Todas las mañanas, en el Salón Guillermo Prieto en Palacio Nacional, el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ofrece una conferencia de prensa a todos los medios de comunicación del país y del extranjero. En estas conferencias, el Presidente informa los acontecimientos más importantes y actuales de su gestión gubernamental en todas las áreas: economía, finanzas, justicia, salud, seguridad, cultura, ciencia, educación, deporte, etc., y por supuesto, de política. Al terminar su exposición, permite a los periodistas o corresponsales extranjeros, preguntas abiertas y sin censura de ningún tipo y sobre todos los temas. Igualmente recibe denuncias y quejas de todo tipo por medio de los periodistas. La conferencia, al ser abierta y pública, se convierte en un diálogo directo y sincero, en ocasiones agrio y duro, con la prensa y con el pueblo que observa y escucha.
En un país como México, en donde la prensa, con sus raras excepciones, está controlada por los más poderosos y conservadores grupos de poder, que aprovechan la oportunidad para presionar, obstaculizar, tergiversar y mentir abiertamente sobre el “incumplimiento y fracaso” de las promesas hechas y de los programas y proyectos gubernamentales, las “mañaneras” se convierten, así, en un eficaz mecanismo que contrarresta los ataques, tergiversaciones y mentiras de la oposición política; informando, educando y evidenciando las mentiras, y simultáneamente exponiendo los avances en los programas y proyectos de su administración.
En otras palabras, las “mañaneras” cumplen una importantísima función: crear “Opinión Pública” para consolidar el poder político e ideológico del gobierno.
No es nueva la idea de usar la información como herramienta para formar opinión a favor del poder. Julio César, el emperador Romano, lo entendió perfectamente y en el año 59 (a.C.) ordenó la publicación de las actividades diarias del Senado (acta diurna, commentaria Senatus);pero además, ordenó la publicación de los acontecimientos de las asambleas populares y de los tribunales: nacimientos, muertes, matrimonios y divorcios. También se publicaban anuncios, edictos y decretos del emperador. Fue un importante instrumento de propaganda con el que Julio César consolidaba su poder, al difundir su mensaje político. Las publicaciones se hacían en tablillas de madera o cera grabada; era el llamado “Foro Romano”, es decir, una especie de “minutas diarias de la ciudad” o diurna urbis actae. Eran una especie de “gaceta diaria” que algunos historiadores consideran como el “primer periódico” en la historia.
Julio César fue asesinado y con el tiempo las publicaciones fueron prohibidas por Augusto César. Las actas del Senado siguieron escribiéndose, pero sólo podían publicarse con un “permiso especial”. ¿No les suena conocido? Guardando las proporciones históricas y técnicas, la diurna urbis actae no fue otra cosa que la “mañanera” de Julio César.
Mucho ha evolucionado la prensa desde las tablillas de madera o cera del Imperio Romano: de la prensa artesanal a la imprenta de Gutenberg, a las ediciones masivas de la prensa industrial con los grandes diarios, el radio, la televisión, hasta llegar a la era digital con el Internet. Cada vez la información fue aumentando su rapidez, hasta llegar a ser instantánea. Pero la esencia de la prensa, su objeto y función, es la misma de hace 2000 años: formar opinión pública para consolidar poder político para gobernar. Lo anterior no es necesariamente malo; Julio César y AMLO podrían tener una amena charla comentando sus experiencias.
En su evolución, la prensa ha servido para difundir noticias y cultura en general; ha sido divertida, festiva, pero también, de tener una función meramente informativa y cultural o política, ha llegado a ser un instrumento de dominación y manipulación, utilizando instrumentos técnicos e ideológicos poco ortodoxos e inmorales. Mediante una narrativa mentirosa, pero constante, se forma en las audiencias una “opinión”, pero una opinión equivocada o falsa de la realidad.
A finales del siglo XIX, los líderes políticos tomaron conciencia del gran poder de la prensa para influir en la población y proliferaron los periódicos de facciones y partidos políticos. Así como también las noticias alarmantes, sensacionalistas, con imágenes impactantes y temas controvertidos, escandalosos o falsos, sin investigación u objetividad, con el objetivo de vender más que la competencia. Es lo que se empezó a llamar “prensa amarillista”, nombre que proviene del color del vestido de un niño de una tira cómica llamado “Yellow kid” o niño amarillo que publicaban el New York World y el New York Journal, de Joseph Pulitzer y Randolph Hearst respectivamente.
Por suerte, existen las excepciones y hay en el mundo una prensa objetiva e investigativa que compite contra esa prensa poderosa, como un David contra Goliat. AMLO y Julio César pueden estar tranquilos… Salud.
Atentamente,
Fidel Fuentes López.
Tijuana, B.C.