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jueves, noviembre 21, 2024
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Tijuana sin urbanidad y achilangada

Reiterándoles más aún, amables lectores: el bicho chino COVID-19 sigue; razonándolo serena y fríamente, los rebrotes seguirán por años. Sigamos cubriéndonos correctamente boca y nariz, guardando distancias.

Hace varios días iba por la franja peatonal -a la salida de las puertas del Calimax Hipódromo, dentro del estacionamiento de esa tienda- y al cambiar el semáforo, una bestia (menos que animal) arrancó su carro y me pasó rozando; a ese nivel hemos degenerado en Tijuana: no manejan, sino embisten, como muchos incivilizados chilangos.

En mi Tijuana, el peatón debe ser respetado. Y sin generalizar (porque no todos son así), ya demasiados al volante se mal comportan como agresivos pretendientes imitadores de narcos sinaloenses, pochos ridículos o malos chilangos.

Desempolvando unos números viejos de la revista Contenido de hace más de medio siglo (que mi papá, asiduo lector, dejó como parte de su colección), releí específicamente el número 35, de abril, sobre “Baja California 1966”, que a partir de la página 130 tiene un reportaje gigante del corresponsal Pedro Bayona, el cual me trajo remembranzas.

Inicia diciendo: “la región más desconcertante de México sigue produciendo sorpresas al por mayor”. En la página 132, el reportero acotó: “…es notable el respeto del automovilista por el peatón: los coches [así dicen allá, acá decimos carros] esperan a que éste pase antes de seguir su camino…” porque allá sabemos que son tan viles, corrientes, bajos e incivilizados tercermundistas en el tránsito. Lo malo es que han invadido a mi pobre Tijuana.

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En la página anterior, el reportero mencionó: “al llegar al hotel, otra sorpresa: el chofer dice que hay que pagar en dólar”, cosa que los viejos tijuanenses recordamos; hasta la devaluación de 1976, por culpa de Echeverría, y luego -peor- la de 1982 por López Portillo, fue cuando el peso empezó a circular en mayoría, aunado al empobrecimiento en que ese vil par hundió al país, invadiéndonos desde los 80s cuando huyeron los de Sinaloa por el narco, o los del D.F. por el temblor.

Proseguía: “el tijuanense vive con todas las comodidades… televisión, estufa… y muebles de alta calidad… Los hombres visten con sobriedad y las mujeres con pulcritud y hasta con elegancia”. Sorprendido de que acá medio mundo veíamos tele y se tenía carro propio, en vez de andar en autobuses, como allá al sur.

Los que sí somos tijuanenses recordamos que entonces apenas empezaban las maquiladoras, y pagaban a los obreros salarios dignos de 25 a 30 o hasta 35 dólares a la semana; buenos entonces, no tan bajos como ahora.

Anteriormente había mencionado que en los 1920s y hasta el ’35, en la gloriosa época del Casino, al que arruinó Cárdenas (quien fue además el maléfico que inició la leyenda negra contra mi Tijuana), era del otro lado los que cruzaban a trabajar acá; y se ganaba igual o mejor. Luego, aun a pesar del daño que se nos hizo, hasta los 60s y mediados de los 700s, como mencionó el reportero, era “la ciudad mexicana más próspera, ya que tiene un ingreso anual de 1200 dólares per cápita: tres veces superior al ingreso medio nacional [zas], más elevado que el de algunos países de Europa y muy cercano al de las naciones superdesarrolladas”. Y eso lo recuerdo. Es cierto, estábamos mejor que Guadalajara, D.F. o Monterrey. Cómo han cambiado los tiempos y nos han hecho caer.

La cita de este artículo que recuerdo se me hizo muy interesante; fue -en referencia al emprendedurismo e iniciativa de la gente fronteriza norteña- que el reportero anotó lo que dijo el restaurantero Carlos Zamora: “no hay que mexicanizar a Tijuana, sino tijuanizar a México”, pero tristemente está saliendo al revés. No solo nos han invadido con sus bajezas, sino que el nivel de vida ya ha caído casi al nivel del D.F. (Monterrey va por empatarnos).

Los recuerdos son parte bonita de la vida; claro, sin caer en retraerla, pero valoremos la generosidad de Tijuana. Que no nos destruyan nuestras cosas buenas y al manejar no se rebajen a ser malos desvergonzados.

Y mientras, cubrámonos correctamente boca y nariz. Guardemos distancias. Las personas en verdad valerosas son las que respetan y cuidan al prójimo y a sí mismas, en salud y al manejar. Paciencia.

 

Atentamente,

José Luis Haupt Gómez.

Tijuana, B.C.

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