Aranzazú Ayala y Marcos Nucamendi para A dónde van los desaparecidos*
Rosendo Vázquez regresó a casa después de seis años de haber sido desaparecido. Su mamá, Virginia Zamudio, dice que todos los días rezaba, le pedía a Dios que la ayudara, que nunca perdió la fe y que por fin su hijo tiene cristiana sepultura. Para Vicky -como le gusta ser nombrada-, así como para muchas madres buscadoras, la fe –y no la Iglesia como institución– ha sido un pilar y un apoyo en el proceso de búsqueda de sus hijas e hijos.
Esto está plasmado en el trabajo que hace el llamado “Eje de Iglesias”, una de las áreas de trabajo de la Brigada Nacional de Búsqueda (BNB) que organiza actividades con organizaciones religiosas. Desde el 8 de abril de 2016 se han realizado jornadas de búsqueda de personas desaparecidas en varios estados de la República y este 2022 ocurrió en Morelos.
Si bien la Iglesia con mayúscula como institución no ha sido un actor que apoye claramente la búsqueda, las familias se han hecho camino y ganando apoyos desde la fe. Y no una fe única, sino distintas: católicos, cristianos, evangélicos… cada familia y colectivo ha construido, desde su creencia, lazos de apoyo.
“Si la delincuencia nos está arrebatando a nuestros seres queridos, que no nos arrebaten la fe de seguir adelante”, dijo Benita Ornelas, mamá de Fernando —desaparecido en 2019—, quien junto a Vicky y otras madres compartió su historia durante un diálogo con enlaces municipales y estatales de asuntos religiosos en Morelos.
Un claro ejemplo de cómo se construyen estos lazos es lo que se hace para pedir información del paradero de sus seres queridos en iglesias y celebraciones religiosas; cada año las BNB inician con una misa –generalmente católica– en la cual desde el púlpito las familias suben con los sacerdotes y hablan de sus casos, pidiendo a la gente sensibilizarse y compartir información para encontrar a los desaparecidos. La mayoría de las veces los puntos donde buscan restos humanos salen de esas jornadas de acercamiento y de los papeles anónimos que la gente mete en los llamados “buzones de paz”: cajas de cartón con dibujos y recortes que invitan, que suplican por datos para que cada desaparecido regrese a casa.
Noé Amezcua es uno de los coordinadores de las actividades en las iglesias en la organización de la Brigada Nacional de Búsqueda, llamado también “Eje de Iglesias”. Desde el inicio ha hecho comunidad para conseguir información que ayude a encontrar a personas desaparecidas, ya sea en vida, o dentro de la tierra. Esta labor apela a la sensibilización de las personas, e insiste que no se buscan culpables, sólo se buscan a quienes están ausentes. Lo que se ha logrado, dice, ha sido no sólo a base de diálogo sino sobre todo a base de desafíos.
“Propiamente fue en la Cuarta Brigada que creamos el eje de iglesias. Fue cuando dijimos, qué va a ser el eje de las iglesias, cuál es su sentido, y era potenciar lo que normalmente las iglesias tendrían que estar haciendo, que es primero acuerpar, recibir, escuchar a las familias, generarles condiciones para que se sientan acompañados por la sociedad. Lo otro es solidaridad, la solidaridad traducida si en las brigadas pues es hospedaje y comidas. Y la tercera era también que ya queríamos que las iglesias tomaran un papel estratégico de combatir un poco la criminalidad, toda la revictimización que socialmente tienen las familias, la culpabilización”, explica.
La falta de apoyo institucional no ha sido un problema sólo de la iglesia católica, sino de las iglesias en general y todas las espiritualidades. “Los líderes morales de las religiones también están llamados a meter el cuerpo y acompañar y estar presentes. Tienen que acompañar a las familias y generar condiciones para la búsqueda; aquí es muy importante la disputa narrativa, tenemos que ampliar el mensaje de las familias y detener esto, no es normal que nos desaparezcan a más de 107 mil personas. Ahí la Iglesia tendría mucho que decir, tiene que exigir también a la autoridad e interpelar también desde lo moral”, dice Amezcua.
Resignificar la desaparición desde la fe
Cuando un familiar desaparece, las personas creyentes suelen acudir a sus comunidades de fe, a sus templos, para pedir por el pronto regreso de la persona desaparecida, pero también para solicitar ayuda directa de las y los representantes de las instituciones religiosas. En ellas esperan encontrar orientación, cobijo e incluso un abrazo; una muestra de solidaridad y empatía ante un hecho que derrumba las creencias más fundamentales que se tienen sobre la vida misma. No siempre es el caso.
A Benita Ornelas Rivera, por ejemplo, le negaron incluso la posibilidad de oficiar una misa en nombre de su hijo Fernando Iván, desaparecido el 21 de julio de 2019 en Ecatepec, Estado de México, cuando tenía 21 años.
“Yo renegué de dios, me enojé mucho”, recuerda. Al acudir a su párroco local para pedirle, aunque fuera una mención, unas palabras que aliviaran su dolor, este le preguntó que con qué propósito. “Pues para que aparezca mi hijo, para que dios me lo cuide donde quiera que esté”, recuerda Benita que le contestó.
El párroco le dijo que para ese tipo de cosas no existen misas, que a lo sumo se ofrecen a los vivos o a los muertos, pero no a los desaparecidos. Esa respuesta, continúa Benita, le provocó mucho dolor, ya que, en sus palabras, a ella le habían enseñado “el apego a dios y que el sacerdote es la representación de ese dios”. Por si fuera poco, el párroco le dijo en un segundo momento —tal y como hacen las instituciones de procuración y administración de justicia del Estado—, que lo dejara de buscar, que ya no lo iba a encontrar porque de seguro andaba en malos pasos.
“Él me dijo que [nosotras, las madres buscadoras], somos como las mamás cuervas: para nosotras no hay mejores hijos que los nuestros, pero no, no es así, yo sé los defectos de mi hijo, pero también es una persona, un ser humano que necesita ser buscado”, explica Benita, quien encontró en el eje de iglesias de la BNB el cobijo, el aliento y la esperanza que le habían sido negadas por la representación institucional de su comunidad de fe, que no supo darle una respuesta y solo la envió de vuelta a su casa, como enviaron a su casa a Claudia San Román, madre de Reyna Karina San Román Aguilar, desaparecida el 8 de diciembre de 2012 en Tlaltenapantla, Estado de México.
Desde 2020 la Dirección General De Asociaciones Religiosas (DGAR) se ha sumado a colaborar formalmente con la BNB. Jimena Esquivel, Directora de Respeto y Tolerancia a la diversidad religiosa para la construcción de paz de la DGAR, explicó que más que trabajar con asociaciones constituidas formalmente, se trabaja con comunidades religiosas que se han ido involucrando con las familias de personas desaparecidas.
Si bien reconoció que existe una dependencia encargada de la búsqueda, que en este caso es la Comisión Nacional de Búsqueda, la DGAR ha tenido una continuidad de colaborar no sólo durante las brigadas desde la V en Papantla, Veracruz, sino posteriormente.
“Es muy importante el papel que juegan o que pudieran jugar y tener las comunidades religiosas, porque a pesar de todo siguen siendo actores que tienen legitimidad, que tienen poder de convocatoria, y llegan a donde muchas veces no está el gobierno, tienen muchísimo alcance. La BNB y en particular el eje de iglesias nos ha demostrado que el factor espiritual ha sido o es un aliciente para muchos de los familiares, sobre todo de las mamás buscadoras, para apoyar, fortalecer, hacerles más resilientes en ese dolor tan grande y en esa situación tan difícil por la que atraviesa”, comenta.
“Estamos convencidos de que las comunidades religiosas primero pueden y deben estar presentes, seguir acompañando, seguir alentando en el ámbito de la espiritualidad de las familias cualquiera que sea, y por eso hablamos de iglesias en plural, no la Iglesia Católica, sino muchas cristianas y otras denominaciones religiosas que fortalecen espiritualmente a las familias en búsqueda”, agrega.
Poco a poco, incluso las propias autoridades se han sumado a la lucha, y aunque tímidamente, también las religiones y espiritualidades han comprendido la importancia de buscar y solidarizarse. En medio de una crisis que no deja de aumentar, ha sido importante para los colectivos seguir tejiendo alianzas.
“Hace unos 7 años no había misas para las familias, no se podía decir la intención para una persona desaparecida. Había mucho rechazo; hoy en día ya se abren más los templos y permiten que estén las fotografías estén en el altar y que los rostros se miren y que las familias den su palabra a la comunidad y se va abriendo, pero eso lo hacen las familias a base de empujar”, DICE…
Como cuenta Noé Amezcua, hace siete años no había misas para las familias con una persona desaparecida: desde el púlpito no se podía decir la intención para alguien ausente, pues había mucho rechazo. Hoy en día, después de años de caminar y empuje de los colectivos, se abren más los templos: ya se permite que las fotografías estén en el altar, que los rostros se miren desde las bancas de las iglesias, y que las familias dejen su palabra en la comunidad y puedan así sensibilizar y obtener información.
Al final han sido la fe y las creencias individuales lo que mueve a muchas de las familias, y lo que ha hecho que los representantes religiosos respondan y sumen, aunque sea una pequeña parte a la búsqueda de las más de cien mil personas desaparecidas en este país.
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*Fotografía de portada: V Brigada Nacional de Búsqueda, Veracruz 2020. Crédito: Marcos Nucamendi
www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).