Ah, qué bueno, qué bueno’. Pero es que ya no le creía a Andrés, y al que maltraté fue al que sí me publicó, porque la primera vez sí brinqué”, recreó.

“PARA QUE A UN ESCRITOR NORTEÑO LE ABRIERAN LA PUERTA TENÍA QUE BRINCAR MÁS ALTO”

En el diálogo con este Semanario, sucedido en Mérida durante la FILEY 2024, David Toscana relató cómo era escribir desde el norte de México. Para empezar se le cuestionó:

En los años 90, ¿tenías conciencia sobre cómo era escribir desde el norte a diferencia del centro del país?

“En un principio no, porque como decía Parra, él ponía este ejemplo: ‘No es que uno empiece a escribir, se ponga un sombrero y diga ¡Ajúa!’. Simplemente te pones a escribir y haces lo que todo mundo: echas mano de tu entorno, de tus experiencias, de tu imaginación, y esto no tiene mucho que ver con la escritura; sí tiene que ver con la publicación, que es cuando dices: ‘Bueno, hay que buscar un espacio para publicar’. Y nos dimos cuenta que nos ponían la barra más alta; me refiero a que para que a un escritor norteño le abrieran la puerta tenía que brincar más alto que alguien del centro. Esto se debía a cierta restricción que nos pusieron, que era: ‘Es que nadie los conoce’. Decíamos: ‘Claro que no, porque no me publicas’. Nos hacía mucha gracia toparnos con el argumento al revés, te decían: ‘No te publico, porque no te conocen’. Y nosotros decíamos: ‘No me conoces, porque no me publicas’”, ironizó el autor.

“Entonces, alguna vez dijimos: ‘Tenemos que escribir una novela que sea irresistible, que te vayan a publicar aunque no te conozcan, que la publiquen solamente por lo que es el libro y no por lo que eres tú’. Y eso fue lo que ocurrió”, expuso.

DE MONTERREY A EUROPA

Toscana dejó Monterrey en 2009 para radicar en Varsovia, Polonia; después se fue a vivir a Portugal por dos años y, actualmente, radica en Madrid. A pesar de residir en el extranjero, el norte y Monterrey habitan en su obra, desde “Historias de Lontananza” (Joaquín Mortiz, 1997) hasta llegar a “El peso de vivir en la tierra” (Alfaguara, 2022).

Por ejemplo, Nicolás, lector de la literatura rusa de los siglos XVIII, XIX y XX y desempleado, borracho y soñador, además de protagonista de “El peso de vivir en la tierra”, se inventa a sí mismo como personaje ruso con el nombre de Nikolái Nikoláievich Pseldónimov. Transcurre principios de la década de los 70, en un bar de Monterrey, y en su cuerda locura, Nikolái no sólo recluta, sino que contagia de su locura a otros borrachos para prepararse como cosmonauta y viajar al Espacio, tal como el ruso Yuri Gagarin. En el trayecto, Nikolái y demás locos personifican y recorren la gran literatura rusa con autores como Dostoyevski, Tolstói, Gogol, Chéjov, Ajmátova, Pushkin. Pero viajar al espacio puede tener su encanto o desencanto.

¿Por qué el norte ha estado presente en tu obra a pesar de vivir en el extranjero?

“No escribo del norte contemporáneo, nunca he tenido una novela muy contemporánea. ‘El peso de vivir en la tierra’ ocurre en el 71, la anterior ocurre en el 49, otras del 45, del 68. Entonces, finalmente estoy escribiendo sobre un Monterrey que ya no existe, que está en mi recuerdo, en mi nostalgia, en mi imaginación y ése me lo puedo llevar a cualquier lado. Creo que aislarme de este Monterrey que ya no se parece al Monterrey del cual yo escribo, puede ser hasta cierto punto beneficioso para no contaminarme”.

Toscana concluyó:

“En un principio, cuando Monterrey se volcó a ser una ciudad muy violenta, no faltaban editores que me decían: ‘Tú eres de Monterrey, tienes que escribir una narconovela de Monterrey’. Y yo decía: No, no, no’ Primero, no me interesa ese género como escritor, como lector claro que puedo acercarme a él; y segundo, yo me nutro del pasado y no del presente”.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
- Publicidad -spot_img

Puede interesarte

-Publicidad -

Notas recientes

-Publicidad -

Destacadas