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martes, octubre 1, 2024
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Tres horas de miedo y angustia; no hubo gobierno tras Otis

Acapulco, Guerrero. La mañana del martes 24 de octubre, la vida transcurría normal en el Acapulco donde nací y me encontraba al momento del impacto de Otis. Era un día soleado, como casi todos. Mis familiares, amigos y vecinos hacían sus actividades cotidianas. Unos trabajando, otros en labores domésticas, unos más ejercitándose. Lo que estuvieran haciendo, lo hacían con tranquilidad.
Sabíamos que estaba pronosticada una tormenta tropical, como tantas otras que hemos pasado. A las tres de la tarde salí a comprar algo para comer y a cargar gasolina. El despachador me comentó que había visto en las redes sociales que las autoridades locales pedían a la población resguardarse en lugares seguros. Para entonces Otis ya era un huracán, pero en Acapulco ni siquiera estaba lloviendo.
Según mi propia experiencia, algunas nubes en el cielo me indicaban que sería una lluvia más, común y corriente, no visualicé el peligro. En mi adolescencia sufrí a Paulina (1997) y, años más tarde, supe lo que fue sobrevivir a Ingrid y Manuel (2013).

Creo que nadie de mis allegados o conocidos dimensionamos lo que vendría con Otis. Fue hasta las 8:06 de la noche cuando una publicación de Andrés Manuel López Obrador en la red social X nos puso a dudar respecto a lo que se venía.
El Presidente decía que el huracán tocaría tierra entre las cuatro y seis de la madrugada del día siguiente. Que lo haría entre Acapulco y Tecpan de Galeana. Ah, se va para allá, pensé. Todavía trabajé en internet otro rato. Alcancé a avisarles a mis jefes que quizá me quedaría sin energía eléctrica o telefonía celular. Quizá en un par de días se restablezca, supuse.
En 2013, cuando se juntaron Ingrid y Manuel -algo completamente inédito-, pasaron dos o tres días en los que pude acceder a datos móviles e internet. Recuerdo que hasta publiqué algo en Twitter, clamando por ayuda a Enrique Peña Nieto y demás autoridades. En aquel entonces, sólo la Zona Diamante de Acapulco resultó afectada, pero nada más por las lluvias, que dejaron impresionantes inundaciones.
Los paisanos del resto de Acapulco nos trajeron víveres y todo se restableció en cuestión de tres o cuatro meses. Pero lo de Otis es algo inimaginable. Ni el terremoto del 7 de septiembre de 2021, ni estar en una cama de hospital a punto de ser intubado por COVID-19 se compara con lo vivido entre las 11:40 de la noche del 24 de octubre de 2023 y las 02:20 de la madrugada que prosiguió.
Alrededor de las once de la noche todavía salí a comprar algo a Oxxo. Fui caminando y llevé una sombrilla. Lloviznaba y el aire corría, pero nada fuera de lo común. Regresé a mi departamento a las 23:15 horas. En ese momento vi un mensaje en WhatsApp de mi hermano, que contenía una publicación de la cuenta Sky Alert Storm en X. Decía que los efectos de Otis serían “potencialmente catastróficos“, con vientos “severos”, ráfagas “cercanas a 350 km/h”. Como pudimos, comenzamos a pegar masking tape en forma de X en las ventanas.

Autopista libramiento a pie de la cuesta partida en un tramo de 8 metros de ancho por huracán Otis, Foto: Rogelio Morales Ponce/Cuartoscuro.com

Cargué mi teléfono y sólo tenía prendida la televisión. De pronto, alrededor de las 23:30 horas se fue la energía eléctrica y la señal de telefonía móvil. Fue el momento de resguardarnos. En minutos comenzó a silbar el viento, como si estuviera llorando. Escuché cómo se comenzaban a tambalear las puertas del departamento que habito en un tercer piso.
Los minutos se volvieron eternos. Golpes de cosas por doquier, hasta que los cristales no aguantaron más y tronaron. Entonces comenzaron a volar objetos como bumerangs. Madera, acero, vidrios se arremolinaban en mi sala, en el área del comedor, en la cocina. Me agazapé y comencé a orarle al Dios en el que creo. Calculo que fueron casi tres horas de miedo y angustia.

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Escuché a mis gatos llorar. Como pude, entumecido, corrí hacia ellos. Con todas mis fuerzas abrí la puerta principal del departamento, misma que el aire jalaba también, como si estuviéramos jugando a las venciditas. Los tres se aferraron con sus garras a las escaleras, por un momento creí que el viento se los llevaría. Los alcancé a meter y los puse sobre un sillón. Estaban empapados. Tomé una toalla y los enrollé. Allí se quedaron junto a mí, por horas y horas.
A las seis de la mañana el viento y la lluvia cedieron un poco. Todavía estaba casi oscuro. Comenzó a clarear hasta una hora después, fue entonces que tuvimos que hacer el recuento de los daños. La mayoría de mis vecinos perdimos todo lo material, aunque no la vida. Sin energía eléctrica, sin comunicación al exterior, teníamos un nudo en la garganta por no saber nada de nuestros seres queridos o amigos.
Deambulamos de aquí para allá, como zombis, sin saber qué hacer. Estábamos en shock. Estar ahí era como ser un personaje de una serie cuya trama es un escenario apocalíptico. Luego nos dimos cuenta que no teníamos suficiente agua o víveres. Ni con qué cubrir nuestras casas o automóviles si otro huracán venía, como estaba también pronosticado y que afortunadamente no sucedió. Salimos a la avenida más cercana.
Entre el caos comenzó la rapiña. Primero de artículos de lujo, luego de todo lo demás. Mis paisanos arrasaron con todo, aunque tampoco previeron que días después comenzaría la escasez, la sed y la hambruna. Los más conservadores fueron por agua potable y comida no perecedera para ellos o sus mascotas. Las cosas eran arrastradas por las calles ante la falta de transporte. Las vialidades llenas de lodo, árboles caídos, estructuras metálicas y escombro, obstruían el paso de casi cualquier vehículo. En ese momento el hielo y la gasolina valían más que los lingotes de oro. Aquí no había partidos ni clases sociales. Todos, ricos y pobres, estábamos afectados por igual.

Largas filas par adquirir gasolina, Foto: Dassaev Téllez Adame /Cuartoscuro.com


El Estado en su conjunto brilló por su ausencia, por lo menos un día y medio. El primer helicóptero que surcó los aires de la Zona Diamante de Acapulco, por ejemplo, fue uno de la Marina Armada de México, y lo hizo hasta las tres de la tarde del miércoles 25 de octubre. Después nos enteramos que en dicha aeronave iba a bordo López Obrador. Trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad hicieron presencia hasta el día siguiente. Los soldados, marinos o elementos de la Guardia Nacional, hasta la noche del jueves. De la gobernadora Evelyn Salgado Pineda, ni sus luces.
Sin duda viene lo peor. La reconstrucción de Acapulco tras el devastador paso del huracán Otis que pegó como Categoría 5, requerirá un periodo de tiempo no menor a cinco años, según anticipó Francisco Solares Alemán, quien ocupa la presidencia de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC).
Por su parte, Gabriela Siller Pagaza, directora de Análisis Económico en Grupo Financiero BASE, sostuvo que la reconstrucción de Acapulco también generará presiones a las arcas públicas, debido a que existe una alta vulnerabilidad porque hay pocos recursos en los fondos -entre ellos el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios (FEIP)- para hacer frente a estas situaciones, además de que la desaparición del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) complica el panorama.

¡Acapulco no solo es la zona costera, Acapulco somos todos! Esta frase resuena como un eco en todas las colonias de la zonas altas de las costas de Guerrero un ejemplo la colonia Progreso Popular, donde familias enteras ya habitan y conviven prácticamente en sus calles, Foto: Rogelio Morales Ponce /Cuartoscuro.com


“En la medida en que se tarde más la reconstrucción en Acapulco, pues se deteriora la gobernabilidad. Esto también supone un riesgo para toda la economía mexicana y no solamente para Guerrero”, advirtió la economista durante una conferencia virtual, en la cual también señaló que Acapulco enfrenta la amenaza de caer en pobreza extrema por un largo periodo.
Mientras que Moody’s Investors Service previó que los costos potenciales del impacto de Otis en Acapulco podrían ser similares a los de Wilma, ocurrido en 2005 y que dejó pérdidas aseguradas por 2 mil 700 millones de dólares, convirtiéndolo en el más costoso de la historia de México. En un reporte la calificadora anticipó que las compañías de seguros de propiedad y responsabilidad civil incurrirán en pérdidas relacionadas al desastre natural, lo que las llevaría a reportar resultados negativos en 2023.

Como consecuencia del impacto de Otis, la economía de Guerrero caerá 16 por ciento en el cuarto trimestre del presente año, según un reporte de Citibanamex. El banco estimó que los daños materiales se reflejarán en una disminución de la actividad económica en la región afectada durante varios meses, además de la pérdida de riqueza y activos fijos.
Citibanamex destacó que es difícil estimar el impacto económico del huracán. No obstante, a tasa anual, se espera que el Producto Interno Bruto (PIB) de la entidad se contraiga 2.2%. “Calculamos que el peso económico de la región costera afectada por el huracán es de 40% del total de Guerrero y anticipamos que las pérdidas en el sector primario serán sustanciales al igual que el comercio y el turismo“, añadió.
Según el mismo banco, el sector industrial local sería de los primeros en comenzar su recuperación impulsado por el de la construcción, actividad fundamental para la reconstrucción de la zona hotelera, las viviendas y la infraestructura afectadas.

Para 2024, previó que este sector sea uno de los más dinámicos en la región, con inversiones públicas y privadas, mientras que los servicios y el comercio se recuperarían a un menor ritmo.
Aunque el Presidente López Obrador indicó el 31 de octubre que Acapulco “no viviría una amarga Navidad”, lo cierto es que horas más tarde, el mismo día, reunidos líderes empresariales con funcionarios gubernamentales en un encuentro de alto nivel en el Museo Soumaya de Ciudad de México, coincidieron en que reactivar al puerto demoraría hasta 24 meses.

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Según el diario Reforma, en dicha reunión -cuya convocatoria fue hecha por Francisco Cervantes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE)- estuvieron presentes Carlos Slim Helú, de Grupo Carso; José Abugaber Andonie, presidente de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin); Rolando de la Vega Sáenz, presidente del Consejo Mexicano de Negocios (CMN); Braulio Arsuaga Lozada, presidente del Consejo Nacional Empresarial Turístico (CNET), entre otros. Una representación de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y de funcionarios del Gabinete federal también participaron en el encuentro.
Citado por el mismo diario, Arsuaga Lozada expuso que la oferta de 376 hoteles y sus 21 mil 868 habitaciones y unas 12 mil unidades de alojamiento de Airbnb quedaron fuera de mercado. Según datos del CNET, la afectación de cancelaciones en las corridas diarias de transporte asciende a 4 millones 500 mil pesos diarios.
“La hotelería y la industria restaurantera emplean a más de 57 mil personas en Acapulco, que representa cerca del 20 por ciento de la población empleada del destino turístico. Un gran número de hoteles son negocios familiares, de tamaño relativamente pequeño, muchos de los cuales no cuentan con seguro contra daños causados por un huracán, lo cual los pone en una situación económica muy crítica”, consideró el presidente del CNET.
Por su parte, Giorgio Franyuti, director de la organización no gubernamental Medical Impact, quien fuera el encargado de Bioseguridad de la Sedena en plena pandemia de COVID-19, advirtió que, si no se atienden a tiempo, los brotes de diarrea e infecciones respiratorias en comunidades aledañas a Acapulco ocasionarán más muertes que el huracán Otis.

Autor(a)

Carlos Álvarez Acevedo
Carlos Álvarez Acevedohttps://www.carlosalvarezacevedo.com
Corresponsal del semanario ZETA de Tijuana y del periódico Noroeste de Sinaloa, desde febrero de 2016. Durante varios años fungí como editor de opinión y jefe de redacción del diario digital SinEmbargo.
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