De cuando escribo esta carta (exactamente 20 días atrás las calles se revestían con el color de la marcha del 8 de marzo), las vialidades se atiborraban con la juerga de la sororidad, pancartas señalando el feminicidio y gritos reprobando al gobierno “macho opresor”. Después de ese día, los clamores reprobatorios de las injusticias se apaciguan, la hermandad de la causa pierde contendientes, pocos portan perennemente de manera simbólica el mensaje de las pancartas que aquel día se vanagloriaban de izar; y ahí terminó la “acción”, sin una continuidad, sin persistencia, convirtiéndose así en una marcha liviana, sin peso.
Simétricamente con la marcha del 8 de marzo sucede un poco parecido durante las manifestaciones del 26 de septiembre y el 2 de octubre: padres marchando exigiendo esclarecimiento y justicia para sus desaparecidos. En un principio éstos son acompañados por una masa de gentes durante la marcha, para después ser abandonados en la continuidad. Estos mismos padres siguen su peregrinar días subsecuentes en las instancias de “justicia”, pero esta vez solos, sin aquella masa que acudió a la marcha y exigió justica sólo por la duración de unas horas.
Nos dejamos embriagar por la frenesí de la idea de La Gran Marcha; una gran marcha por causas, las cuales convertimos en algo trendy: igualdad, feminismo, #FreePalestine, #BlackLivesMattter, etc. Intercambiamos erróneamente el concepto de lucha con el concepto actual de “salir a marchar”.
Portar una lucha consigo mismo requiere un esfuerzo y por ende constancia. Empero, hoy en día las grandes marchas no son luchas de causas, sino que las hemos transfigurado en un tipo de publicity stunt de causas. De ahí que estas grandes marchas terminan siendo un espejismo, una mentira bella que no lleva el sentido de Lucha.
¿Será como refería Kundera en su obra La insoportable levedad del ser acerca del kitsch de la Gran Marcha? Que ésta, al ser basada sobre un idealismo estético pomposo, se puede iniciar “la marcha” con un propósito, que sería la lucha, y seguir adelante con ella aniquilando al mismo tiempo la lucha, ¿seguiría siendo válida? ¿Puede infringir su objetivo principal y seguir teniendo sentido?
Si la marcha ya no va hacia delante, ¿qué termina siendo? ¿Deben de ir de la mano o no, en términos de congruencia, La Gran Marcha y la lucha para que exista el sentido de la primera y la trascendencia de la segunda?
La verdadera gran marcha ha muerto, y con ella, todas las otras grandes marchas.
Termino esta reflexión con la siguiente cita:
“La Gran Marcha continúa, a pesar del desinterés del mundo (…), su paso se hace cada vez más rápido, de modo que la Gran Marcha es una marcha de gentes que dan saltos, que tienen prisa”. Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.
Atentamente:
Leslie Vela González, una ciudadana común y corriente.
Tijuana, B.C.
Correo: leslienizavelagonzalez@gmail.com