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martes, octubre 1, 2024
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Roberto Castillo, 40 años de obra poética

“Creo que la literatura es no hablar de mundos internos, onanistas mentales que no sirven de nada”, refirió a ZETA el escritor tijuanense que por estos días prepara una antología de toda su obra poética

Un poeta tijuanense que goza del reconocimiento en la región binacional y allende los mares es Roberto Castillo Udiarte, quien por cierto, por esta época celebra 50 años de publicar en la revista El Cuento que dirigía Edmundo Valadés, y en Punto de Partida de la UNAM que fundó Margo Glantz; 40 años de publicar su primer poemario “Pequeño bestiario y otras miniaturas” (1982) y, tras la pandemia por COVID-19, prepara una antología de toda su obra poética, con el fin de “dejar un testimonio”.

“Pues murió mucha raza -con la que tenía mucho contacto- durante la pandemia, entonces, fue como un súper golpe también y me hicieron escribir cosas que no he soltado, ahí están, quién sabe cuándo saldrán o si no van a salir, pero es parte como de mi registro, dejar un testimonio de tu pasión, dejar un testimonio en tu percepción de la realidad, de cómo estás viviendo este mundo: dibujando, escribiendo, traduciendo, viviendo, tomando vino”, expresa a ZETA Roberto Castillo desde su biblioteca en Playas de Tijuana, ocasión en que confiesa algunos secretos de su extensa trayectoria.

CUANDO SUS ABUELOS LLEGAN A BAJA CALIFORNIA

Poeta y narrador, Roberto Castillo Udiarte es tijuanense, aunque nacido en Tecate, de tercera generación, pues sus abuelos se establecen en Baja California cuando se estaba construyendo la Presa Abelardo L. Rodríguez de Tijuana, hacia principios de la década de los 30. De acuerdo al Quinto Censo de Población de la Dirección General de Estadística de la Secretaría de la Economía Nacional publicado el 15 de mayo de 1930, en ese año la población de Tijuana era de 8,384 habitantes.

En su tercer poemario, “Cartografía del alma” (Universidad Autónoma de Baja California, 1987), Castillo comparte algunos “retratos de familia”, donde se lee: “anoche / con la lluvia de diciembre / entró a casa el recuerdo / de Felipe, uno de mis abuelos, / el del eterno jardín / y lo soñé / treinta años más joven, / sonriente, su cara picada por la viruela, / su larga cola de lagarto. / Y en el sueño / me contó hazañas cardenistas, / de su llegada a la frontera, / la construcción de La Presa / en Tijuana, su empleo de cantinero, / su primera mujer, el hijo adoptivo / y los interminables tequilas…”.

– ¿Podrías hablarnos de la llegada de tu familia, o tus abuelos, a Baja California? ¿De dónde venían, cuándo llegaron y cómo o por qué se establecen en la frontera?

“En el caso de la familia paterna, ellos originalmente son de El Grullo, Jalisco. Son los años 18, 19, 20, más o menos, por ahí, cuando estaba la Guerra Cristera, pues llegaron a matar a mucha gente del pueblo de ellos. Entonces la familia se reunió y huyó, se fue a pie desde El Grullo hasta Manzanillo, eso les llevó muchísimos días. Se establecieron en Manzanillo. Mi abuela y sus hermanos y sus hermanas pues estaban muy jóvenes todavía, tendrían 15, 18, 20 años. Mis tíos abuelos deciden buscar una opción para trabajar, porque eran bastantes, eran como cinco o seis; entonces se vienen de polizontes en un barco desde Manzanillo hasta Ensenada, que era mi tío Felipe y mi tío Antonio; ellos originalmente se van hasta Mexicali a trabajar, pero no les gusta por el clima, el calor y el frío, y se regresan a Tijuana bien chicos. Y en Tijuana estaba la construcción de La Presa Rodríguez; entonces trabajaban ahí y una de mis tías puso ahí una tortillería para los trabajadores, así fue como fueron haciéndose más o menos de una economía para poderse establecer, y a partir de ahí, posteriormente, traerse a las hermanas para Tijuana. Y una tía, la que tenía una tortillería, se fue a Tecate”.

“Mis tíos, que trabajaban ahí en la construcción de La Presa, se vinieron a trabajar al Centro de Tijuana y empezaron trabajando, curiosamente, en La Ballena Bar. Mi tío Felipe y mi tío Antonio, como era muy chico, ‘el chavalo’, le decían, lo pusieron a trabajar en una cantina, creo que se llamaba La Sorpresa, no recuerdo muy bien, pero era una cantina que estaba casi enfrente de La Ballena; ahí trabajaron yo creo que han de haber sido unos veintitantos años, 30 años, una cosa así. Entonces mi tío Antonio se fue a Tecate y empezó a trabajar en una cantina de la familia Santana, hasta que murió en los años 70, 80. Y mi otro tío puso una fonda. Mi tía abuela ya tenía una tienda de abarrotes en Tecate, y mi abuela directa se fue a trabajar al otro lado, consigue unos papeles chuecos y al estilo migrante se fue a trabajar a limpiar casas al otro lado, a San Diego. Entonces, de esa manera es como mi abuela, doña Luz, se lleva a mi tía a vivir a San Diego y a mi papá lo deja aquí en Tijuana y luego se va mi papá a vivir a Tecate en casa de mi tía, la que tenía la fonda allá. Mediados de los 30 sería, porque Cárdenas (Presidente entre 1934 y 1940) estuvo en esos años. Mi padre debió haber tenido unos 5 años cuando llegó para acá y mi papá era del 27; sería 32, 33 más o menos”, evoca y relata que finalmente sus papás se establecen en Tecate, de donde él es originario.

CARICATURAS EN INGLÉS

Hijo de Roberto Castillo Chavarín e Ignacia Udiarte de Castillo, Roberto Castillo Udiarte nace el 7 de febrero de 1951 en Tecate, Baja California.

En su poemario “Nuestras vidas son otras” (1994), se asoma su niñez: “Veinte años hace de mi cabello largo / los desteñidos livais y la música / de los Stones y Doors y tú / entonces, apenas una niña /…. / me platicas tus visiones tecatenses / en aquellos años infantiles cuando yo, / totalmente feliz, me creía Morrison o Jagger…”.

Como habitante de Tecate, a escasas cuadras del muro fronterizo que divide Estados Unidos de México y del cruce fronterizo, su dominio del inglés californiano se ve reflejado en su trayectoria como poeta y obviamente como traductor de autores como Charles Bukowski, Levis, Morrison, Robbins, Lamantia, entre otros.

“Mi mamá había trabajado aquí en Tijuana, en la calle Segunda, en las partes centrales, como un camellón ahí vendían perfumería y cosas así para el turismo en los años 40; mi mamá tuvo que aprender inglés para poder atender a la clientela gringa, cuando se fue a Tecate, pues ella tenía conocimientos de inglés”, relata.

“Pero además, gran parte de la televisión que yo veía, pues era en inglés, es decir, las películas, las caricaturas, sobre todo las caricaturas, el rollo de la temporada era todo en inglés, eso por un lado; la otra, yo tenía un primo hermano, éramos de la misma edad, él ya murió y él creció en San Diego, entonces cada año él venía a Tecate un mes y yo iba a San Diego un mes. Ese tipo de contactos durante toda la infancia y adolescencia me ayudó muchísimo a estar en contacto o a entender esto que tenía que ver con el inglés. El contacto con él, las clases que me daba mi madre, las lecturas que me ponía hacer, la televisión y es el inicio del rock. Estamos hablando del 63, 64, 65, ahí es donde empiezo a hacer las primeras traducciones de las canciones de los Doors, los Beatles, los Rolling Stones, los Animals”.

¿Qué canales de televisión veías o qué caricaturas en inglés se transmitían?

“Era el Canal 6. Eran de canales gringos, básicamente. Había como tres canales, eran dos del otro lado y uno mexicano, pero que en realidad pasaban cosas en inglés y hasta muy en la tarde pasaban cosas en español. El clásico era Bugs Bunny, donde aprendí aparte la música clásica, las arias de la música clásica eran con Bugs Bunny y compañía. Había otra caricatura que se llamaba ‘Beany and Cecil’, que era un chamaco con una gorrita y una serpiente marina, eran básicamente así; y las de ‘Popeye’, ese tipo era mi acercamiento. En aquellos años no llegaba la prensa, no llegaba la televisión y no llegaba el radio del DF a esta zona”.

CON TITO MONTERROSO Y HERNÁN LAVÍN CERDA

Tras estudiar en la Escuela Primaria “Francisco Bocanegra”, en la Secundaria “Francisco I. Madero” y en la Preparatoria  Tecate, Roberto Castillo ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1969 para estudiar Letras Inglesas y, posteriormente, de 1974 a 1978, Letras Hispánicas. En esa época acude a dos talleres fundamentales en su vocación de poeta y narrador.

“Tuve una increíble fortuna con maestros que en lo personal me ayudaron, me formaron muchísimo en esta área de literatura. Por ejemplo, tomé dos talleres de literatura que fueron determinantes: uno con Hernán Lavín Cerda, chileno que acababa de llegar el 73 a México después del golpe chileno; él me dio un taller de Poesía; y un taller de Cuento que tomé con Tito Monterroso, era un excelente maestro, nunca faltaba, era de las últimas clases. Podías faltar con cualquiera, pero con él nunca faltabas, porque era muy importante. Ellos dos sí fueron así como muy importantes para mi formación, para mí fueron determinantes”, reconoce.

– ¿En qué consistían los talleres con Hernán Lavín Cerda y Tito Monterroso? ¿Ya escribías y había que tallerear los textos?

“Sí, pero con Tito Monterroso no era tanto que revisaras los textos, eso lo hacías entre compañeros; era escucharlo, el conocimiento que tenía porque había leído tanto y era más que nada escuchar cómo él repetía las teorías o cómo explicaba las teorías de lo que era el cuento, pero además como que lo actuaba. Era como un tío abuelo estarlo escuchando, todo mundo sentado feliz nada más de escucharlo; a diferencia de Hernán Lavín Cerda, con él sí era llevar tus propios textos y trabajarlos en equipo, con las sugerencias de él, era poesía, era el otro boleto. Era muy suave con él porque éramos nada más como cinco o seis alumnos, porque nadie lo conocía”.

ENTRE SUS MAESTROS Y CONTEMPORÁNEOS

Además de Tito Monterroso y Hernán Lavín Cerda, Roberto Castillo también tiene palabras de reconocimiento para maestros como Germán Dehesa, Huberto Batis y Roberto Suárez; además recuerda al grupo de amigos con los que comparte no sólo camaradería en su etapa de estudiante de Letras Hispánicas en la UNAM, sino también formación como poeta y búsqueda literaria.

“Unos maestros que me ayudaron muchísimo fueron Germán Dehesa, que me dio cuatro semestres de Literatura Hispanoamericana, excelente; con Huberto Batis, también tuve como tres semestres, excelente; otro maestro, Roberto Suárez, nos daba Literatura Hispanoamericana también, era muy bueno. Entonces, como que esos cinco maestros los recuerdo así como increíblemente bien, porque eran bien prendidos, te emocionaban realmente con el rollo de estudiar literatura; y aparte nos ayudaban para que siguiéramos haciendo revistas o periódicos”.

Entonces evoca al grupo de jóvenes escritores veinteañeros de su generación, sus contemporáneos, que también cursan Letras Hispánicas en la UNAM en ese tiempo:

“La comunidad que estábamos ahí en ese grupo, pues era una comunidad que nos prendimos muchísimo; en esa comunidad estaba Miguel Ángel Galván, Rosina Conde, Ethel Krauze, Carlos Santibáñez, Agustín Ramos, Luis Zapata, José Joaquín Blanco. Era una generación como muy despierta, con mucha chispa y todo mundo chambeando colectivamente, entonces dije: ‘aquí es, aquí es como me gusta, aquí es como la voy a hacer’”.

PRIMERO FUE EL CUENTO

En los datos del autor de su poemario “Cartografía del alma” (UABC, 1987) se lee que publica en la revista El Cuento, dirigida en ese entonces por el célebre escritor mexicano Edmundo Valadés; y en Punto de Partida, revista fundada por la escritora Margo Glantz, por ejemplo.

— Antes de tu primer poemario “Pequeño bestiario y otras miniaturas”, de 1982, y antes por supuesto de la revista El Último Vuelo de 1979, ¿cómo empiezas a publicar o en cuál publicación aparecen tus primeros textos?

“Con un amigo de Tecate (Faustino García Velarde), cuando estaba en la prepa, estábamos en México, allá conocimos la revista El Cuento; te hablo entre 71, 72, escribíamos cuentitos cortos en las noches nomás como mera diversión. Y un día dijo: ‘Vamos a mandarlos a ver si nos los aceptan en la revista El Cuento. Los mandamos y ¡pum!, aparece uno de los míos, creo que se llamaba ‘Las aves’. Entonces seguimos escribiendo y volvimos a mandar y me publicaron dos más. A él nunca le publicaron y a mí me publicaron tres, en tres temporadas distintas: ‘El niño’,  ‘El oñeus’ y ‘Las aves’”, rememora el autor.

Aún recuerda que en 1973 publica poesía en Punto de Partida de la UNAM:

 “Y en el 73, creo, mandé otros poemas también a la revista Punto de Partida y publicaron ahí como unos ocho o diez poemas, creo que no tenían cómo rellenar, pero me tocó. Ahí me publicaron 10 textos que fueron los primeros 10 poemas que publiqué, ya estamos hablando de hace 50 años”.

CON ROBERT L. JONES Y “EL ÚLTIMO VUELO”

Roberto Castillo también repasa su etapa como traductor en “El último vuelo”, revista de la cual se publican cinco números entre 1979 y 1984, editada por la Sociedad Hispánica del Departamento de Español y Portugués de San Diego State University (SDSU), tal como narra en entrevista. Para empezar, relata cómo y por qué surge “El último vuelo”:

“Antes de ‘El último vuelo’ ya estábamos nosotros trabajando, pero no teníamos dónde publicar,  por eso es que inventamos ‘El último vuelo’, porque no había dónde publicar. Es decir, no había suplementos o en el suplemento de aquí (de Tijuana), pues no había chance. Entonces con él empezamos a trabajar ahí. Gustavo Segade, que era el director del Departamento de Español y Portugués en San Diego State University, le planteó la posibilidad a Edgardo Moctezuma de hacer una revista. Entonces Edgardo nos dijo a Robert L. Jones -que estaba en San Diego también- y a mí –que estaba acá-, que nos aventáramos a hacer la revista con esos cinco números. Era épico porque pues no había computadoras, todo tenías que transcribirlo en el linotipo para hacer la publicación en la imprenta; el que trabajaba el rollo de los textos era un gringo que no sabía español, entonces de repente encontrabas en la revista 4 o 5 errores, pero dices tú: ‘Es un bato que no maneja español y que se aventaba letra por letra cada uno de los textos’. Entonces, nosotros bien agradecidos con él y como era una revista por año -porque no había presupuesto, la gente no estaba muy interesada como siempre en las humanidades-,  nos daba tiempo de estar revisando y haciendo las correcciones”.

Castillo no olvida en reconocer al poeta y traductor Robert L. Jones:

“Con Robert L. Jones aprendí muchísimo la labor de la traducción y el conocer a los poetas norteamericanos, fue así como muy importante para mí. Él me ayudó muchísimo a hacer correcciones en las traducciones del libro de Bukowski (‘Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre’, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México, en 1983), pero yo estaba traduciendo ya a Larry Levis, Galway Kinnell, Richard Brautigan, que después publicó Federico Campbell su traducción de ‘La pesca de truchas en Norteamérica’, que es un área que mucha gente no reconoce de Campbell. Como traductor, mis respetos; lo respeto más como traductor y como articulista que como narrador; como narrador no me gusta mucho, pero como traductor ‘¡órale!, ¿no?’. Ahí traduje también a Joni Mitchell, a Leonard Cohen, y me ayudó muchísimo precisamente Robert L. Jones, y algunas de esas traducciones me las publicaba Vicente Anaya en sus revistas allá en México cuando estaba en Toluca. Básicamente traduje a Larry Levis, al mismo Robert L. Jones, Bukowski, Galway Kinnell; hice unas traducciones del francés al español de Apollinaire un ‘Bestiario’; de siete u ocho autores hice las traducciones y algunos entre Robert L. Jones y yo hicimos unas traducciones”.

“Básicamente la revista la hacíamos realmente Robert  L. Jones y yo, porque Edgardo eso fue su pretexto para irse a estudiar un doctorado a Princeton y nos dejó con el paquete. Entonces Robert L. Jones y yo lo agarramos, dijimos: ‘Simón, nos lo aventamos’, que es cuando empieza todo este rollo de la novedad, apenas estaba empezando la novedad ésta de la literatura de la frontera y la literatura fronteriza y la literatura del Norte que se puso de moda tanto por la SEP (Secretaría de Educación Pública) como por el Programa Cultural de las Fronteras. O sea, se vino la devaluación del 82, dijeron: ‘Pues allá está la feria, vamos a meterle para allá’. Entonces la SEP se preocupó y trae el Programa Cultural de las Fronteras y se crea el primer Encuentro de Literatura de las Fronteras en La Paz, donde trabajó Raúl Cota que recién murió, estaba Edmundo Lizardi y Roberto Vallarino”, rememora.

SU POEMA MÁS ANTOLOGADO

Tras su primera plaquette, “Pequeño bestiario y otras miniaturas” (La Iguana del Mar, 1982), Roberto Castillo publica en 1985 “Blues cola de lagarto” (Premio Nacional de Poesía de la Ciudad de Tijuana 1984, auspiciado por el XI Ayuntamiento), un icónico poemario de la literatura ochentera de Tijuana, editado por Editorial del Gobierno del Estado de Baja California.

“La última función del mago de los espejos” (contenido en “Blues cola de lagarto”)  es su poema más incluido en antologías de literatura bajacaliforniana o tijuanense, ya que aparece en el libro “Tijuana en la literatura” (Instituto Tecnológico de Tijuana; 1989); en “Baja California piedra de serpiente” (CONACULTA, 1993); o en la colección de Poesía de “El margen reversible” (IMAC, 2003), entre algunas otras. De hecho, ha sido traducido por autores como Gustavo Segade, Joan Lindgren, Anthony Seidman y Daniel Charles Thomas.

Evidentemente, en “La última función del mago de los espejos” no prevalece la visión o intención moralizadora (como Rubén Vizcaíno con su poema “Tijuana a go-go”, por ejemplo) sobre la prostitución, la Zona Norte o Tijuana en general. Tomando en cuenta este poema, ¿cuál consideras que es la función del poeta ante una realidad? ¿Cómo surge “Blues cola de lagarto”?

“En ese texto, la referencia tiene que ver con ‘El testamento’ de François Villón, la canción ‘Step Right Up’ de Tom Waits y los batos que están afuera de los congales que te están diciendo: ‘Pásale, pásale, va a haber una función ahorita muy buena’. En esa época no había ningún libro que hablara poéticamente sobre Tijuana, había habido intentos, pero moralistas de Rubén Vizcaíno. Entonces nos juntamos Pancho Morales, Marco Morales -su hermano- y yo, y dijimos: ‘¿Por qué no hacemos un libro cada uno sobre Tijuana que refleje la Tijuana que nosotros creemos?’. Marco Antonio Morales sacó el que se llama ‘Tijuana rifa con zafos… y qué’. Pancho  sacó ‘La ciudad que recorro’ y yo saqué ‘Blues cola de lagarto’, que es un verso de Pancho Morales; entonces, cada uno desde su visión tratamos de dar como una imagen visual de lo que era Tijuana, que nosotros creíamos que no se había hecho, pero que no tuviera esa carga moralista. Porque nosotros pensábamos que ‘ésta es la realidad, punto, no la puedes clasificar como inmoral o moral, simplemente así es como está funcionando la realidad’; entonces, en ese texto la intención era eso”.

– ¿Podrías hablarnos de la voz del dealer o jalador cuando dice “Pásele, pásele”? ¿Por qué te pareció importante esta voz del dealer para “jalar” a todo el que va pasando a ver “La última función del mago de los espejos”? 

“Retomo el estribillo de ‘Pásele, pásele’ de Tom Waits, pero es de los gritones que están afuera de los congales para invitarlos a pasar, como ‘La danza de la muerte’, donde todos somos iguales: aquí, rico, pobre, lo que quieras, vas a disfrutar o no de este show, pero no tienes que decir si es bueno o es malo, simplemente vamos a nombrar la realidad de lo que es Tijuana; ésa fue la intención y empiezo obviamente con la clase alta hasta que llego con el homeless. Hago todo este recorrido que es el formato de ‘La danza de la muerte’, llamar a todos a que participen de esta realidad. En el caso de ‘La danza de la muerte’ es participar de la muerte; en el caso de ‘La última función del mago de los espejos’ es participar de esta realidad que es en Tijuana, que no tiene ninguna moralidad, simplemente así es como se está desarrollando”.

SUS INFLUENCIAS

Dos características en la obra de Roberto Castillo son lo erótico y lo lúdico.

 En el poema “Angélica”, incluido en el poemario “La pasión de Angélica según el Johnny Tecate”, se lee:

“Johnny, amado mío, cruza la frontera del placer / bríncate la cerca del pecado, vuélvete coyote, / lobo de caricias, migrante de sensaciones; / arrímate al fil de mi cama, / hazte ilegal en los campos del amor; / yo soy tu mica internacional, / tu pasaporte sin fecha de vencimiento, / tu guimi a quis beibe, tu todo”.

– ¿Por qué fue importante el taller que tomaste con Huberto Batis en tu descubrimiento de la literatura erótica?

“Con Huberto Batis era muy suave porque era una persona que tenía el conocimiento de todo, o sea, sabía todo, eso era lo que nosotros considerábamos. Él nos daba teoría literaria y nos daba muy buenos ejemplos, pero aparte él estaba ya coordinando revistas de literatura y suplementos culturales de los mejores de la época, y aparte nos ponía a trabajar para que diseñáramos una revista literaria, o sea por equipos; nosotros diseñamos una que se llamaba ‘Trasgo’, nunca salió, nomás te ponía a trabajar para que de ahí se prendiera la gente, con Óscar Hernández y Miguel Ángel Galván y otros, nunca salió pero nos hizo trabajar para que entendiéramos cuál era la dinámica de cómo podías formar una revista: qué eran las secciones, la parte que tiene que ver con el diseño, con las imágenes, las ilustraciones; entonces, fue un súper aprendizaje”.

“Y aparte, era el chismoso más divertido de la literatura, porque te contaba los chismes, todo lo que no veías en los libros, lo que no veías en las demás clases, él te contaba las partes de atrás, los amoríos, las transas, los pleitos, las broncas entre la literatura tanto a nivel internacional como la mexicana, era como muy amena su clase; pero tenía esta parte que era su increíble conocimiento de la literatura erótica. Entonces nos llevaba para que conozcamos su casa y conozcamos su biblioteca personal de literatura erótica y pues todos nos prendimos. Yo, de hecho, de ahí aprendí muchísimo y me dediqué un tiempo a estudiar, a entender esta literatura erótica que no estaba comprendida dentro de ningún programa de la Facultad de Filosofía y Letras; de la literatura erótica todavía había una especie de moralismo y no se tocaba, se mencionaba, pero no te dejaban leerla. Y él decía: ‘Tienen que leer esto, tienen que leer esto y esto otro’. Entonces nos fuimos acercando después a esta literatura que era distinta y que era la literatura de Anaïs Nin, Henry Miller, Marqués de Sade, una literatura que no estábamos acostumbrados”.

“En aquellos años Editorial Premià sacó ‘Los Brazos de Lucas’ en una colección que era pura literatura erótica de Francia, Inglaterra, España, con unas traducciones que nunca daban créditos a la traducción, nunca entendí por qué, pero eran libros que conseguías baratísimos, 10, 15, 20 pesos, y era una literatura que no estaba -vamos a decir- permitida dentro de lo que era el programa de la Facultad. Entonces nos fuimos prendiendo por ese lado, a entender que la literatura no era únicamente cosa de seriedad o de perfección, sino que la sexualidad era muy importante dentro del mundo y que todo mundo lo evitaba; él nos enseñó a buscarla y decía: ‘Mira, esto también es muy importante, tienen que estudiarla’. Y así nos metimos. Entonces, yo a partir de ahí me empecé a dedicar, entre otras cosas, a entender esta literatura erótica y empecé a comprar muchísima literatura erótica china, japonesa, latinoamericana y europea”.

“La mayoría son puras antologías de literatura erótica de Japón, China, básicamente, que son de hombres y de mujeres de los Siglos II A.C. hasta la actualidad, más aparte una literatura europea o básicamente que era la literatura de Francia y España del Siglo XII, Siglo XIII, los primeros poemas que se publicaron en español o los inicios del español que eran las jarchas y las moaxajas árabes, que eran escritas por hombres y mujeres árabes o mozárabes, pues era una literatura erótica muy parecida al ‘Cantar de cantares’ de Salomón que viene en la Biblia. Fue así como un increíble descubrimiento porque además esta literatura escrita por mujeres o en voces de mujeres, pues te da una perspectiva bien distinta a lo que era el rollo amoroso casi siempre escrito por los hombres; era como la otra cara del rollo sexual amoroso, contado por las mujeres que en España estuvo prohibida. España en términos generales fue muy tradicional, entonces escondían esa literatura, igual los franceses; pero viene de este redescubrimiento de esta literatura medieval y es una literatura, igual la inglesa, cargada de humor y de sexualidad; entonces como que: ¿pues entonces qué he estado aprendiendo? Esta otra parte como que es bien importante el recubrimiento. Y todavía ahí tengo algunas antologías que tienen que ver con esta literatura que era como el complemento, la sal y la pimienta de la carne”.

¿Reconoces una influencia de Huberto Batis que determina tu obra en esa característica erótica y lúdica que está siempre presente en toda tu obra?

“Sí, claro; eso más aparte porque estaba toda la raza, pues andamos en la mera época también, eres veinteañero y estás escribiendo en contra de otra literatura que hable de otras cosas diferentes a lo que hacían, por ejemplo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, que a mí nunca me llenaron, y que sí lo encontrabas en la literatura de José Agustín y Gustavo Sáinz porque eran los nuevos escritores, jóvenes que escribían para jóvenes, porque los viejos escribían para ellos, finalmente.

“Siempre he sido también un muy buen lector de la literatura medieval, de ahí viene un libro que yo tengo años adorando, que se llama ‘La danza de la muerte’, que no se sabe si fue escrito originalmente en italiano, francés, alemán o en español, pero es un poema épico del Siglo XIV, que es la muerte llamando a todos los habitantes, desde el rey hasta el borrachito del pueblo y que es un reflejo de la pandemia, de la peste negra, la gran pandemia que destruyó a Europa y que todavía lo lees ahorita y dices tú: ‘estamos en la pandemia, éste es el bato que está reflejando esta realidad como muchos otros’.

“Otro que para mí es muy importante, es otro poema anónimo de los nativos tuaregs del Sahara que se llama ‘Cantos del oasis del hoggar’, que es anónimo, pero también es un poema oral, ya está escrito, pues, pero habla sobre el amor y la muerte, el amor erótico y la muerte de la guerra como dos temas básicos, pero son libros que yo siento que me determinaron muchísimo, al igual que otro que descubrí que fue François Villón: un libro que se llama ‘El testamento’, que yo creo que ese libro, igual que la literatura de Tom Waits, son los que más han determinado mi estilo.

“El ‘Pásele, pásele’ (del poema ‘La última función del mago de los espejos’), por ejemplo, tiene que ver con ‘El testamento’ de François Villón que es del Siglo XIV, XV, y con Tom Waits.  Y tiene que ver con ‘La danza de la muerte’, el  ‘Step Right Up’ de Tom Waits, que es una canción poema que a mí me encanta y ‘El testamento’ de François Villón; para mí son así como los que más determinaron el estilo realmente de lo que quería decir; no fue Bukowski como muchos han creído”, revela Castillo.

DE BESTIARIOS COMO UN ALTER EGO

Roberto Castillo también ha escrito diversos bestiarios, que reconoce como alter ego: “Pequeño bestiario y otras miniaturas” (1982), “Blues cola de lagarto” (1985), “Cartografía del alma” (1987) y “Cuervo de luz” (2005).

– ¿Cómo tiene que ver “Pequeño bestiario y otras miniaturas” con “Blues cola de lagarto”, “Cartografía del alma” y “Cuervo de luz”? Podrías hablarnos de estos bestiarios…

El rollo de los bestiarios también tiene que ver con un aprendizaje que obtuve en la escuela, me gusta mucho la literatura medieval. En literatura medieval una de las maestras, no recuerdo su nombre, nos dio a leer bestiarios, en fotocopias porque no se tenía el libro en México. Y entonces me di cuenta que el rollo del bestiario ahí tenía una carga moralista, al mismo tiempo yo me estaba metiendo en rollos de cultura nativa, de los indígenas y ese tipo de rollos; entonces me di cuenta que este rollo tiene que ver con el totemismo, cómo uno se apropia de un animal al cual le encuentras cualidades que son importantes para ti”.

“El primer animal con el que tuve una identificación e identidad fue la ballena. Como en el 78 más o menos, hice un librito que se llama ‘Ballena de Lunas’ (Editorial Isla de Mar, Palos Verdes, 2009), –originalmente fue publicado como separata de la revista ‘Ser ahí en el mundo’, como entre 1985 o 1986, Circa-, una antología que hice con traducciones de poemas que hablaban desde el Corán hasta Alberto Blanco, poemas que hablaban sobre ballenas, fue como tomar este animal como algo totémico, importante para mí, que tenía que ver también con el rollo de la frontera porque las ballenas pasan por aquí, por aquí las veo cuando pasan; entonces trabajé esa parte. Luego me quedé medio clavadón y dije: ‘¡Órale!, ¿y después qué viene?’. No muy consciente, pero viene el ‘Blues cola de lagarto’ y me doy cuenta que el reptil, el lagarto -el cual me he apropiado por su tranquilidad, sus años de experiencia, su forma de sobrevivir-, pues viene del mar; entonces dije: ‘La ballena y la vida animal vienen del mar y pasan a la tierra’, y viene ‘Blues cola de lagarto’ y ‘Cartografía del alma’, sobre todo”.

“Pasan los años y viene la otra etapa: el reptil convierte sus escamas en plumas y vuela, entonces escribo el libro ‘Cuervo de luz’, que también tiene que ver con un rollo increíblemente autobiográfico sobre los cuervos. Mi rollo fue como tratar de rescatar un animal que es un ave de las más inteligentes de todos los animales que aparte son gregarios, son más montoneros, se organizan y trabajan en equipo; y entonces escribo este libro, ‘Cuervo de luz’, y me doy cuenta de que vengo del mar, paso la tierra y luego paso al aire, sin mucha conciencia, pero empiezo a entender que alguien me evoluciona de alguna manera este viaje que tiene que ver con los tres elementos -que espero que no llegue el fuego-: agua, tierra y aire. Yo, más que mitológico, el rollo totémico; se me hace que todos tenemos un animal con el cual tenemos una identidad”.

– Con “Pequeño bestiario y otras miniaturas”, “Blues cola de lagarto”, “Cartografía del alma” y “Cuervo de luz”, ¿cuál fue tu intención al hacer estos “retratos de familia”, como dices en “Pequeño bestiario y otras miniaturas”, a través de un bestiario? ¿Es un homenaje a tu abuelo Felipe, tus tíos abuelos y tu familia, pero también es como tu propuesta de cómo abordar un bestiario?

“Puede ser. Yo sentía que era una forma, si no novedosa -porque siempre se ha hecho-, sí una bandera novedosa en la literatura regional; yo pensaba que la literatura regional no había tomado esa perspectiva y dije: ‘Sería interesante ver cómo puedo percibir esta realidad si fuera este animal’. Y tiene que ver con esta esta búsqueda de identidad que tiene que ver con la onda totémica, es la experiencia con los cuervos que me hizo hacer otro libro, el ‘Cuervo de luz’, y es la misma experiencia de la familia y los amigos, pero todos como si fuéramos cuervos en este mundo, luchando contra la moralidad y la crítica de la gente que ve a los cuervos como animales que comen cadáveres, que hacen mucho ruido, que están ligados con la muerte y pues no es así, en la literatura siempre ha sido un animal increíblemente inteligente”.

“Todos estos animales que para mí son totémicos, no eran tanto un pretexto, sino era un rollo totémico realmente de sentirme yo identificado como lo hacen las culturas nativas en cualquier parte del mundo. En cualquier parte del mundo la gente adopta casi como una divinidad los animales que lo rodean, de los cuales aprenden a sobrevivir; obviamente la gente del desierto tiene que aprender de las hormigas, de los reptiles, a cómo sobrevivir en un lugar donde no hay agua, entonces terminas de alguna manera en una admiración y en una especie de adoración, los tatúan o se visten de; en todas las culturas pasa lo mismo. Entonces, yo es lo que he hecho: la ballena, los reptiles y los cuervos siempre han sido mis formas como de identidad para entenderme quién soy yo, dónde estoy viviendo, qué estoy haciendo. Y al mismo tiempo, aunque no lo sea, pues es un enfoque novedoso hablar desde la perspectiva de un animal, es como tu alter ego, como lo hago con Johnny Tecate. O sea, El Johnny Tecate es un personaje que no existe pero, espero, puede ser cualquiera, porque lo que está viendo es una realidad que todo mundo puede percibir. Entonces, Johnny Tecate es un alter ego, el cuervo es un alter ego, los reptiles son un alter ego y la ballena también”, reconoce.

UNA ANTOLOGÍA

Una primera reunión de poemas de Roberto Castillo titulada “Nuestras vidas son otras” fue publicada en 2010 en España por Editorial Essan, bajo la dirección editorial de Uberto Stabile, que incluye “Blues cola de lagarto” (1985), “Cartografía del alma” (1987), “Nuestras vidas son otras” (1994), “La pasión de Angélica según el Johnny Tecate” (1996), “El amoroso guaguaguá” (2002), “Cuervo de luz” (2005) y una sección titulada “Dispersalia”.

No obstante, actualmente Roberto Castillo se encuentra preparando una nueva antología que incluya toda su obra poética con poemarios escritos en la última década.

En los últimos años ha publicado “Canciones que no son” (Pinos Alados, 2010); “Cuerpos de agua (Postales y testimonios)” (Secretaría de Cultura de Baja California, 2020); “Notas de la pandemia” (Lapicero Rojo, 2021); “Perros” (Pinos Alados, 2021), con Alejandro Aguilar Zeleny, Francisco Luna y Tomás Di Bella; “Crónicas perras” (Pinos Alados, 2022) junto con Alejandro Aguilar Zeleny, Tomás Di Bella, Waldo López y Francisco Luna; y “Los poemas son uvas, vino, historias” (Abarrotera Cultural, 2022).

“De hecho ya armé la antología, ya la tengo armada, incluyendo una sección que se llama ‘Dispersalia’, que abarcaría todos los textos que tengo dispersos a través de revistas, antologías y publicaciones que no están en mis libros; es otro libro, pero toda la antología son como 400 y feria de páginas. Entonces, ni yo tengo el dinero para hacerlo, para publicar una antología tan grande, a las instituciones culturales no les interesa mi libro; me comentaron no tener dinero para imprimir libros e, incluso, que buscara otras opciones”.

“Entonces ahí va a estar hasta que a alguien se le ocurra (editarla) o me caiga la lotería, aunque no compro billetes de lotería, y a ver si sale, me gustaría, pues porque es como juntar toda la obra poética de 40 años”, concluye Roberto Castillo con su característica ironía.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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