Siete días, del jueves 1 de febrero al jueves 8 del mismo mes, las clases de todos los niveles educativos en Baja California fueron suspendidas. Siete días perdidos del calendario académico para primaria, secundaria, preparatorio y universidad, por obra y gracia de las autoridades estatales. Efectivamente, el Gobierno de Baja California, con el corazón por delante, todos esos días (bueno, se atravesó un feriado, el 5 de febrero) emitió comunicados para informar de la suspensión de clases, debido ¡a las lluvias! Es decir, las calles y las obras subterráneas de por lo menos tres municipios, Tijuana, Tecate y Rosarito, están en tan mal estado, que en época de lluvias, por cierto anunciada, inmoviliza las ciudades. No se puede transitar sin correr el riesgo de caer en un socavón, ser sepultado por un deslave, caer en una borboteante alcantarilla sin tapa o quedar con el automóvil inundado en uno de los arroyos, lagunas o corrientes que se forman en calles, avenidas, bulevares, paseos y cañones, ya que el sistema pluvial no sólo está en pésimas condiciones, sino que no ha sido ampliado para dar un eficiente servicio durante las lluvias a la ciudad y hacer transitables sus sistemas de comunicación terrestre. A esto sumémosle las obras descoordinadas y eternas de los tres niveles de gobierno, la evidente falta de mantenimiento de las vialidades existentes, programas muy fallidos de bacheo y una iluminación pública que da pena. En esas condiciones, quienes padecieron la incapacidad gubernamental para levantar y mantener el tránsito vehicular y peatonal fueron los estudiantes, quienes al inicio del ciclo escolar de este año, ya estuvieron siete días sin recibir su instrucción académica. Los malos gobiernos afectan hasta la formación de los jóvenes, y aquí, un ejemplo.