Hace unas semanas, Brozo comparó a Andrés Manuel López Obrador con algunos expresidentes mexicanos. El payaso interpretado Víctor Trujillo, comenzó refiriéndose a la costumbre de López Obrador por equipararse a personajes como Benito Juárez, quien gobernó entre 1858 y 1872 (sí, ¡14 años! Y aspiraba a más, pero lo alcanzó la muerte); Francisco I. Madero, quien fue mandamás de 1911 a 1913; mientras, Lázaro Cárdenas ocupó el mismo puesto un sexenio: 1934-1940.
De Juárez subrayó la supuesta defensa del derecho ajeno que Andrés Manuel se atribuye; de Madero retomó las acusaciones de AMLO sobre los presuntos ataques que recibe de la prensa, que califica como conservadora y fifí; además de que el tabasqueño se asume como heredero de Cárdenas, en tanto a la defensa del petróleo se refiere.
Sin embargo, Brozo se dirigió al Presidente López y aclaró: “no son esos mandatarios a quienes me recuerdas, a ver si le atinas a cuál te estas pareciendo”. Aunque suelo estar de acuerdo en muchas de las reflexiones y críticas que hacen, tanto Brozo como Víctor Trujillo, en esta ocasión debo diferir tajantemente, pues también lo comparó con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
A diferencia de Andrés Manuel, el expresidente Salinas no hizo un simple pacto para regular precios, sino que propició la transformación del modelo económico intervencionista al libre mercado. Además, impulsó la apertura comercial de México y concretó su ingreso al mercado global, a través de la firma y puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Asimismo, logró la recuperación y estabilidad económica por medio de un ambicioso y muy productivo sistema que contuvo la inflación y la devaluación, sin descuidar la política social, ya que para ello creó el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol, 1988) y la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol, 1992).
Así que, para ser francos, Solidaridad es el “padre” de los programas Progresa, de Ernesto Zedillo (1994-2000); Oportunidades, de Vicente Fox (2000-2006); Vivir Mejor, de Felipe Calderón (2006-2012); Próspera, de Enrique Peña Nieto (2012-2018); y de los hoy conocidos como Secretaría, Becas, Banco y todo lo que termine en Bienestar. Algo que no inventó Andrés Manuel, pero de que le saca provecho electoral, le saca provecho.
Luego, Brozo sugirió que a Salinas de Gortari le gustaba la cercanía con Cuba, algo que es cierto, pues formó parte de la estrategia de internacionalización general, la cual ameritaba el acercamiento con todos los países que fueran posible alcanzar, incluyendo El Vaticano.
El #TeneBrozo habló de “uno que también le rondaban rumores de extensiones de mandato”, “uno que también tenía hermandades incómodas”, “uno que también era íntimo hermanito de Manuel Bartlett”; sobre esto, el payaso me deja sin argumentos. Como tampoco puedo debatir que Salinas de Gortari “también, en su momento, fue adorado por las masas. Tuvo mucha aprobación, fue popular”, hasta que su sucesor nos llevó a la crisis de 1995, derivado de su Error de diciembre.
Usualmente, los payasos son íconos del entretenimiento y de la sorna. Son distractores. Personas que, con su aspecto extravagante, dichos y hechos nos hacen reír. Sin embargo, ante la realidad política mexicana, no me queda claro quién es quién cuando hablamos de un payaso, máxime si es tenebroso, y ni nos ve, ni nos oye.
Post scriptum: “Ríe, payaso”, Ruggero Leoncavallo (autor de la ópera Pagliacci).
Atentamente,
Francisco Ruiz, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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