Esta es la historia de un amor intenso, puro, transparente, pero no consumado. Poderosa porque no podría ser de otro modo. En su ópera prima, la realizadora Celine Song supo exactamente qué hacer con sus personajes en ese silencioso, accidentado e intenso filme que se revela más por el lenguaje corporal de los histriones que por los diálogos que se pronuncian.
Todo comienza en el presente con Hae Sung (Teo Yoo), Nora (Greta Lee) y Arthur (John Magaro). Hay algo evidente entre los dos asiáticos, mientras que el papel de Arthur no parece muy claro. La clave, claro, está en el pasado.
Veinticuatro años antes de esta escena ya no estamos en Nueva York, sino en Corea del Sur, donde un par de jóvenes Hae Sun (Seung Min Yim) y Nora (Seung Ah Moon) tienen una gran amistad enraizada en la escuela. Todo se interrumpe cuando la familia de la chica se muda a Toronto. Aunque los chicos se despiden, nunca se olvidan.
Pasa poco más de una década y Hae Sun decide buscar a Nora. La encuentra y empiezan a reconectar vía Skype. Ahí hay destellos de amor, sin embargo, él no quiere ir a Nueva York y Nora se niega a verse con él en Corea. Pasan unos 12 años y por fin Hae Sun decide buscar a la muchacha, que para ese entonces está casada con Arthur.
Es en esta circunstancia cuando los dos personajes por fin se reencuentran y hay un romance palpable, aunque tal vez imposible. Al menos eso le prometen a Arthur, no obstante, el juramento no es muy convincente y justo ahí comienza a desenvolverse este filme con todo lo que debe ofrecer, apoyado en estupendas actuaciones de Greta Lee y Teo Yoo.
El no creerles a estos confundidos protagonistas hace que el largometraje trascienda y francamente no se olvide, primero, porque las películas románticas -bien hechas- son muy escasas en la cartelera de hoy; y dos, porque la cineasta y su elenco supieron muy bien lo que hacían en la gran pantalla. Bravo, este título sí que vale la pena. ****
Punto final. – A punto de terminar el verano de superhéroes.